Por: Daniel Hernández García.

 

“La prostitución es la más horrible de las aflicciones producidas por la distribución desigual de los bienes del mundo”.

Flora Tristan.

 

Cada fin de semana nos estacionábamos bajo la sombra del mismo árbol, era nuestra labor el mantenernos atentos pero preferíamos descansar, observar el leve movimiento de las sombras sobre nuestros rostros, los autos se deslizaban sobre Tlalpan en un leve susurro casi imperceptible en nuestro descanso, autos se estacionaban frente y detrás de nosotros, no nos importaba sus actividades ni tampoco les importaba nuestra presencia.

La esquina de  la que les hablo se encuentra entre la estación Chabacano y San Antonio Abad en la calle Jose Maria Roa Bárcenas ahí se concentran prostitutas durante el día y la noche. Francamente no nos importaba el lugar ni sus ocupantes, estábamos bajo la sobra de uno de los arboles más frondosos de la ciudad y además de estar en un punto donde nos podíamos desplazar a cualquier destino de manera rápida, como cada sábado comprábamos unas cervezas en la tienda que se encontraba frente a nosotros solo para pasar el rato, durante dos meses realizamos la misma actividad, las prostitutas nos comenzaron a saludar y a impórtales menos nuestra presencia, éramos invisibles para sus actividades, hacían sexo oral a sus clientes a pocos metros de nosotros, platicaban de sus vidas en voz alta sin importarles que escucháramos sus conversaciones, supimos que uno de los travestis que se encontraba ahí (El anciano) había estado en prisión por matar a su amante a puñaladas y en la cárcel mato a cinco hombres para que no lo violaran, para un travesti de su edad era muy difícil conseguir clientes por lo que les pedía prestado a las chicas para poder pagarle a su padrote.

Entre tantas caras y comportamientos había una puta que llamo nuestra atención, la apodaban la jarocha, ella solo trabajaba de las 3 de la tarde a las 8 de la noche era la única que no tenía padrote, llegaba en su auto un altima plateado, compraba una cerveza corona, se paraba en su esquina y antes de comenzar a trabajar dibujaba una cruz en el suelo con la mitad de su cerveza e ingería lo restante,  esto lo hacía al inicio de día y después de haber atendido a un cliente, en un principio pensamos que lo hacía como una manda o algún ritual santero desconocido para nosotros.

En repetidas ocasiones nos encontramos a la Jarocha en la tienda donde comprábamos nuestras cervezas y cigarros, esto provoco que sintiera un poco de confianza con nosotros, nos comenzó a saludar de la misma forma que saludas a un vecino además de pedirnos un cigarro de vez en cuando.

Un sábado comenzó a llover intensamente, la jarocha era la única prostituta en su lugar de trabajo, se acercó empapada al árbol donde estábamos, mi compañero se compadeció de ella y la invito a subir al auto, ella nos agradeció y nos pidió de favor que la lleváramos a un hotel a unas calles atrás, eso hicimos y nos pidió que la esperáramos un momento, ella salió seca y con otra ropa, subió nuevamente al auto y regresamos bajo el árbol, ella nos preguntó si no tendríamos problemas por subirla, le dijimos que no nos importaba y con esa lluvia dudábamos que alguien nos observara , estuvimos platicando con ella durante unos 40 minutos. Nos dijo que se llamaba Samantha nunca pensé que ese fuera su verdadero nombre pero es algo que aún me tiene sin cuidado, nos platicó que su madre se encontraba desde hace muchos años enferma, además de tener a dos hijos de la edad de 5 y 9 años los cuales los dejo al cuidado de su madre en Veracruz, ella mantiene a su madre y a sus hijos. Después de un rato ella nos dijo que éramos muy preguntones y que prefería ya no hablar de su vida, nos dijo “han sido muy buenos conmigo y sin abusar de ustedes me podrán regalar un poco de agua.” Le pase un botella de agua que tenía sin abrir, ella nos dijo que le estaba dando calor, bebió un sorbo de agua,  después pasó la botella por su cabeza, se subió un poco la falda dejando ver su vagina la cual no pudimos evitar ver, tenía una vagina muy cuidada, su textura era como la de un durazno fresco, mantenía un color rosa en los labios y esponjados como un pequeño cojín, Samantha se pasó la botella por la vagina y dejo caer un poco de agua sobre ella, sus delgados bellos exhalaron como los capullos de las rosas todas las mañanas, se arregló la falda y bajo del carro, la lluvia había parado; inmediatamente subió a un auto negro. Nosotros quedamos impresionados por lo que hizo Samantha dentro del carro, no esperábamos que hiciera eso ni tampoco era nuestra intención fue una acción innecesaria que nos confundió un poco.

 

Después de esa tarde lluviosa Samantha se acercaba a nuestro auto para platicar cada vez que podía, hacia bromas, aunque sabíamos que nos mentía en ciertas partes de su vida comenzamos a  conocerla como persona, como una buena persona.   Fue entonces cuando me di cuenta lo realmente estaba pasando. Cada día tomaba una cerveza y hacia una cruz con ella y bebía lo que restaba, lo hacía para bendecir a su trabajo y para pedir perdón a dios por su pecado, y bebía lo restante para embriagarse poco a poco para poder soportar a sus clientes, ella nos decía que no le importaba tener sexo con desconocidos porque le gustaba mucho el sexo, sabía que al final del día estaba lo suficientemente ebria para soportar los hombres encima de ella sin embargo la sensación de asco no la abandonaba.

Un día Samantha y las chicas golpearon a un travesti que había llegado a la esquina después de que una patrulla las interrogara sobre un asalto a un hombre por una sexoservidora, aunque todas sabían quién había sido no quisieron dejar el asunto en manos de la ley, hicieron justicia con sus propias manos, golpearon al travesti no por haber robado al hombre sino por manchar la reputación de la esquina, nadie tenía derecho a desvirtuar su oficio.

El ultimo día que vi a Samantha antes de que me reasignaran llego con un vestido verde agua floreado, iba sin maquillaje y con sandalias, se veía tan tranquila e inocente, su aura se podía ver, ese día no dibujo ninguna cruz, ese día se despidió de las chicas y de nosotros, dijo que se iba de vacaciones.

 

Me imagine a Samantha caminado con sus hijos en alguna playa de Veracruz con la misma aura balsámica que tenía ese sábado.

 

Hace un mes la vi de nuevo en esa esquina, se veía ojerosa y triste, salude por la ventana del auto pero no me reconoció pensó que era un posible cliente, me aleje de ella viendo su silueta desvanecerse por el retrovisor. Hay ángeles que viven condenados a vivir en la gran trampa divina.