Por Harry Cano.

 

EL INFIERNO.

Era el mes de Agosto del año 2011. Tiempos difíciles se vivían en Nuevo León, las montañas veían todos los días como las calles se teñían de rojo, inocentes veían incrédulos antes sus ojos como iban cayendo cuerpos, día a día, indiscriminadamente. Se podía oler y sentir el dolor y la tristeza, se podía ver ese color gris que bañaba a todo nuestro estado, caras agachadas de los trabajadores que todas las mañanas tomaban su camión esperando a que una bala perdida de un fuego cruzado no les fuera a arrebatar su vida; las luces del centro de la ciudad se apagaron, se acabaron los bailes nocturnos, las caminatas en la madrugada en el centro de la ciudad con tus amigos. Se terminó todo, éramos como fantasmas caminando sin sentido, desencantados con la vida y abandonados en nuestras casas, viendo en los televisores como reinaba la maldad. Era un dolor absoluto, pero eso no era todo, lo peor estaba por venir, pronto viviríamos un infierno.

Era un 25 de agosto, un día común y corriente, ya era normal escuchar de muertos y balaceras en los noticieros, yo como todos los días tenía miedo de salir a la calle y dirigirme a mi trabajo, había crecido en mi un estrés postraumático -Llevaba tres asaltos a mano armada tan solo en lo que iba del año, vendría un cuarto asalto en el mes de Diciembre- que he ido superando poco a poco con el pasar de los años. Eran ya pasadas de las cinco o seis de la tarde, recuerdo que mi jefa me hablo por celular, dándome la salida, me dijo: “Ya vete a tu casa, ponte a ver la tele, algo paso”. ¡¡¡Me quedé estupefacto!!! Preocupado por saber ¿qué es lo que había pasado? Llegue a mi hogar y le dije a mi madre ¿Qué paso? Y me contesto ¿Qué paso de qué? Prendí rápidamente el televisor, buscando algún noticiero local, y en efecto, lo espeluznante se empezó a revelar ante nuestros ojos.

Lo primero que vi fue humo saliendo de un inmueble, en la parte inferior del televisor, anunciaba el noticiero que había doce personas muertas. Seguía saliendo humo, se empezaron a congregar personas afuera del “Casino Royale”, las madres de los trabajadores empezaron a llegar, lloraban a voz abierta, gritaban desesperadas. La cifra se elevaba, ahora eran más de veinte; empezaron a sacar cuerpos, se divisaban manchados de negro en sus rostros, yacía una mujer acostada en el asfalto, era una empleada del Casino, había perdido la vida.

La avenida San Jerónimo era un caos, estaba llena de gente, de patrullas, los bomberos estaban presentes, reporteros, familiares de las víctimas que fallecieron y otros que esperaban el resultado, recargados en las barandas de los edificios colindantes, desesperados, impacientes, ya lo sabían (….) pero aún les quedaba esperanza de saber, que sus seres queridos seguían vivos.

Una pequeña traza de humo se hacía presente en el aire; afuera las paredes quedaron extrañas, parecían ornamentas desdibujadas, de un color negro, maligno… el rojo aún quedaba entre ese negro que se vino a vislumbrar, pero ahora ya estaba manchado de sangre verdadera.

Ya eran pasadas las diez de la noche y la cifra de muertos se elevaba, ya eran más de cuarenta personas fallecidas. Algunos si sobrevivieron, los tuvieron que sacar por el techo del Casino, la mayoría eran personas de la tercera edad, algunos de ellos estaban con lesiones, otros no tenían nada grave, solo fueron trasladados al hospital. Pasadas las once de la noche se escuchó un ruido estridente, se había desplomado el segundo piso del Casino.

Era mucho, mi familia y yo ya no podíamos seguir viendo la tragedia acontecida, el sueño nos vencía, teníamos que levantarnos a trabajar. No se escuchaba ningún ruido, como si el tiempo se hubiera detenido. Los hogares lucían oscuros, no había ninguna luz encendida, había dolor en Nuevo León, fue una noche triste. Recuerdo que mi papa dijo: “No quiero ni imaginarme cuanto velorio va a ver, tantas familias destrozadas”

 

26 DE AGOSTO DEL 2011

Desperté y mi día lo recibí con una llamada, eran como las seis o siete de la mañana, no recuerdo exactamente, era mi jefa, me comento que se suspendían las labores, solo por el día de hoy. Nadie tenía ganas de nada, ni siquiera de trabajar y eso que Nuevo León se distingue por ser uno de los estados más trabajadores, bueno (…) Ahora ni eso, la gente sentía un luto, a todos cimbro en una mezcla de congoja, coraje y tristeza. No quería ni encender el televisor, sabía que todo iba a estar colmado de tragedia. La cifra de los fallecidos aumento, ya eran en total 52 (Incluyendo una mujer embarazada), no se especificó la cantidad pero a varios se les tuvieron que hacer pruebas, para poder identificarlos ya que sufrieron un alto grado de calcinación.

Todo el mundo tenía los ojos en Nuevo León. El presidente en cargo en ese año era Felipe Calderón, califico de acto terrorista lo acontecido en el Casino y decreto tres días de luto nacional. El presidente Barack Obama dijo que era un ataque “brutal” y “reprensible”. En Alemania, Angela Merkel envió sus condolencias en una rueda de prensa, en Francia condenaron lo sucedido como “Una barbarie que ha sacudido brutalmente a la nación mexicana”. La presidenta de Costa Rica Laura Chinchilla lo calificó como “un cobarde acto terrorista”. Jamás nuestro estado estuvo ante la opinión de todos, fue un acto que trascendió por todo el mundo y que propicio a un cambio, la sociedad de Nuevo León, lo pedía a gritos.

DOLOR ETERNO.

En los días posteriores empezaron a llegar militares y policías federales, estaban por todos lados, en cada esquina. Por los cielos sobrevolaban helicópteros “Black Hawk” y en las calles había tanques y unidades blindadas. Ver todo eso se sentía extraño, me sentía como en un campo de guerra…. Donde no llegaba la paz.

Todos sabemos que el acto se le atribuyo al crimen organizado, en los días y meses posteriores fueron deteniendo a los “presuntos” culpables. Familiares de las victimas demandaron a la empresa para que les indemnizara por lo sucedido y para que se pagaran los gastos funerarios. La empresa se deslindó totalmente, mencionando que “la tragedia esta fuera de nuestro alcance”. Por parte del Gobierno si se hicieron cargo de los gastos funerarios, les brindaron asesoría jurídica, atención psicológica y médica.

Dos meses después, familiares de los difuntos acudieron al lugar de la tragedia donde colocaron 53 cruces blancas de madera con los nombres de cada persona que falleció y pusieron otra con la palabra “bebé” por el niño que no logro nacer. También colocaron una manta en la que le pedían al presidente Calderón no olvidar el caso.

Ya han pasado cinco años y el dolor sigue vigente. Cuando a uno se le muere un familiar cercano es muy doloroso, pero cuando se te muere un familiar en estas condiciones, como las que sucedieron en el Casino, en verdad que no hay comparación, el sufrimiento sigue ahí y por lo menos los familiares no lo olvidan. Patricia Sáenz, quien perdió a su marido en la tragedia, menciono hace días en la misa que les realizaron a los fallecidos, lo siguiente: “Cada día se torna más difícil, pensando que el tiempo lo cura todo, pero no, al contrario, es más difícil. Es muy pesada la ausencia”.

Cada vez que paso por el lugar de la tragedia es imposible no recordar aquellos días de dolor y sufrimiento, no puedo dejar de pensar en las llamas, en los gritos (….) El Casino Royal se convirtió en uno de los capítulos más negros de Nuevo León y de toda la República Mexicana. Debe de estar en la memoria de todos los nuevoleoneses, debemos de guardar honro por la memoria de los fallecidos. La tragedia debe de significar un hecho, que no debemos de permitir que jamás suceda de nuevo, una marca oscura que quedo eternizada en la historia de nuestro estado.