Por José Luis Ayala Ramírez

Twitter: @ayala1788

 

Siempre será complicado adaptar a la pantalla grande un clásico de la literatura, sobre todo tratándose de un libro que ha pasado por varias generaciones envejeciendo maravillosamente como es la obra de Antoine de Saint-Exupéry, un libro que casi todos los lectores activos de este planeta han leído y por lo mismo el rango de error es mínimo.

Mark Osborne; director de la primer Kung fu Panda, se ha declarado como un amante absoluto de la novela, eso lo hizo negarse la primera vez que le ofrecieron realizar El principito, sin embargo al final cedió optando por no hacer una adaptación del libro, sino una carta de amor al mismo, y ese sentimiento se puede apreciar casi de inmediato al emprender el viaje en este largometraje.

El principito no es una adaptación fiel de la novela, pero si una reinterpretación en su esencia y su mensaje, los personajes de el Aviador, el zorro, la rosa y por supuesto el Principito hacen su aparición, sin embargo la batuta de la historia la lleva una pequeña niña que alentada por su madre desea aspirar a objetivos poco comunes en alguien de su edad, esto la hace perder la noción de su niñez la cual será poco a poco recuperada cuando alguien le cuente la historia de El principito. De esta forma se fusionan este nuevo argumento con el relato sobre el niño que vive en un pequeño planeta para crear una parábola que engrandece el significado del libro.

El director combina hábilmente animación CGI  con stop motion para dotar al filme de una fuerza visual muy efectiva, así mientras la historia actual es proyectada con un trabajo más moderno pero a la vez común, la parte del libro es actuada con un hermoso trabajo de captura que nos hace viajar del espacio al desierto y recupera algunas de los pasajes más bellos de la novela.

Probablemente la parte más arriesgada y a la vez más aplaudible es el tercer acto del filme, el cual puede repeler por tomar unas cuantas decisiones que pueden molestar a los más puristas pero que es donde igualmente el mensaje cobra mayor fuerza y el trabajo visual e imaginativo del cineasta se deja ver con más claridad.

El principito es un alegato a recuperar la niñez perdida, a crecer sin olvidar nuestra infancia, nos invita a recordar y sobre todo a volver a soñar y maravillarnos. Osborne entrega así su carta de amor a un libro que lo marco, tan llena de sentimentalismo que puede llegar ser criticable pero cuyos méritos logran salir a flote entregándonos una de las películas más conmovedoras y sinceras del año.