Víctor Daniel López  < VDL >

“Por supuesto que hay muchas muertes a lo largo de una vida. La mayoría de las personas no se dan cuenta. Creen que se mueren una vez y ya. Pero basta con poner un poco de atención para darse cuenta de que uno va y se muere a cada rato (…). La mayoría de las muertes no importan: la película sigue corriendo»

¿Hasta cuántas veces uno es capaz de morir? ¿Cuál es la muerte verdadera? ¿Qué es realidad? ¿Qué es ficción? ¿Estamos todos siempre rodeados de fantasmas? ¿O acaso nosotros también lo somos? ¿El pasado es un monstruo consincara con dientes y sin cola? La obra teatral, ahora en cartelera en la Ciudad de México, analiza estas interrogantes de una forma brillante y profunda, con una historia tanto estremecedora, como conmovedora, y que nos invitará a conocer de más cerca la poesía de Gilberto Owen, pero también a verla reflejada dentro de historias comunes, es decir, dentro de las historias de todos nosotros.

Basada en la novela homónima de Valeria Luiselli, publicada en el año 2011 y que ha sido merecedora de críticas sumamente positivas, la obra da como resultado una excelente adaptación que resulta libre y original, aunque también respetuosa. Escrita, dirigida y actuada por Fernando Bonilla, cuenta también con las participaciones de Lourdes Echevarría y Meraqui Pradis, interpretando los tres numerosos papeles al tiempo, cosa que logra demostrar el gran talento actoralmente que todos poseen.

Una mesa al centro con sillas y bajo un candelabro antiguo. A un extremo, un sofá en el que sobre su respaldo se van proyectando tiernas imágenes conforme avanza la historia (pareciendo que lo que se cuenta es tan sólo un cuento de niños). Al otro lado, un espejo grande para mirar lo que a simple vista no puede mirarse. Al centro cuelga una multitud de libros, como estrellas que caen del cielo, como letras que llueven para regar y hacer crecer a una planta seca que representa al pasado. El espacio lo llenan una laptop, una máquina de escribir, una lámpara y un teléfono. No se necesita más. El diseño interior hace que desde el principio uno se sumerja principalmente en el Nueva York de los años cincuenta, creando así mismo un escenario en el que los actores puedan desenvolverse en diferentes ambientes, y también brincar a través de los tiempos.

La historia gira en torno a una escritora que está obsesionada con una obra de teatro en la que trabaja, cuya protagonista está obsesionada con la vida y obra del poeta sonorense Gilberto Owen, y en el que el mismo está obsesionado con la muerte y las pequeñas muertes que tiene uno durante toda la vida. Las historias se mezclan, y van jugando los tiempos y espacios, llegando a un punto en el que los personajes parecieran convivir unos con otros sin la barrera dimensional y sin distinguir qué es real, qué ficción, qué sucede ahora, qué sucedió, y qué son fantasmas solamente los que nos hablan. La escritora y traductora vive en México, casada ya y con dos hijos. En otro plano, se representa su juventud en Nueva York y cuyos fantasmas le sirven ahora de inspiración para la obra que escribe (aquella devastadora lucha que lidió por tratar de encontrar al poeta dentro de su propia vida). Y en un tercer plano, se representan escenas de la vida del mismísimo Owen, en el que combate por igual con sus propios fantasmas, y lo llevan a morir varias veces antes de sumergirse en la muerte final (ciego, solo, y a causa del mayor de sus males: el alcohol).

En el transcurso de hora y media deambulan fantasmas, además del de Gilberto Owen, otros como García Lorca, Duke Ellington, Ezra Pound o el de Louis Zukofsky. Fernando Bonilla logra una estupenda dirección en la adaptación de la novela de Luiselli, junto con un talento actoral digno de aplaudir. Esta es, sin duda, una de las mejores puestas en escena actualmente, a cargo de la compañía Puño de Tierra. Es sumamente recomendable. La obra se presenta los viernes (20:45), sábados (18:30 y 20:30) y domingos (18:00) en el teatro Foro Lucerna, hasta el 25 de noviembre.

 

“Es ya el cielo. O la noche. O el mar que me reclama

con la voz de mis ríos aún temblando en su trueno,

sus mármoles yacentes hechos carne en la arena,

y el hombre de la luna con la foca del circo,

y vicios de mejillas pintadas en los puertos,

y el horizonte tierno, siempre niño y eterno.

Si he de vivir, que sea sin timón y en delirio.”

                                                                       Gilberto Owen

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