Por: Erick Gálvez Ayala

Un día sentado en los alrededores del centro histórico platicando de cualquier tontería con el tipo del organillero se acerco a mi un señor con pinta de vagabundo, traía un letrero enfrente con varias fotografías de periódico. El personaje al que hago mención me platico que el se dedicaba a escribir, su especialidad era el cuento.

Me comento que hace tiempo tuvo que ponerse en huelga de hambre para ser escuchado porque las editoriales (como ahora) eran unas mafias en donde solo con palancas tenias futuro, las fotografías a las que hacia mención anteriormente recordaban ese momento en el que todos los medios hablaban de su osadía, tuvo un impacto nacional pero como ocurre en nuestro México nadie lo apoyo y se hizo una persona no grata para ese núcleo. Continuo con sus ideales firmes a pesar de tener muchos problemas económicos para publicar su arte. Años después se dedica a vender sus libros en la inmediaciones del centro histórico, los ofrece entre $ 50 y $90, tiene que publicarlos en una editorial de nombre muy afín a el, patito feo.

Hoy quiero recordarlo porque me he puesto a pensar cuanta gente esta en ese mismo tenor, cuantas personas están luchando por un objetivo de forma tenaz y leal. Hoy quiero que ustedes sepan de el para que valoremos las facilidades que tenemos en nuestras distintas actividades pero sobretodo para que recordemos que el arte no es una cuestión de dinero, es una cuestión de convicción.

El nombre de este señor es Carlos Flores Vargas, un cuentista y escritor apestado (el mismo así se nombra) una persona valiosa que pocos conocen pero que todos quisieran conocer.

El escritor apestado: «Los editores me producen sarpullido, por eso prefiero evitarlos»