Por: Claudia Vega

 

En mi entrega pasada, ya he hablado de este autor y hecho referencia a alguna de sus obras. En esta ocasión presentaré lo que, representó, una crítica a la sociedad moderna en la que vivimos.

Basta con mirar a nuestro alrededor para ver que lo que nos envuelve es la incesante y creciente presencia de objetos que nos hacen presas de la tecnología y el estatus social.

Haciendo algunas aclaraciones, recordemos que, como alguna vez lo indiqué, la vida está compuesta y expresada a través de formas (recetas, las llama Schütz) que determinan nuestra forma de vida y nuestro actuar cotidiano. A estas formas podríamos incluso llamarlas “formas de vida” y poseen dentro de sí sus propios tipos, por ejemplo está la forma del músico: este se adapta a un ideal ya establecido de cómo debe actuar. Pero, dentro esta forma existen tipos, llámese rockero, metalero, etc. Cada uno con un ideal que se apega al principio del deber ser. Basados en esto podemos ahora llegar al punto principal de esta discusión. Si pensamos que la vida se compone de objetividad (objetos que son producto del trabajo del hombre) y subjetividad (la manera en que el individuo aprecia los objetos), podemos decir que la objetividad es algo que se acepta como una generalidad en la sociedad y la subjetividad representa la individualidad del ser. Una forma entonces es general, dado que establece de antemano una manera de vivir, por lo tanto cuando el individuo acepta una forma de vida,  y vive dentro de ella, esta rechaza toda su individualidad y, la subjetividad en el mundo pierde terreno.

Ahora, en nuestra sociedad actual, moderna y capitalista, el mundo de la objetividad ha rebasado al sujeto. Como alguna vez lo sugirió un grande de la teoría crítica, Herbert Marcuse, vivimos en una sociedad de consumo con falsas necesidades creadas principalmente por los medios de comunicación. Interpretándola bajo la lógica de Simmel, la cultura objetiva trasciende sobre el sujeto limitando la inmediatez y la individualidad. Esto es lo que él llama “la tragedia” de la cultura moderna. Como dije, en un principio, basta con observar como un objeto nos dota a nosotros de valor y estatus dentro de la estructura, cuando lo ideal sería que nosotros determináramos el valor. Nuestra posición en la sociedad está determinada objetivamente, principalmente, por  lo que se posee de forma material.

Hemos perdido la capacidad de asombro, afirma Simmel, la que nos permitía vivir a la expectativa del mañana, a la espera de algo nuevo. Hoy en día, aparentemente, todo está dado. El gran ideal de la sociedad moderna, es el dinero, y más que eso la capacidad de adquisición, reflejada en la materialidad. Nos medimos y valoramos, por lo que poseemos, y no por lo que somos.

Marcuse, advierte que hemos sufrido una conquista tecnológica, legitimada por una cultura mediática, que promueve ideales de conducta basados en el orden establecido. Incluso el arte, ha caído en la alienación, ha pasado ser un mero proceso se racionalidad técnica. “El arte tradicional, aparece sólo como “citas” y residuos de un pasado” Expresa Marcuse. El arte de la escritura (la literatura) ha muerto o apenas sobrevive, en este devenir de la efervescencia, teniendo que adaptarse. “El lenguaje redujo el discurso a una sucesión de palabras” Añade posteriormente. Somos hijos del capitalismo, dicen a menudo, y por lo tanto no podemos renegar nuestra realidad histórica, pero trágicamente caímos en la enajenación y vivimos alejando la mirada de los verdaderos problemas que atañen al individuo.

Simmel aboga por un retorno a la individualidad, a buscar la inmediatez de la conciencia y los sentimientos y sobre todo, en un punto utópico y filosófico, la trascendencia del individuo. Él encuentra esto posible, de manera un tanto opuesta a Marcuse, sólo a través del arte. El expresionismo, para ser exactos. Pues sólo a través de él, encuentra la liberación plena de las emociones y sentimientos del individuo. Es importante recordar que el autor sólo vivió las dos primeras décadas del siglo pasado, y que, si bien, el contexto en que desarrolló su crítica no es el mismo, ella si es acertada. No veamos todo con ojos de fatalismo, pues debemos reconocer que también la lucha contra la forma ha comenzado.  Cualquier aspecto, por muy pequeño y banal que se considere, que rechace o cuestione el ideal de las aspiraciones de esta cultura “moderna”, representa el paso al cambio. Personalmente, apuesto a la ideología de la teoría crítica: criticar nuestra realidad, partiendo de una crítica propia para modificar nuestro entorno.

 

Obras consultadas:

Simmel, Georg (1987) El conflicto de la cultura moderna. RIES. Pp. 174-231

Marcuse, Herbert (1981) El hombre unidimensional. Ariel. Barcelona.