Por: José Luis Ayala Ramírez

Twitter: @ayala1788

 

Generalmente cuando se habla del cine japonés clásico el primer nombre que se viene a la cabeza es el de Akira Kurosawa, sin embargo antes de él hubo dos grandes cineastas que le dieron al país oriental sus primeros años de gloria en el séptimo arte, uno de ellos era Yasujiro Ozu, el otro es al que le dedicamos en esta ocasión la sección de Cineastas, uno de los directores más humanos pero cuya labor con la cámara era apabullante, nos referimos a Kenji Mizoguchi.

La carrera de Mizoguchi aunque comenzó en la era del cine mudo, sus mejores tiempos vinieron con la sonorización del cine, en los años 30s el director ya comenzaba a despuntar como uno de los mejores de su generación, y hasta los 50 forjo una de las filmografías más importantes del cine nipon.

Aunque el cine casi desde sus comienzos le dio su lugar que corresponde a la mujer, fue Mizoguchi el primero en entenderla, en desnudarla, no literalmente, sino exponiendo sus sueños, miedos, deseos, la mayoría de sus filmes son protagonizados por mujeres, muchas de ellas fuertes y de carácter, pero otras sumisas ante un hombre dominador durante varios siglos. No había un estereotipo en la mujer que dibujaba el japonés, sin embargo en cada una de sus fases las proyectaba como nadie, su cine ha influenciado claramente a directores modernos como Lars Von Trier o Pedro Almodóvar.

Por otra parte Mizoguchi era también su director escénico perfeccionista, sus encuadres era milimétricos, su fotografía en blanco y negro desbordaba belleza por todos lados, pero son sus planos secuencias los que dejaron escuela, y aunque en esta materia los hay en el cine moderno ya más espectaculares y planificados, hay que recordar que el nipon ya utilizaba esta técnica en los años 30s, con cámaras sumamente pesadas y difíciles de desplazar, en esa época por lo general la cámara no se movía tanto, los paneos de por si eran complejos, los planos secuencias ni se diga.

Un cineasta de un mundo propio y con un estilo bien definido, principalmente preocupado por retratar a la mujer pero también los problemas sociales de su país durante el feudalismo, temas como la prostitución, la esclavitud o el poder son recurrentes en sus historias. Es el equivalente de John Ford en el cine oriental, uno de los más grandes no solo de su país, sino a nivel mundial.

“Todos los cineastas estamos en época de aprendizaje hasta los 65 años”.- Kenji Mizoguchi.

3 películas para recomendar

Historia del último crisantemo. Un ejemplo perfecto de la maestría de Mizoguchi con la cámara, 140 minutos de duración para un total aproximado de 140 planos que son los que tiene este filme, en su mayoría planos secuencias, para el año de 1939 hablamos del acabose en el empleo de esta técnica. Una historia ambientada en el mundo del teatro japonés en el siglo XIX, con una historia de amor muy bien contada y mejor ejecutada. Una de las primeras joyas del cine japonés, reconocida tiempo después de su estreno.

Los amantes crucificados. Una de las historias de amor más grande jamás filmadas, un cuento de amor imposible llevado con gran sutileza a la gran pantalla, con una fotografía de una belleza aplastante y una planificación de escenas marca de la casa. Cierra el cuadro perfecto Kyoko Kagawa, la mejor actriz que ha dado Japón, que aquí brilla con luz propia, una interpretación que está más allá en términos actorales.

El Intendente Sansho. Obra maestra grande como una catedral, una clase de cine magistral en cada uno de sus fotogramas, perfección en cada una de sus líneas y sus encuadres. Una película que te hace temblar con su estudio sobre la esclavitud, sin duda la mejor película que ha retratado este tema tan escabroso. Narrativamente es un prodigio con un par de elipsis históricas, plano secuencias perfectamente ejecutados y unos personajes muy humanos y que te llegan al alma. Quizá la mejor película hecha en Japón.