Por Daniel Hernández García

 

No existe poeta alguno que no haya ensuciado sus manos

pues se requiere estar conectado con la realidad para escribir,

pasar noches enteras en velo, vivir con la incertidumbre de ser correspondido,

sufrir de una y mil formas, sufrir de verdad,

el desconsuelo de vivir a solas,

tener la certeza de que no será consolado

y que la vida eterna e incierta.

 

Mantener la esperanza, mantener las velas encendidas,

tocar tierras nuevas para experimentar nuevos dolores,

mantener los nervios a flote,

sin el afán de ser mártir,

poder ver sus manos y reconocer su vida,

anular la ceguera que trae consigo la comodidad.

 

No hay poeta que no haya pasado una noche en la calle,

que no haya comulgado entre vagabundos

y se dé cuenta que la libertad es una forma de controlarnos,

que los vagabundos están más cerca de ser serafines,

es tan frágil la realidad del poeta que una y otra vez la cuestiona,

muy posiblemente viva una mentira,

pues no puede ser real tanto dolor e indiferencia.

 

La experiencia le ha enseñado, que el poema perfecto no existe,

no existen palabras para elevar al ser humano,

antes de la palabra todo era luz, después nombramos todo,

fue así como nació la gran mentira y con ella la humanidad,

un mal negocio entre amigos.

 

El que se nombre poeta se está mintiendo

y no hay peor poema que el que nace tras una mentira.