Por Daniel Hernández García

 

¿Con quiénes y por qué nos identificamos? ¿Cómo nace la identidad?, estas dos preguntas vienen a mi constantemente desde la cobertura mediática a Yalitza Aparicio,  existen diferentes opiniones sobre la importancia de su papel ante una sociedad que no reconoce a la población indígena y no comprende en que consiste la mexicanidad.

Hablemos sobre la identidad indígena, si bien hoy se están realizando trabajos para el rescate de costumbres y lenguas a nivel nacional como parte de la identidad mexicana, esto fue diferente en la época del Porfiriato, cuando los indígenas significaban un lastre para alcanzar la modernidad, Porfirio Díaz restringió la enseñanza de los idiomas Náhuatl, Maya, Zapoteco, Mixteco entre otros con el fin de erradicar la lengua indígena para  alcanzar su sueño de afrancesar México.

Con el fin del Porfiriato los artistas posrevolucionarios salen al llamado del renacimiento mexicano, explorando y dando a conocer el alma indígena a través del arte.  Justo en este momento Luz Jiménez se desarrolla como modelo en la Academia de San Carlos y posteriormente de las escuelas de arte al aire libre de Coyoacán y Chimalistac establecidas a partir de 1913, donde jóvenes artistas y revolucionarios de la época contagiados con la utopía de “forjar  patria” ven en Luz Jiménez la representación de la madre tierra, la esencia de la identidad mexicana convirtiéndose en la modelo favorita de Fernando Leal (1896-1964) y Jean Charlot (1898-1979).

Trabajo y Descanso – Litografía de Jean Charlot (modelo Luz Jiménez).

Uno de los primeros murales en los que aparece Luz es “La fiesta del Señor de Chalma” que Fernando Leal pintó en lo que fuera la Escuela Nacional Preparatoria dentro del edificio del Colegio de San Ildefonso en México (1923), donde figura como una más de las mujeres que participan en la ceremonia. En ese momento se convierte en la modelo de los principales artistas de la época. Aparece en el primer mural de Diego Rivera en el interior del Anfiteatro Simón Bolívar: “La Creación” (1922), posteriormente en la serie que él realiza para la Secretaria de Educación Pública entre 1923 y 1928. También la pinto Orozco, la fotografiaron Edward Weston y Tina Modotti y la esculpieron artistas como Roberto Montenegro para la mayoría de los monumentos nacionales erigidos en la época.

                      

         La fiesta del Señor de Chalma – F. Leal pinta

                          

        Vendedora de Alcatraces – Diego Rivera.                            Fuente de los cantaros.

Luz Jiménez estaba consciente de lo que buscaban los artistas en ella y lo que ellos comprendían como identidad, fue la capacidad innata de representación lo que la convirtió en el arquetipo de la  indígena mexicana. A partir de su interpretación ha estado en nuestras vidas en una especie de omnipresencia desde monumentos, pinturas, fotografías y murales formando así nuestro concepto visual de la mujer indígena.

Jean Charlot la describía:

“Proyectaba una imagen total. Muchas otras chicas podían ponerse sus trajes indígenas y posar con un jarro sobre los hombros, pero no lo hacían, digamos, de manera innata. Y Luz […] podía hacerlo de manera natural, como la muchacha indígena que era, pero con conocimiento suficiente para poder imaginar, digamos desde el <<exterior>>, lo que los pintores veían en ella […]”

En la década de los setentas se publica “Los cuentos en náhuatl de doña Luz Jiménez” que posteriormente son calificados como clásicos de la literatura náhuatl contemporánea. En 1965 Luz es embestida por un choche provocándole la muerte por lo que no llega a ver sus memorias publicadas, primero del náhuatl al español y luego del náhuatl al inglés.

“Aunque Luz está siempre presente, su autobiografía parece más la historia de una comunidad que la de una persona” – D. Fabre