Por G. Mateo
En el espiral hilo humeante de la vida
en un estúpido letargo se cumplía tu profecía,
entonces, mi espíritu dubitativo
entre un remanso de plasma alcanzó a mirarte,
desventurado detrás del tumulto
evocaste un verbo que decía:
“Hermano, tatuado el destino está en las venas,
tras el velo azul del cielo se escribe nuestra pena”.
En el mugriento gris de los suburbios
el beso sucio del asfalto te abrazaba,
inmóvil, mi tristeza se quedó observando
tus ojos, tu rostro…
tus pupilas dilatadas, contemplando el final
del corredor de cuarzo.
Un fulgor llenaba tu mirada
un majestuoso león aparecía
entre la eléctrica dimensión
con sus garras protegía
tu último suspiro sideral
abriéndose paso
hacía el paralelo universal.
Mi última lágrima rodó hacia ti,
las estrellas, avergonzadas,
fueron mis testigos,
lleno de rabia por el plomo safio
por el cobarde animal que lo incrusto,
incandescente metal de mal augurio,
asfixió el grito valiente de tu sangre;
sangre que cayó gimiendo por el suelo
paseando, deslizándose
por tu pecho, por tus brazos
vi la muerte, estrechándote
untándote el olor de su bella flor;
con su capa negra, me cubrió para consolar
la injusticia cometida,
saboreo tus huesos delante mío
y los surcos de tu último instante,
con su dedo blanco sembró
una semilla en cada miembro,
en cada ojo de tu familia
que te miraba hacia abajo, hacia adentro,
contemplando que te llevaban, sin despedirte.
Oh Hermano!
era tu sueño destinado,
en la suave almohada se encubo tu visión,
en los taciturnos resplandeceres de la madrugada
se destiló la pesadilla
mi dolor muerde las alas de tu ángel,
holográfica silueta desvanecida;
en tu frente creció un augurio
en las líneas de tu helada mano
el óbito yacía en tus caminos
donde la suerte te reto a los dados
y en la última jugada, perdiste el corazón.
Sumergiste la cabeza en el agua fría
de la luna,
debajo de la piel tu alma desprendida
subía al sol,
con la magia del alba has sanado
extendiéndote puro, en el cósmico vacío
ahora sana por favor
este dolor,
devuelve a mis parpados el sueño
y ven platicar con tu eterno admirador.
¡Bienaventurado seas en la nueva dimensión!
todos los que amaste estarán contigo,
ahora, la espera será la tuya,
mientras, disfruta en el esplendor
el verdadero color de Dios
y no tengas miedo
de morir jamás.
Resignación y mucha más fuerza para vivir, cuando se muere un ser querido.
Una disculpa por el silencio de mi suerte… La muerte es dueña y compañera de nuestros destinos, en la penosa espera de vernos reunidos con ellos a quienes les fueron arrebatados los sueños… tenemos el deber ineludible… de fabricar las mejores memorias para compartir a ellos…quienes nos esperan en su eterna juventud… Un fuerte abrazo Juan.