Por: Daniel Hernández Garcia

Nos conocimos en la cúspide de nuestra juventud, aquellos eran días dorados y sencillos, no teníamos nada en mente más que el instante próximo, éramos jóvenes y como jóvenes queríamos conocer.

Coincidimos en un call center en la torre latinoamericana, nuestra labor era vender el sentimiento se protección y seguridad a individuos de oídos cerrados. El sarcasmo nos unifico y nos hizo comulgar, pero la hilarante interpretación de Duke de Deep fue lo que nos hizo hermanos y como primer paseo de hermanos lo dimos en La Risa, esta pulquería que en su historia misma alberga la mía y la de mis borracheras; finas borracheras con personas de excelencia. Las horas se nos pasaban entre escritores y discos favoritos, llegando a la conclusión de que Hunter S. Thompson era el mejor modelo a seguir.

Nos auto denominamos la crema y nata de las ventas aunque únicamente cubríamos el horario laboral y no los objetivos. Meses después junto con unos compañeros le vendimos 72 seguros a una anciana de 64 años que vivía en baja california, una acción vil por la cual casi nos despiden pero jamás se comprobó un acto fraudulento. En esta acción no participo Salvador pero quería sacarlo de mi conciencia de alguna forma.
Por esos meses acaba de abrir La burra Blanca en la calle de San Jeronimo, donde mi hermano Ruben “el chino” hizo los murales de mayahuel y la conquista además de surtir la pulpa para los curados. Así que lleve a Salvador que por alguna razón siempre se tenía que mover temprano sin embargo eso nunca significo nada para mí y al parecer tampoco para él pues con forme más limitado de tiempo se encontraba más tomaba.

Éramos dos mentes en catarsis, aprovechando aquellas ranuras del universo para filtrarnos en los más bastos deseos, en lejanas risas se consumían los tarros, sin saber la procedencia nuestras manos nunca estaban vacías, la Bucanero siempre supo cómo elevarnos, la magia siempre fue una aliada, bastaba que se nos antojara algo para comenzar a jugar con los naipes. Siempre comenzaba con una buena introducción y después de muchos actos de magia la gente se encontraba dispuesta a compartir su licor y sus cigarrillos con nosotros. Solo teníamos que relajarnos y dejarnos llevar por las corrientes cósmicas del lugar para estar al punto. Mi gallanes nunca me impidió el ligarme a las chicas de otros, aunque la caballerosidad de Salvador únicamente le permitía entablar conversaciones con ellas. Un día nos tocó ver marcharse triste a un novio lastimado mientras su novia jugaba con mi lengua y yo jugaba con sus texturas aterciopeladas.

La luna marco nuestra marcha en busca de nuevos lugares. Los proyectiles explotaron sobre el cielo mientras me colgaba de la barandilla del Claustro, todos abrazados marchamos en contra corriente en busca de conciertos y explanadas vacías. Homosexuales nos tiraban la onda acción que tolerábamos siempre y cuando no nos diera sed, sin embargo cambiábamos de compañía constantemente, el ser puntos estáticos jamás se nos dio.

Delirantes conversaciones se llevaron aquellos días, viajes de maletero a casa para dormir durante cinco minutos eternos, “destilado de pulque” que nos inflamo la cabeza, llamadas incoherentes de rutina, “no voy a llegar, estoy bien, iba caminando y me lo encontré, te juro que no lo planee”, no importaba si viajábamos en cajuelas, lo importante era movernos; ¿pero a dónde? ¿Cuál era el propósito? Desgarramos nuestras gargantas en Garibaldi, aquel día aprendimos a no hacer un fondo común, pues el dinero de regreso lo ocuparon para mariachis y cerveza; sentados en el frio, no nos importó el abrazarnos, ni aprender de los vagabundos para evitar el frio, la luna siempre supo cómo cuidarnos y nosotros siempre supimos cómo seguirla.