Por G. Mateo

 

Fue hace ya algún tiempo cuando te vi salir corriendo de la casa, ibas hacia el campo, era una noche lluviosa… apretando los puños dirigiste tus pasos hacia el viejo granero, con aquellas navajas que cortan las espigas de la cosecha te rasgaste la ropa, te cortaste el cabello entre la paja, entre el olor de los cerdos y las taciturnas vacas… Con sangre en las manos por la carnicería, saliste pisando el lodo de la plazuela, no te importaba ensuciar más tu vestimenta… bajo la escalofriante tormenta perdiste el rumbo, te acercaste demasiado al viejo pozo de los sueños y como si algo te llamara la atención dentro, echaste un «ojo» en las tenebrosas profundidades.

Al ver lo que había en el interior resbalaste, tropezaste sin poder sostenerte más que del vacío… al caer al pozo sentías un dolor en la boca de tus entrañas, mirabas cómo el agua y las rocas se estrellaba en tus pestañas, en tus dientes. Las uñas de tus dedos se quedaron desprendidas, enterradas en el moho de las piedras enverdecidas, sólo alcance a ver en la última pupila de tus ojos, un anhelo de contemplar la última luna encendida. Dejaste de sentir el miedo y tu cuerpo infinitamente se hundía ; pobre de ti, te caíste en mí sin que nadie más te viera, sin que nadie más lo advirtiera, qué tristes estarán todos aquellos que te busquen, porque yo jamás les diré nada… mañana que despiertes te darás cuenta que todo fue un sueño… Pero yo estaré aquí, bajo la lluvia y el onírico granero… hasta que algún día tú, u otro dormi-mundo regrese y mire en mí la inmensa profundidad de sus miedos.