Por Erick Gálvez Ayala

 

Lo dijo de manera tajante el poeta Baudelaire «La fatalidad posee una cierta elasticidad que se suele llamar libertad humana» esto de la vida es una conjunción de historias quebrantadas, de rumores clandestinos, es el existir bajo la esperanza de un nuevo comienzo, pero ¿cuántos inicios somos capaces de vivir? ¿Cuántos caminos podemos escoger?

Todo lo anterior es a propósito de la vida de un icono de toda Latinoamérica, junto a Gardel, Chabuca Granda o a José Alfredo Jiménez, hablamos de Violeta Parra, nacida en Santiago de Chile en 1917, miembro de una familia llena de artistas entre los que destacan: Roberto (cantante y compositor), Nicanor (poeta), Lautaro y Eduardo (folckloristas).

La vida de Violeta es conocida por su recorrido por diversos lugares de su país para conocer temas populares por ser una enamorada del amor, por ser fatalmente realista, por ser de una sola pieza, leal a la gente marginada, defensora de las comunidades menos favorecidas, fue pintora, fue compositora, fue una artista total. Más allá del bien y del mal Violeta hizo lo que quiso con el mejor de los estilos, el natural, el suyo, se comenta que fue un ser humano radiante, persona de principios, de amistades, de sueños y también de realidades.

Con una infancia miserable debido a la falta de dinero encontró en la guitara la forma de crear mundos líricos que le hicieran más ameno su existir, la importancia de sus raíces nunca era olvidada ni en los peores momentos, fue considerada una artesana del idioma porque construyo puentes poéticos para recalcar un realidad diferente, un desazón llamado vida al que se enfrentó con las manos bien puestas en la guitarra. Quería ser profesora de mente pero cantante de corazón, creo temas fantásticos como: «Gracias a la vida», «Volver a los diecisiete», «Yo canto a la diferencia», «Paloma ausente», «La jardinera», «Miren como sonríen», «Run run se fue pal norte», «la carta», «Corazón maldito», «Canción final», «La esperanza», «La flor del olvido», «Palabras finales», también tuvo su momento en el que recorrió Chile para recopilar las voces del pueblo, a pesar de no saber escribir esas personas le cantaban lo que venía a su mente mientras Violeta transcribía esos versos serenos o impactantes, fue una cuenta cuentos, una mujer de resistencia, firme y tal vez más reconocida en el mundo que en su propio país.

Estrictamente su carrera duró 30 años, desde que empezó a tocar en Santiago en 1937 en un restaurante, publicó discos en un lapso de 1955 a 1966, reconocida en Europa, en lugares como Polonia, Francia, Unión Soviética, Finlandia, giró mucho tiempo en esos lares compartiendo su arte, su belleza lírica, sus acordes casi clásicos con el folcklor chileno bien impregnado. Se dice que durante los últimos meses de su vida (antes de su suicidio) cayó en una depresión mayúscula por el desamor de su antigua pareja Gilbert Favre debido a ello decidió terminar con una vida artística prominente ayudada por una escopeta que dejo sin voz a la música latinoamericana.

Violeta Parra es uno de esos seres que vinieron a iluminar un mundo lleno de injusticias, pudo cambiar el sentir de los menos reconocidos poniendo su alma y corazón, poniendo sus fuerzas para alimentar su garganta que pronunció letras llenas de magia, de realidad pura, tenía todo lo que un artista global debe tener, ángel, talento, actitud y un largo libro de vivencias que dejan al oyente en un estado de análisis incomparable.

 

 «Maldigo del alto cielo, la estrella con su reflejo, maldigo los azulejos, destellos del arroyuelo, maldigo del bajo suelo, la piedra con su contorno, maldigo el fuego del horno, porque mi alma está de luto, maldigo los estatutos, del tiempo con sus bochornos…» – Maldigo del Alto Cielo, Violeta Parra.