Por Claudia Vega

Desde lo hondo de  mi porvenir, durante toda esta vida absurda que había llevado, subía hacia mí un soplo oscuro a través de los años que aún no habían llegado, y este soplo igualaba a su paso todo lo que me proponían entonces, en los años no más reales que los que estaba viviendo. ¡Qué me importaban la muerte de los otros, el amor de una madre! ¡Qué me importaban su Dios, las vidas que uno elige, los destinos que uno escoge, desde que un único destino debía de escogerme a mí y conmigo a millares de privilegiados que, como él, se decían hermanos míos!”

Albert Camus, El extranjero (1949)

Usualmente cuando pensamos en la palabra “extranjero” Indudablemente nos remitimos a personas con una condición cultural y, sobre todo, espacial y territorialmente distinta, e indisputablemente lo es. Sin embargo en un sentido más abstracto  (sociológico) hay autores como Georg Simmel, Alfred Schütz y Albert Camus, por nombrar, que tienen una concepción distinta. Para estos autores el extranjero no es un sujeto, es una construcción social, una forma de interactuar con los demás, incluso un elemento fundamental de la sociedad como lo son los pobres. Entonces surge la interrogante de ¿Por qué es el extranjero una construcción social y no un sujeto en concreto? Primero que nada para los integrantes de una sociedad la vida ya está  otorgada a través de la cultura, es decir normas y valores que rigen y orientan la acción de los sujetos recíprocamente. Dicho de otro modo, nuestro actuar tiene consecuencias sobre los demás y viceversa. Entendiendo esto, es posible afirmar que un extranjero se convierte en tal, no por sus elementos constitutivos, sino porque los demás le dotan de ese atributo.

Cuando un extraño llega, llámese migrante o turista,  posee en sí una cultura, en mayor o menor medida, distinta  a la del grupo al que se integra. Esto no genera, lo que vulgarmente se denomina, un choque cultural, sino un acercamiento con lo lejano. Pero, es importante aclarar que esta “cercanía con lo lejano” es relativa, dado que no nos referimos exclusivamente a la disminución de una frontera espacial, sino también hablamos de cuestiones mucho más abstractas como lo es el rechazo de una cultura propia.

En este sentido de relatividad en cuanto a que el extranjero representa el acercarse a lo que se considera lejano, se puede finalmente dar la premisa de afirmar que un individuo puede convertirse en un extranjero dentro de su propio grupo, o sociedad. ¿Cómo es posible que esto ocurra? Sí ser extranjero representa no compartir las mismas características culturales, por lo tanto en el momento que un individuo comienza a rechazar ciertas conductas, también empieza a extrañarse de sí mismo.

Para entender completamente la forma del extranjero primero que nada hay que deshacernos de esa idea folklorica que la palabra cultura representa esas cuestiones antropológicas de etnicidad. La cultura es, incluso podríamos llamarla, una forma de vida irrefutable, Es un conjunto acciones orientadas por ciertos valores, que nos indican cómo vivir y actuar cotidianamente. Está presente como un ente intangible que vive dentro de nuestra conciencia de forma inconsciente. Por tal motivo ésta es incuestionable. Pero, sorpresivamente su debilidad se encuentra en su fortaleza, es decir si está tan interiorizada de tal forma que actuamos inconscientemente el hecho de cuestionarla es también el punto de ruptura.

Simmel, uno de los autores antes mencionados, ejemplifica este proceso con un aspecto trivial de la vida humana, el amor. Dos amantes que creen profesar un amor mutuo diferente al de los demás, por ello se excluyen del resto, se alejan y expresan su amor de una forma, para ellos, única, pero llega un punto en el que alguno de los dos comienza a notar que su amor no es un amor diferente, sino que es igual al de todos, que sólo repite una fórmula ya establecida. Es aquí donde se inicia el verdadero distanciamiento, donde el amante, en aras de cuestionarse lo incuestionable descubre que no es la encarnación de un amor puro, sino un amor vulgar que comparten todos los individuos y que de no ser él cualquier otra persona habría adquirido el papel de amante.

Cuando dicho distanciamiento ocurre el individuo cae en una crisis, de la que quizá no pueda dar marcha atrás. Es en este punto donde el sujeto nota su superflua existencia en un mundo de generalidades que oprimen la individualidad del ser y comienza una lucha libertadora contra esa fuerza estructural.  Esta lucha está representada desde el pequeño e insignificante hecho de cuestionarse situaciones tan vánales como el porqué de tener que cubrir nuestro cuerpo hasta el hecho de excluirse totalmente de las normas y valores y rechazar de manera radical ciertas cuestiones. Podemos remitirnos también a la genialidad literaria de Camus, quien en su obra, “El extranjero”, emana la esencia misma de lo anterior expuesto. Un asesino libre de remordimientos, acepta la pertinencia impuesta a su persona declarando su culpabilidad como algo irrelevante y sin importancia, dado que la cultura que le rige le parece absurda y sin sentido.

Si bien la cultura ya está establecida antes del sujeto, es también cierto que este mismo la conforma pero termina siendo rebasado por ella al trascender sobre la propia existencia del hombre. Al convertirse en extranjero, o mejor dicho en extraño, se puede presumir de una cierta “libertad”, en razón de estar insubordinado a prejuicios. Esa libertad se traduce en objetividad. El extranjero es, entonces, objetivo en cuanto a la valoración de los hechos al tener una neutralidad para emitir un juicio. Pero, esta condición resulta desacreditarle por los demás y provoca una exclusión, voluntaria o involuntaria, dentro de la estructura social, remite al individuo a una posición marginada.

Finalmente, el extranjero se convierte en un elemento marginado y excluido, que de forma irónica percibe la realidad de una forma más real y tangible, pero trágicamente el extranjero se convierte en  una forma de vida más, cuyas acciones están orientadas en razón de la sociedad que rechaza, y que es quién realmente lo configura como tal. De forma simple, uno no es extranjero porque así lo quiera, sino porque los demás condicionan su existencia.

Obras retomadas:

Simmel, Georg. «El extranjero.» En El extranjero. Sociología del extraño, de Alfred Schütz y Norbert Elias Georg Simmel, 21-27. Madrid: sequitur, 2012.

Camus, Albert. El extranjero. Buenos Aires: Emecé, 1949.