De la realidad nebulosa a la sobrevivencia del arte: un breve análisis de Niebla

 

Por Carla de Pedro

 

 

“Lo real es algo a lo que no hay que prestarse.

Nos ha sido dado como simulacro, y lo peor es creer en ello a falta de otra cosa”.

Jean Baudrillard

 

“Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías,

y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla de pequeños incidentes. Y la vida es esto, la niebla.

La vida es una nebulosa”.

Miguel de Unamuno

 

Atención de Spoilers

 

La vida es breve, el arte es eterno” es la expresión latina que define a Alegato y es por eso que es tan adecuado hablar aquí de Niebla de Miguel de Unamuno, una novela que aborda, precisamente, este tema: la inmortalidad del arte y la finitud humana.

En esta nivola, como le llama su autor, nos encontramos con una persona real: Augusto Pérez, quién ha sido encerrado en un mundo creado por Unamuno. Este personaje, como cualquier otro de esta u otra realidad, piensa, siente y quiere; con la cabeza, el corazón y el estómago, respectivamente.

Lo que puede separar a Augusto de casi cualquier ser humano es que analiza todo, al grado de dudar de cuánto le rodea. Este joven no ha caído en la trampa -a la que Baudrillard denomina el crimen perfecto- pues es consciente de que la realidad no es sino una convención social:

“… Le he oído a nuestro filósofo que la verdad es, como la palabra, un producto social, lo que creen todos, y creyéndolo se entienden. Lo que es producto social es la mentira”. (Unamuno, Niebla)

Así, entonces, la realidad es democrática. La vida se lleva a cabo en un mundo ficticio, nebuloso, lleno de ilusiones.

La mayoría de los seres humanos están inconscientemente atrapados en una rutina laboral sin sentido que les impide percatarse de su realidad, pero Augusto, que no atrofia su cerebro pareciendo ocupado como las hormigas, es libre de observar este absurdo y dejar suelto al pensamiento. Y, de tanto ocuparse en pensar, empieza a cuestionarse su existencia y duda, porque, precisamente, dudar es pensar:

“Y pensar es dudar y nada más que dudar. Se cree, se sabe, se imagina sin dudar; ni la fe, ni el conocimiento, ni la imaginación suponen duda y hasta la duda las destruye, pero no se piensa sin dudar. Y es la duda lo que de la fe y del conocimiento, que son algo estático, quieto, muerto, hace pensamiento, que es dinámico, inquieto, vivo.” (Unamuno, Niebla)

Al dudar de la realidad y al cuestionarse su propia existencia, Augusto se da cuenta de que sólo Miguel de Unamuno puede ayudarlo.

Tras hablar con Unamuno, Augusto se percata de que está condenado a muerte porque este escritor, que es su creador, lo ha dispuesto así. Pero, ¿qué nos hace creer que Augusto es el único condenado a muerte?, ¿no somos nosotros mismos protagonistas de nuestra propia novela y habrá un momento en que nuestro creador decida eliminarnos?

¿No podemos acaso nosotros dudar al grado de cuestionar a nuestro propio autor por el sentido o el sinsentido de nuestra existencia?

¿No es posible que nosotros, lectores, no seamos sino personajes nebulosos y ese autor, nebuloso también, llamado Miguel de Unamuno, no existiese solamente como pretexto para que, como dice Augusto, la historia del protagonista de la novela sea conocida?

Todos remamos un mismo barco cuyo puerto último es la muerte.

La vida humana -dice Milan Kundera- es insoportablemente leve, sólo se vive una vez y esa vida termina y se olvida. Kundera, reinterpretando a Nietzsche, expone que:

El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo XIV que no cambió en nada la faz de la Tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros. ¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno? Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura…” (Kundera, La insoportable levedad del ser)

Kundera concluye que la vida humana es finita y sin retorno, por lo que nada significa. Por otra parte, Jean Paul Sartre expone que aunque la vida termine, hay algo que sí retorna: el arte. Antoine, protagonista de su novela La Náusea, se cuestiona cómo se podría existir realmente sin morir segundo a segundo, y encuentra la respuesta en una melodía de jazz que escucha repetidamente:

“El disco se raya y se gasta, quizá la cantante haya muerto (…) pero detrás de lo existente que cae de un presente a otro, sin pasado, sin porvenir, detrás de sus sonidos que día a día se descomponen, se descascaran y se deslizan hacia la muerte, la melodía sigue siendo la misma, joven y firme, como un testigo despiadado”. (Sartre, La Náusea)

Y es que el arte nace y muere eternamente. La cantante ha muerto, los músicos también, pero la melodía grabada en ese disco existe porque puede escucharse una y otra vez, existe porque ha adquirido el peso del eterno retorno.


A
sí, siguiendo esta idea del arte eterno, Augusto le dice a Unamuno: “se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia”. Y añade: “pero !no, no! !Yo no puedo morirme! (…) Un ente de ficción es una idea, y una idea es siempre inmortal…” (Unamuno, Niebla)

Como predijo Augusto en su venganza, Unamuno ha muerto y muchos lectores murieron también. Así mismo, miles de lectores morirémos pero cada vez que un par de ojos se posen sobre las páginas deNiebla, Augusto vivirá, porque él ha de vivir más que nosotros y más que aquellos que lo lean después.

Augusto, condenado a muerte, es el único condenado a vivir eternamente. Mientras, nosotros seguiremos disolviéndonos en esta novela, en esta nivola, en esta niebla a la que llamamos realidad.