Víctor Daniel López  < VDL >

Después de cinco años de ausencia regresa Murakami con el que será el primero de dos libros sobre una historia fascinante y profunda, donde lo imaginario y real convergen en un lugar alejado de la ciudad, en medio de las montañas y dentro de la espesura del bosque; un rincón secreto que parece ideal para esconderse del dolor, en soledad, tratando de escapar de las sombras del pasado, o bien, ideando la forma de reconciliarse con ellas; un sitio en donde poder curarse resulta esperanzador, y entonces se lucha por lograr aliviarse uno, poder traer de vuelta la luz perdida, la vida y la inspiración.

La muerte del comendador” es esta novela, bajo el sello Tusquets Editores, que logra leérsele muy íntima, casi como si uno pudiera habitar en la mente y en los pensamientos del protagonista, sentir sus miedos, tocar sus recuerdos, presenciar ese misterio que ronda por el ambiente de cada una de las páginas del libro: en la cabaña antigua; en el bosque donde el silencio de noche es roto por el abrumador canto de los grillos; en una pintura enigmática que esconde tras el óleo grandes secretos y nos remonta a una escena de ópera y a una Viena invadida por los nazis; en las personas que poco a poco van apareciendo cada quien con su misterio y su propia historia, sin que sea meramente casualidad. Y es que así resulta todo en esta novela, nada es coincidencia, todo es causal. Todo se conecta, todo tiene razón de ser, y el desarrollo de la historia hace que uno quiera avanzar más rápido para llegar al final y poder desatar los nudos, desenterrar los fantasmas ocultos, saber la verdad: la de todos, la del pasado, y quizá, hasta la propia verdad de uno.

La historia comienza cuando el protagonista, un retratista reconocido, pero alejado entonces del artista que siempre había deseado ser, decide huir de su hogar y de Tokio a causa de la separación y divorcio con su pareja. Sumido en dolor y resentimiento, emprende un viaje sin rumbo, hasta terminar en una cabaña que se encuentra en las montañas de Odawara, prestada por un amigo suyo de la infancia y en donde tiempo atrás vivió su padre, Tomohiko Amada, un famoso pintor de Japón, y que a lo largo de la novela, su nombre irá resurgiendo en numerosas ocasiones a causa la curiosidad del protagonista, pues le descubre una pintura suya que había permanecido oculta en el sótano de la casa. El comendador. La muerte del comendador. La ópera “Don Giovanni”. Mozart. Viena. Todo parece entremezclarse, dar pistas, generar más intriga. Entonces, aparece un personaje enigmático, vecino de aquella cabaña en el bosque, el millonario Wataru Menshiki, quien vive en una casa enorme, lujosa y con grandes cristales, y que dedica gran parte de su vida a observar, a ver la vida pasar, sumido en su soledad y melancolía, cargando con sus propias batallas. Por casualidad, o no, ambos se hacen amigos, y así es como emprenden juntos una aventura que los llevará a sentir un profundo deseo de revelar tanto sus propios misterios, como los que se encuentran enterrados en las sombras de aquel bosque que pareciera estar alejado del mundo. De esa forma, uno lidia con la pérdida de su esposa que le recuerda a su hermana pequeña muerta; el otro, con la de su hija a la que desde hace muchos años no ve y quizá ahora se encuentra muy cerca. La misma lucha es la de ambos. La misma lucha es la de todos los hombres. Siempre. Así es.

La novela, con la que homenajea el autor a uno de sus libros predilectos y favoritos de todos los tiempos (“El gran Gatsby” de F. Scott Fitzgerald), termina por hacernos sentir aislados, perdidos en el bosque o encerrados en un pozo donde monjes budistas buscan la realización del ser, y en donde nosotros también nos vemos envueltos de ansiedad por una búsqueda de liberación de las propias cosas que nos atan y los recuerdos a los que nos encontramos aferrados. Quizá el dolor. Quizá el miedo. Quizá la soledad. Pero entonces la imaginación, el arte, los recuerdos y las ideas (que a veces cobran una que otra forma) hacen envolvernos en un torbellino que recorre lo más íntimo de nosotros para traernos respuestas y verdades que yacían ocultas desde hacía mucho tiempo, esperando poder ver la luz, aguardando a ser reveladas, mientras hacen sonar desde lo más hondo de la tierra una campanilla, guiándonos, atrayéndonos, para que al fin demos con ellas, y entonces, sólo así, nos topemos de frente con el pasado que no resulta ser más que un presente disfrazado, pero el mismo ente de siempre, la misma esencia, y la misma luz. Sin embargo, para revelar los misterios del protagonista sin nombre de esta historia, de Menshiki, del pintor Tomohiko Amada y del propio comendador, habrá que esperar al segundo libro de esta entrega, en donde Haruki Murakami seguramente prometerá un final revelador, y en donde todos los asuntos se desenlazarán, cada uno, a su propio modo y final. Como siempre lo hacen todas las cosas.

 

“A veces, me hallo en un estado que me parece irreal; miro a mi alrededor y tengo la sensación de encontrarme en un mundo en el que no debo estar. Cuando escribo ficción, por el contrario, siento como si viviera otra vida que bien podría haber vivido. Ese proceso, el de dar un salto por encima de uno mismo hacia una vida distinta y hacerlo mediante una narración, es algo que quizá sólo pueden hacer los escritores”.

Haruki Murakami

 

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