Víctor Daniel López < VDL >

 

Para Hellen,

y su familia.

“La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?

 Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor”.

La niña se ha lanzado debajo de la mesa, cubriéndose los oídos con sus dos manos temblorosas. Para no escuchar los disparos que resuenan afuera. Para no oír los gritos de ira y dolor. Para hacer callar la selva despierta que vive en las calles de Managua sangrienta. La niña no puede dormir. Lleva noches sin poderlo hacer. Lleva días sin poder salir. La niña no puede dejar de llorar. Su madre intenta calmarla, pero en vano son sus esfuerzos. Trata de contener sus gritos propios, pero le es imposible. Arrojándose al suelo, también se echa a llorar junto a su hija pequeña y frágil. Tierra de volcanes y lagos. Tierra naciente de la plumaria, pero que ahora ha dejado de brotar, pues la tierra llora, la tierra ahora grita, tierra que sufre se hace pequeña. Y por no dejarse callar, también comienza lentamente a morir. Las llamas del fuego se abren paso, pero es la gente misma que defiende sus pueblos, que no permite que llegue a sus raíces, que olviden. En un lugar, donde el agua es a volcanes, y el tiburón hizo nido en agua dulce, el huracán pone un bosque en reverencia mortal, tiembla la tierra, tiembla el mar de este lugar.

“La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión”.

Lleva más de tres meses que la represión desató la violencia en Nicaragua. Que la pesadilla comenzó para aquel país azul, que dejó de ser azul para convertirse en rojo, que la gente dejó de vestirse azul para vestirse de luto. Casi ya cuarenta años han pasado desde que el Frente Sandinista de Liberación Nacional derrocó a la dictadura de los Somoza, tras una gran revolución de constante lucha, de esperanza y de fuerza. Pero ahora, quien perteneció a aquel grupo revolucionario, ha convertido su gobierno en una dictadura peor y más sanguinaria que la de Anastasio Somoza, a quien destituyó irónicamente por su poder autoritario. Desde entonces, Daniel Ortega se ha ido llenando de poder, tanto que ahora no quiere ni soltarlo y se aferra a él, como la niña pequeña bajo la mesa que se aferra al suelo para ver si así es capaz de aplastar la ira y terminar con su miedo. La niña ya no llora. Ha expulsado todas las lágrimas que su cuerpo era capaz de exprimir. Su hermano sigue debatiéndose entre el silencio y el ruido en las calles oscuras de afuera, o quizá no, quizá para entonces ya esté más muerto que nada, y su cuerpo se encuentre pudriéndose a los rayos de un sol que arde, que quema, pero no más que las noticias que, bañadas en sangre, logran salir a otras tierras rogando ser escuchadas. ¡Exigen atención! ¡Imploran auxilio! ¡Desean libertad y derechos humanos! Piden con desesperación se difunda la pesadilla que se está viviendo en la tierra nica, tierra dulce, tierra linda, que hoy llora igual que la madre que ha perdido a su hijo, que la niña que ha perdido a su hermano, que el estudiante que ha perdido la vida.

“¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar;

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de mayo,

o perderse en el viento sobre el trueno del mar».

Fue a partir del 18 de abril, tras una protesta del pueblo ante una nueva ley que perjudica a los pensionados, que comenzó todo. Los estudiantes, en solidaridad, se unieron a las marchas y protestas, exigiendo los derechos que mínimo deben corresponderles. El gobierno, junto con el apoyo de la policía sandinista y grupos paramilitares, comienza a reprimir. Comienza a callar las voces. A detener los pasos. A detonar sus armas contra los labios. Comienza una masacre que hará emerger toda una marea de sangre. Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, no quieren ceder. Están ciegos, están locos, enfermos. El terror desfila por Mangua, por la UNAN, entre Monimbó y Diriamba, dentro de la iglesia de la Divina Misericordia. Circula el miedo por cada rincón, hasta llegar al punto en el que hoy ya se han superado las trescientas muertes, más de dos mil heridos y cientos de detenidos. Se ha despertado un monstruo, pero los volcanes no irán a dormir, seguirán haciendo erupción hasta que los gritos y lamentos sean escuchados, hasta que el mundo les abra sus brazos. Mientras tanto, una niña seguirá llorando, sin poder salir a jugar o siquiera a contemplar el cielo azul, el mar azul, las lagunas, el color de su bandera, el azul. La niña seguirá llorando, escondida entre los propios escombros del miedo, acompañada de la fragilidad mortal de su madre. Y el hermano, el hijo, el anciano, el estudiante, el niño, la mujer… continuarán arriesgando sus vidas, luchando por la paz, por traer de vuelta a Nicaragua la tranquilidad que le pertenece.

“¡Pobrecita princesa de los ojos azules!

Está presa en sus oros, está presa en sus tules,

en la jaula de mármol del palacio real;

el palacio soberbio que vigilan los guardas,

que custodian cien negros con sus cien alabardas,

un lebrel que no duerme y un dragón colosal”.

No llores, niña, no llores más en este mundo de duelo y de aflicción… no llores, ten esperanza, que aunque pequeña sea la patria, uno grande la sueña. No llores… tranquila… mejor cierra los ojos y sueña… que pronto todo esto terminará… que el guardabarranco volverá a cantar. Que tu hermano regresará… que volverás a ver luz… que tu Nicaragua bella volverá a pintarse de azul…

-«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;

en caballo, con alas, hacia acá se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con un beso de amor».

Poema: “Sonatina”

Rubén Darío

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