Por: Alejandro Izunza

 

 

Esto ya nadie me lo quita:

voy a llegar, aunque las fuerzas

me abrumen ya con que se acaban

aunque traiga el alma melancólica.

Aquí empezaré, donde termino:

siempre habrá otra vez, y cantaremos

lo que no creíamos que era nunca

RBN

 

 

Si o no, me gusta, por ejemplo, ir los viernes al Jumil, “al cerro de Jumilete”, dice mi compadre el Flaco. Apenas leí algo que me dio el padre Julio, un libro de Rubén —qué hago yo con un libro—. Me dijo que es una cosa como para continuar lo que no ha comenzado. Viera que ni le entendí. O, verá, me dijo con voz como de cardenal, “una historia que ya venía siendo y se toma como se toman las bocanadas de aire para vivir, o como se cogen las mariposas para redondear una oración”, dijo.

Pero, a veces, cuando uno anda todo malhumorado, ni ganas se tienen; ni se antoja siquiera tomarse un tequila o una buena cerveza, y qué se va a querer coger nada. Entonces, llega uno a casa con una cara que parece decir: ¡hazte a un lado! Se le atora a uno la manzana del pecado en el cogote, de andar aguantándose, como los merititos hombres. Mejor tener algo en la boca para no mandar todo al cuerno.

Se traga uno sus palabras a mordidas, a puños ¿y qué? Se da uno cuenta de que la vida no es como se dice, de a de veras. Hasta los que parecen no tener manzana, muerden la mentira. Todo ha sido un engaño: este pueblo, la casa de usted, el volcán. ¿Qué perseguía, comadre? Nadie ha sido honesto. Todos cuentan, dicen, hablan una historia de las historias, o las historias de la historia. ¿Qué importa, no, comadre?

Me miento para vivir como todos, para ser como todos, para olvidarme como todos, para saber como todos, porque todos saben pero no quieren dejar de saber. Si yo también busco estar contento, comadre, pero no puedo, soy tan cobarde. Algo, antiguo y de adentro de uno le dice: tú, tú qué vas a saber; no sabes nada. Ese cura, sí que sabe de entendimientos. Siento como que me contagia. Pero nada, nada, uno es así nomás. Usted lo sabe, comadre, usted sabe que hasta el chorro es parte de la vida.

Ahora que, sinceramente, las palabras no son sinceras; a veces es lo que me digo. Déjeme ver qué estoy diciendo. Sí o no. Ya sé: las palabras no dicen la verdad

verdadera, la puritita verdad. ¿Por qué? Porque uno anda ai de falso valiéndose de ellas para mentir a cada rato; como el corazón, otro mentiroso también, pum-pum, pum-pum, pum-pum, como balas de las balaceras con que nos amanecen los días; ya ve qué rara está la gente ahora. Que lluvia ni que nada, puro plomo, gotas de balas. Y al fin y al cabo que una bala es un pedacito de metal, pero ¡ah, cómo mata!

Fuego del que quema, comadre, como el demonio. Sí o no. Le venía diciendo, mire, que he guardado silencio. Juré que no diría nada, cuando juré que ya no iba a tomar. Fui malo. Y cada cosa mala que uno hace, se le revierte dos y hasta tres veces peor. Sin decir el castigo que Dios mismo añade a la maldad de por sí. No importa si se cree en él o no; de que le toca le toca ¿Le sirvo otro sotol, comadre? ¿No? ¿De veras? Ándele, no se apure por el que dirán. Nomás el del estribo.

Así que, fíjese, ese día venía de la Iglesia; fue su misa de…, pues usted ya sabe de quién… Y ojalá que en la Santísima Gloria esté. Perdóneme, perdón, per-perdón. Me senté cerca del vicario. No estoy triste, ni lloro, es el alcohol que me hace sudar, nomás. Y… No sé porque los representantes de Dios son como son, verá, como burócratas, como esos de la capital. Ahora hasta para creer en Dios hay que llenar formularios y regresar mañana. No vaya yo a decirle a diosito que me espere hasta mañana para creer en él. ¿Eso es la fe? Ay, comadre, en otro tiempo mi viejito, que nomás leía la biblia por gusto, me enseñó la belleza de amar a Dios y estar en Él, como Él está en uno. Pero, le decía, mire, aquél padrecito juzgó a todos parejo, reprobando la actitud de algunos; usted sabe comadre, yo ni persignarme sé; y de los jóvenes se quejó todo el tiempo, porque ya no creen en nada, o dicen: “Gracias al diablo creo en Dios”.

No compasivo, no clemente, fue condenatorio: juez y verdugo. Nos acusó enfrentito del mismísimo Cristo crucificado, ¡válgame el cielo!, y dio por hecho que todos allí éramos fieles a la doctrina. En su pensar, creo que creyó que, si todos entran a una Iglesia es porque siguen los preceptos y se saben de cabo a rabo todo; al fin y al cabo que la casa de Dios no es una cantina donde entra cualquiera.

Y luego siguió con que nuestra fe era débil. Y que reflexionáramos si no estábamos siendo hipócritas. Hipócritas, dijo. Hi-pó-cri-tas. Yo sentía como que lo que decía me iba acongojando, haciéndome pequeño, disminuyendo: me sentí decepcionado. Me llegó a lo más profundo del alma.

Quise contestarle, decir que no todos éramos lo que creía; que las escrituras no son para hombres injustos como él, que hace del pensar una cosa al revés, o que piensa que los demás no piensan y que los tiene que desasnar: ¡fíjese nada más! Pero acaso no

dice la biblia “amarás a tu prójimo”. Ah, qué caray con ese padrecito, creo que tuvo uno de esos días malos de impaciencia.

Fíjese nomás, Dios es paciencia, lo otro, el Diablo. Eso he aprendido. Hay que saber escuchar, como Jesús dijo: “el que tenga oídos que oiga”, ¿sí o no, comadre? Yo creo, comadre, que hay que saber escuchar a los que no son como nosotros, como ellos, como nada que conozcamos.

Creo, dijo el señor pastor, en el poder de Cristo nuestro señor, y en la santa iglesia. Perdóname, diosito; que me perdone, comadre, pero mi abuelito dijo una vez: “Ningún provecho nos ganamos con pasárnosla aquí gimiendo”; levantó la cabeza al cielo, donde un avión rayaba y remató: “ese avión va a alguna parte, como tú irás; entonces alguien te mirará como nosotros vemos a ese avión y sabrá que vas. Tal vez otro vea cuando llegues y otros más cuando te vuelvas a ir”. Quiero-creer-que-todo-en-el-mundo-es-paciencia-o-lo-otro-comadre.

¿Qué soy para decir esta bola de palabras, comadre? Nada no soy, pero, ¡ay!, cómo me acuerdo de cuando ella estaba viva y las cosas que me decía: “El amor, un amor, los amores son para toda la vida, mi negro santo. Amor viene de amor”. Y ahora que recuerdo el rostro de ese vicario, no sé por qué siento como que de su boca emanaban vapores que laceraban mi humor, y de allí no salía amor, sino reproches por ver a alguien como yo; como esas pobres criaturas que todavía tienen que encontrar algo en qué creer, ahora que se han decidido a mentirse. ¿O habrá sido que iba medio entonadito, comadre?

Lamento no saber persignarme, lamento no saberme las canciones que cantan cantándolas. Lamento olvidar que lo mismo es distinto. Quise decirle, oiga, padre, he leído la biblia y dice esto y esto otro, y aquello de más allá. Pero me acordé que no la he leído. Amachado, me aguanté las ganas que tenía de llorar, comadre, y así aguantaré, comadre, hasta que me quiebre, porque doblarme no sé.

Y si recordar, si recordar fuera… No, eso no. Pero, ¡hip! Perdón, perdón, comadrita ¿De qué estábamos hablando? Ah, ya me acordé. ¿O no, comadre? Porque así somos los hombres, ¿no? Quién no se entrega borracho de amor a su mujer. O a su hombre, comadre, no se crea, ya le vi los ojos de pistola que me está echando. Pues si todo es amor.

Que cómo no me voy a acordar de ese día, comadre; ¡uy!, no, si supiera que me acuerdo hasta dormido. Una lata. Quesque insomnio, dice el doctor; él sabrá mucho, pero para mí que es otra cosa. Entonces, ¿se refiere a ese día, cuando mi compadre el

Flaco? ¿Sí, comadrita? Casi ni tomamos esa vez, y casi ni bailamos; bueno, algunos, porque otros estaban duro y duro con el zapateado. ¡Hip! Ay, perdóneme, perdón. Todo porque a su tío le encantaba el baile, y ni se diga a la pirinolita de su mujer.

Así que todos nos fuimos disque a bailar a la plaza por la fiesta de la patrona. Yo apenas me sé dos pasos, así que nomás fui a bailar los ojos. Usted es bien bailadora, sí o no, comadre. Yo-la-vi, yo-la-vi-co-ma-dre. Usted no lo sabía, pero ahora ya lo sabe; que ese día iba tristeándo, comadre, porque recién se me había ido, aunque nadie preguntó y yo no dije nada. Y ese día usted se enamoró otra vez, ¿sí o no, comadre? O se va a desdecir de aquello que me contó ese día. Y el zonzo ese de su marido, ah, qué bruto, de verdad. Ni se dio cuenta que llegó aquél, verdad de dios.

Ese día me acuerdo que iba el Saúl, el tío de usted, con su Elena; también el Gustavo Chico con su nueva mujer; ya sabe que casi no le gustaba cambiar a cada rato. Eran pasadas las once de la noche cuando llegamos, ¿no? ¿Apoco si se acuerda? Que se me hace que nada más me da, como quien dice, el avión, comadre.

Luego luego, nomás llegando y sírvame una, dos, tres y tráigase el sotol. Y glúglú-glúgú-glú. También, ahora que lo recuerdo, iban otras mujeres y otros hombres, pero quién sabe quiénes eran. Esta memoria que a veces me engaña. ¡Pero qué frío se siente aquí, comadre! Déjeme tapar un tantito con ese trapo. Arrímese para acá, comadre, así nos tapamos los dos. Usted con esa tos; así no va a poder llegar a Jeru. ¡Y con este clima, menos!

¡Hum! A uno se le olvida pronto que salió del vientre y que hay que cuidarse a veces, comadre. Ya ve, dicen que los borrachos no comen lumbre, pero bien que buscan el calorcito. Aquellos se buscaban. ¿Usted a quién busca? ¿Yo a quién? Ese Gustavo Chico, creo que estaba dos veces enamorado, pero no de la misma mujer. Yo no sé, y para qué insisto con eso. No más que sí se acuerda uno de eso que permanece encendido, bien adentro, hasta el meritito fondo del alma. El fuego, comadre, el fuego. ¿Seguimos hablando de lo mismo, comadre? ¡Hip!

Y luego hubo plomo. Más cerveza, harta cerveza. Un cumpleaños. Risas, ruido por todas partes. El baile y la máscara triste. Y ya ve comadre, dice el Gustavo Chico que porque todo se acaba, por eso no se enamora otra vez, con una basta; pero ya llevará como tres veces una. Además, para qué le miento, se le nota a leguas que anda bien herido. Pero se hace el hombre fingiendo que es un borracho. Es el fingimiento, comadre, el fingimiento: anda quebrado por esa mujer, comadre.

Pero le decía que hubo plomo y usted bien lo dice siempre al final: eso precisamente, su silencio. Ese que me hace oírla de a de veras: Durante un tiempo, todos aprendimos de ellos, todo. Y se hizo tarde, usted y yo nos fuimos. Vaya, qué cosas. Y hubo píldoras de plomo que andaban buscando curar a algún infeliz. Nos fuimos a tiempo, no sé si para bien o para mal. Ni hablar.

Pero una bala es un pedacito de metal. Y ya ve, que un día me dice la mamá de Sasta que ella se sentía como una bala, como una bala perdida. Y yo que me empino un tragote, porque le brilló la flama en los ojos. Me dio miedo. Y pensé en su esposo, mi compadre el Flaco, tan querendón y acomedido, que le tocó en suerte y para quedar trunco, la bala perdida. Pero qué cosas, comadre, tiene la vida.

Y ya, seguí con lo de la bebida mejor, porque una historia tiene que ver con otra. Sí o no… vaya usted a saber. Hubo plomo y al Gustavo Chico le tocó una herida, no, mejor dicho, lo rozo una balita, pero una bonita; quizás sólo fue un rasguño, quizás por eso anda tan raro desde entonces. ¿Por qué será, comadre?

Creo que si un día le preguntan sus asegunes, va a tener que mentir, porque va a sentir los calambres del albur de amor. Bueno, eso yo me lo invento, porque si no se ama entonces para qué le entra uno al inmenso mar. Ya de antemano sabe uno que se llevará un sustote, ¿no? Pero ai andan los valientes, que es lo mismo que decir, los tontos, porque no entienden que fuego llama fuego y que una bala es un pedacito de metal.

Pero nunca lo vi, ni lo he visto llorar. Y de acordarme siento como que se me rompe el alma. Tuvo su dinerito que ahorró para luego maldecirlo, porque nada valía sin ella. Sin ella nada, decía con su mirada de perrito esperando el regreso del amo. Fingía muy bien sonreír; parecía, en serio comadre, sonreír, pero ¡qué pena cargaba, que ni diosito la sabía! ¿O no? ¡Vale madres! A huevo no, no se puede. Y no pudieron más, ni a puritito huevo, ni nada. Tómese otro sotol, comadre, ándele, es temprano. Ya ve que yo de aquí ya no me muevo.

Mire, se hace de mañana. Ai viene la luz. Me voy a recostar tantito aquí comadre. No, no; no he tomado así mucho. Es nomás que quisiera platicar con usted, tanto, tanto. Si supiera, que si algo en mi… Era una bala. Una bala, un pedacito de metal. Era…

Pero sé que hay mujeres que son peor que una bala. ¡Ay, mamá! Vámonos, comadre. Siento como que se me acaba la fuerza en el lado izquierdo. Me está ganando el sueeeeñooo. Pero todavía quisiera seguir en la guaguara, comadre, está rebuena. Comadre, está rebuena la plática.

Gríteles ai nomás el-quien-vive, comadre, para ya irnos. ¡Tío! ¡Ya va-mo-nos! Quién sabe cuánto tiempo ha pasado, si apenas hace cuatro copas. Quisiera detener… ¿Qué? ¿La del estribo, otra vez? Siento que se me salen las de San Pedro comadre, siento. Pero como dice mi compadre el Flaco que se dice: todas esas cosas «tienen su historia también». ¿Sí o no, comadre?