Por José Luis Ayala Ramírez

Todavía recuerdo la primera vez que escuche la Marsellesa, en aquel Mundial de Francia en 1998 cuando todo un pueblo inspirado cantaba y apoyaba a su selección para llevarlo a conquistar el trofeo más cotizado del mundo del futbol. En ese momento supe que no se trataba de un himno nacional cualquiera.

Un par de años después cuando comenzaba a escuchar al mítico grupo musical Los Beatles de repente una canción comenzaba con las primeras estrofas del canto francés, All you need is love se convertía en todo un himno de la banda inglesa con un mensaje universal y necesario, de alguna forma La Marsellesa forma parte de esta legendaria agrupación, esos primeros compases con inolvidables.

A mis 16 años vi por primera vez el clásico del cine Casablanca, la cual tiempo después puedo afirmar contiene una de las secuencias más memorables y emocionantes de la historia del cine, mientras los soldados alemanes cantan en un bar lleno de franceses, el personaje de Victor Laszlo empieza a entonar La Marsellesa mientras el resto de los franceses poco a poco se une a su canto opacando a los nazis y demuestran el orgullo, el patriotismo, la dignidad, la personalidad, la fuerza, el coraje, el espíritu de todo un pueblo. Da igual que Paul Henreid fuera húngaro, que Ingrid Bergman fuera sueca y que Humphrey Bogart sea americano, el mítico himno rompe las fronteras y se convierte en algo universal.

La Marsellesa contagia, emociona, seduce, conmueve, te hace reflexionar, te llega a todos los sentidos, al alma. Sin un rival serio se proclama sin duda como el mejor himno del mundo. Un canto único, contagioso e irrepetible.

Marchemos, hijos de la patria,
Que ha llegado el día de la gloria
El sangriento estandarte de la tiranía
Está ya levantado contra nosotros (bis)
¿No oís bramar por las campiñas
A esos feroces soldados?
Pues vienen a degollar
A nuestros hijos y a nuestras esposas.
¡A las armas, ciudadanos!
¡Formad vuestros batallones!
Marchemos, marchemos,
Que una sangre impura
Empape nuestros surcos.
¿Qué pretende esa horda de esclavos,
De traidores, de reyes conjurados?
¿Para quién son esas innobles trabas
y esas cadenas largamente forjadas? (bis)
¡Para nosotros, franceses! Oh, qué ultraje! (bis)
¡Qué arrebato nos debe excitar!
Es a nosotros a quienes pretenden sumir
De nuevo en la antigua esclavitud
¡Y qué! Sufriremos que esas tropas extranjeras
Dicten la ley en nuestros hogares,
Y que esas falanges mercenarias
Venzan a nuestros valientes guerreros? (bis)
¡Gran Dios! Encadenadas nuestras manos,
Tendríamos que doblegar las frentes bajo el yugo!
Los dueños de nuestro destino
No serían más que unos viles déspotas.
¡Temblad! tiranos, y también vosotros, pérfidos,
Oprobio de todos los partidos!
¡Temblad! Vuestros parricidas proyectos
Van al fin a recibir su castigo. (bis)
Todos son soldados para combatiros.
Si perecen nuestros héroes.
Francia produce otros nuevos
Dispuestos a aniquilaros.
¡Franceses, como magnánimos guerreros
Sufrid o rechazad los golpes!
Perdonad estas pobres víctimas
Que contra su voluntad se arman contra nosotros.
Pero esos déspotas sanguinarios,
Pero esos cómplices de Bouillé,
Todos esos tigres que, sin piedad,
Desgarran el corazón de su madre …
Nosotros entramos en el camino
Cuando ya no existan nuestros mayores ;
Allí encontraremos sus cenizas
Y la huella de sus virtudes. (bis)
No estaremos tan celosos de seguirles
Como de participar de su tumba ;
¡ Tendremos el sublime orgullo
De vengarles o de seguirles !
¡ Amor sagrado de la patria,
Conduce y sostén nuestros brazos
vengadores !
¡ Libertad, libertad querida,
Pelea con tus defensores (bis)
¡ Que la victoria acuda bajo tus banderas
Al oír tus varoniles acentos !
¡ Que tus enemigos moribundos
Vean tu triunfo y nuestra gloria !