Por: G Mateo.

Esta es la hermosa historia de un niño muy especial, su nombre es Rubén y tiene tan solo 8 años.

Desde que tenia 5 años Rubén, acudía a la primaria que se encuentra lejos de su casa en un pueblo llamado «Ayotzinapa». A Rubén le encanta la escuela es el niño mas aplicado en su clase y el más abusado en la primaria, siempre hacía la tarea y le gustaba leer a cada rato sus libros de texto; Rubén camina mucho para poder llegar a ella, decía que cuando fuera grande deseaba ser piloto aviador para poder llegar más rápido a la escuela y después de clases ir a volar por todo el mundo y conocer los lugares que ha visto en sus libros de historia.

Un jueves durante el recreo, Rubén se encontraba sentado en la esquina de una jardinera muy grande, observando todas aquellas plantas de colores cítricos y dulces arbustos que despedían un olor que se esparcía en el aire moviendo las hojas de los almendros. A Rubén le gustaba mirar el oreo, ese viento que escapa entre las hojas por cualquier lado que se les mire.

Él se preguntaba si aquellas plantas tan bonitas las habían plantado allí­ o si Dios con uno de sus tantos rayos láser las había puesto a vivir ahí­; lo cierto es que, curioso e inocente acudía todos los días a la bodega del viejo jardinero Andrés que se encontraba al final del gran patio alfombrado del terso césped de campo. Hola Don Andrés, – dijo el niño mirándolo a los ojos- ¿sigue usted triste por Max su perro guardián? Si Rubén. – contesto entristecido el viejo – uno nunca puede olvidar amigos como esos, todos los días desde su muerte pienso un poco en él, le pido que me cuide y a todos estos desafortunados niños. Y en especial a ti amiguito Rubén. ¡Oiga Don Andrés!, – interrumpió Rubén disipando la nostalgia del viejo- quisiera que me enseñara todo sobre las plantas sabe creo que son muy extrañas, creo que nos escuchan y nos observan, tal vez se ponen a echar competencias para ver cual de ellas puede llegar a ser la más hermosa y llamar nuestra atención para que las cuidemos.
Andrés al ver la cara tierna del niño y al escuchar su hermosa pregunta se sintió doblegado y acudió presto a enseñarle algunos de los pasos de la jardinería, desde cómo elegir una planta de sol o de sombra, hasta cómo hacer un profundo hoyo en la tierra de las jardineras y abonarlo para poder plantar cualquier tipo de flora. Rubén estaba fascinado escuchando las instrucciones, deseaba llegar a casa y plantar un árbol con su madre, platicarle todas las cosas que aprendió en el recreo, miraba su huerta como una de las mejores de la zona, imaginaba su traje de jardinero afilando sus herramientas, haciendo ruidos como el del cuchillo sobre una piedra de afilar.

Al sonar la campana Rubén tenía que regresar a su salón de clases, se despidió de Don Andrés y le dijo que regresaría al otro día para ayudarlo con sus quehaceres botánicos. Don Andrés sólo sonrió.

Rubén salió corriendo de la bodega sin que Don Andrés pudiera despedirse, atravesó a toda velocidad el patio, y se deslizó por el suelo antes de llegar a la puerta de su salón que estaba rodeado de muchos otros salones de clases y niños jugando. Durante la hora de clase Rubén recordaba las cosas que Don Andrés le había enseñado, les platicaba a sus amigos su nuevo deseo de cuidar a las plantas y verlas crecer con el tiempo, se imaginó siendo un jardinero con su propia huerta con lindos manzanos formados en hilera, higueras, naranjos y arboles de Uriel  niños jugando a esconderse en él. Además imaginó un lugar cubierto dentro de su alcoba donde cuidaría las flores y las plantas más delicadas, para que el granizo de las lluvias no les hiciera nada.

Ya a la salida de la escuela, Rubén esperaba a su mamá bajo la gran sombra de un árbol gigantesco de ahuehuete adornado con un quiosco blanco; llenaba de luz toda la zona de allá, además ese gran árbol obscuro era símbolo del pueblo, conocido por otros como el «Hijo del Tule»  ya que podía ser visto desde los altos cerros del sur.

Rubén trepaba el árbol entre sus anchas y onduladas ramas se sentaba en una parte que él prefería porque se veía un hermoso panorama fresco, rodeado de valles y montañas, parecía que en aquellas barrancas subían los sueños. Era una hermosa combinación que el viento creaba porque arrastraba arena lejana de cordillera y la combinaba con la suave bruma del campo, Ruben era el niño más feliz de Guerrero.

Su mamá lo recogió en la primaria, ya de regreso a casa en el camino le contó sus grandes aventuras con Don Andrés y sus nuevos deseos de jardinero, le platicó a su madre las cosas interesantes que aprendió en la escuela y le cantó una nueva canción que había aprendido de su maestra Juanita, «La patita», su mamá soltó algunas lágrimas mientras escuchaba la voz de su hijo y el pequeño fue tarareando la canción durante las 2 horas de viaje a casa.

Al llegar a casa Rubén corrió a su alcoba, arrojó sus zapatos  y se cambió deprisa para ir a comer con sus padres; durante la comida su papá le dijo a Rubén: -Dentro de 3 días partimos a la ciudad a vender a algún coyote el maíz de esta cosecha, necesito que me empieces a ayudar hijo-.

Su Mamá sólo guardo silencio mirando el plato humeante sobre su humilde mantel de plástico rojo desteñido y asintiendo con la mirada las palabras de su esposo.

Pero Rubén no le dio importancia  y tierno e inocente le dijo a su papá que  SI. Salió disparado a ver a su vecino Arturo; él era normalista en el pueblo de Ayotzinapa y algunas veces jugaba con Rubén o le ayudaba a realizar sus tareas más difíciles . Al llegar a casa de su amigo preguntó a su mamá por Arturo pero ella triste le respondió que él había viajado a la capital y que no sabía cuándo volvería. Era mentira, Arturo nunca regresaría y su madre no lo volvería a ver.

Rubén entendió entonces porque su amigo no había ido a la escuela a dar clases la última semana, y deseo estar con él haciendo alguna travesura. Ya de regreso brincando en los charcos sobre la tierra húmeda, Rubén encontró en medio del camino una brillante flor amarilla, tirada como si un camión la hubiese arrancado de sus ramas dejándola en esa terrible condición. Él enseguida, recordó los consejos de Don Andrés y aplicó todos sus pequeños conocimientos sobre jardinería.

Tomó con cuidado la flor con sus dos manitas, corrió a la orilla del camino, colocó la flor sobre el césped verde y comenzó a cavar… -uy!! Que dura está la tierra!, -dijo- Don Andrés me enseñó que éstos son terrones endurecidos, que si escarbó más abajo encontraré la tierra más nutritiva. Al finalizar el hueco en la tierra, tomó la planta por el delicado tallo y lo enterró casi hasta la flor, de manera que se mantuviera erguida, levantó la cabeza y buscó el sonido del rio pasando sus crecidas aguas, corrió hacia él apresurándose a regresar con el agua entre sus manos, con mucha precaución roció la desfallecida planta y dejó caer unas gotas más sobre la tierra. ¡Para que se nutra mejor!. -pensó-

Rubén se levantó orgulloso decidido a cuidarla para siempre hasta que volviera a sonreír con el sol. Después del mágico momento, Rubén regresó a casa cuando caía la tarde. Su mamá le guardaba un secreto que todos los padres de los niños del lejano pueblo sabían, la primaria rural de Ayotzinapa iba a desaparecer, tenían que cerrar por falta de presupuesto y personal. Los gastos de la institución eran insostenibles y una matanza del gobierno en una zona del pueblo demoraba a los voluntarios, poco a poco fueron renunciando por miedo además, los maestros se quejaban porque sus sueldos en cheques entraban y rebotaban ya no tenían ni para comer, habían puesto  muchas quejas y denuncias pero nadie les hacía caso, hasta los agarró la policía. El ultimo envío de ayuda por parte del gobierno fue robado «quesque» por unos delincuentes que ya sabían del envío de dinero para acá, dice el rumor del aire en el pueblo, que fueron los mismos políticos los que se lo robaron y que nada más hicieron teatro en las noticias. Rubén entró en el potrero y vio a su padre trabajando, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas, para después poder rellenar con banquetillas de cemento, Rubén pasó de largo hasta la habitación donde se hallaba su madre, entró  la besó en la mejilla ella estaba sentada en la mecedora tejiendo una típica carpeta pueblerina, con colores y animalitos de feria.

Me puedes leer un cuento mamá – dijo Rubén a su madre- hoy la maestra Juanita no nos dejo tarea nos había dicho que esta semana sería muy difícil, pero hoy ni siquiera estuvo mucho tiempo en el salón de clases, estuvimos jugando todo el día en la escuela y les conté a mis amigos como cuidar un jardín de ¡flores!

Su mamá tomó uno de sus libros de Texto lo hojeó buscando un cuento nuevo que él aprendiese. No lo encontró. De pronto dijo: Hijo tengo que decirte algo respecto a la escuela y tu maestra Juanita. El niño la miro  presagiando un feo sentimiento en el reflejo brillante de sus ojos.

respondió ¿Qué pasa mamá? hijo, desde mañana ya no abrirán la escuela, – la madre observó cómo se borraba la felicidad de la mirada de su hijo, marcando en su pequeño rostro la imagen del desconsuelo- parece que se tomaron unas vacaciones y no dijeron cuando regresaban hijo. Rubén comenzó a llorar en el pecho de su madre, sus pequeños suspiros azotaban la tierra y la desgarraban, su llanto encendía la oscura noche y sus padres lloraron con el niño hasta dormir. A la mañana siguiente muy temprano, Rubén salió rápido de la cama, se vistió apresurado con su uniforme azul y tomó su mochila con los libros del día. Su padre no pudo retenerlo con sus largos gritos. Él salio corriendo pensando en su escuela, en su maestra, sus compañeros y en su amigo Don Andrés al cual le había hecho la promesa de ayudarle con sus tareas de jardinero. Tengo que llegar antes de que cierren la escuela – se repetía a sí mismo corriendo a toda velocidad- tal vez yo, la Maestra y Don Andrés podamos detenerlos y evitarlo. El camino fue más largo que nunca. Al acercarse más a la escuela notó que faltaban las risas y los gritos de los niños, recordó que siempre a esa hora escuchaba a todos  jugando a corretearse en el gran árbol. Mientras más se acercaba a la puerta, más ganas de romper en llanto tenía, nadie ni sus amigos, ni los maestros, ni siquiera el jardinero Andrés se veían a la vista, solo vió a un par de hombres con uniformes de policía colgando un letrero en la puerta principal. ¿Hoy van a abrir la escuela señor?-Preguntó el pequeño Rubén- El hombre aquel se quedo callado, volteó a ver a Rubén tapando el contenido del mensaje que decía «Cerrado» y le dijo: Me parece que para el próximo año todo volverá a la normalidad, no tienes por qué preocuparte – dijo el oficial al pequeño Rubén- ¿Es verdad que ya no abrirán la escuela señor? – pregunto Rubén con lágrimas en los ojos No amiguito, – dijo el policía guiñando un ojo y comentándole en voz baja a Rubén- » pero después de un tiempo, aquí todos se acostumbran niño». ¡Ya vete con tu mamá, andale!. Rubén partió poco a poco volteando la mirada a su vieja escuela, lo que le había dicho su madre era cierto, no lo podía creer, caminaba desconsolado hacía donde no se conoce la sonrisa, el pequeño Rubén no sabía qué pensar, todos sus sueños estaban traicionados, como si allá abajo lo hubiesen encañonado para robarle la vida, se sentía pesado y hueco como las piedras. De regreso a su casa por el camino, el pobre Rubén recordó el lugar donde había salvado a la bella flor que encontró un día antes de nuevo sonrió y corrió como el viento hasta el lugar donde había dejado la flor; pero al llegar su flor estaba completamente marchita, sus pétalos tiernos no hubieran podido resistir la fría noche, sólo quedaba la imagen de la flor sin vida y las lágrimas de Rubén asfixiaron lo más bello que se encontraba ahí en ese momento, la esperanza de un niño guerrerence.