El espejismo de la historia: Austerlitz de W.G. Sebald

 

Por Carla de Pedro 

 

Mariposa de luz, la belleza se va cuando yo llego a su rosa.

Corro, ciego, tras ella… La medio cojo aquí y allá…

¡Sólo queda en mi mano la forma de su huida!”

Juan Ramón Jiménez

Las estelas de luz (…) que parecían dejar tras sí en diversos anillos, serpentinas y espirales, no existían en realidad (…) sino que eran sólo huellas fantasma causadas por la pereza de nuestros ojos, que creían ver aún cierto resplandor en el lugar de donde el insecto, que sólo había brillado una fracción de segundo a la luz de la lámpara, había desaparecido ya.

W.G. Sebald

 

 

La historia quizás no sea la pereza de nuestros ojos, sino el deseo de no mirar el vacío.

Austerlitz es un personaje enigmático que a lo largo de su vida no ha hecho sino crearse fortalezas a su alrededor como protección de un pasado que no desea conocer así como Alemania se ha borrado su historia con otros muros.

En el momento en que Jacques Austerlitz decide enfrentarse a su historia tratando de cazarla a través de imágenes que se desvanecen y de recuerdos que se oscurecen como fotografías veladas; en el momento en que decide tirarse las fortalezas, se enfrenta ahora con otra serie de fortalezas, de laberintos que el ser humano ha ido creando para protegerse a sí mismo. Dentro de esas fortalezas, que terminan siempre en ruinas, se encuentra la historia de Europa.

Cuando niño, Austerlitz vivía encerrado en una casa inglesa bajo la custodia protectora de un pastor anglicano y su esposa, lugar donde nunca se enteró de la guerra y el genocidio que ocurría en el resto de Europa, donde le cerraron los ojos y las puertas y las ventanas, protegiéndolo pero a la vez aprisionándolo en un mundo gobernado por un Dios justiciero que habría de desvanecerse junto a la misma fe de su protector.

Austerlitz; apasionado desde niño por la historia, siempre se queda al margen de inicios del siglo XX por temor a encontrar algo terrible, pero en el momento en que decide excavar en la historia y, aún más importante, en su propia historia, mirará de frente el genocidio judío, su propio origen y su exilio en un tren cargado de niños en que su madre lo colocó para enviarlo lejos de la pesadilla.

La pesadilla del nazismo es una de esas fortalezas creada por los alemanes con un deseo de tener el tiempo, la historia, en sus manos. Este imperio alemán, cómo la luz dejada por la mariposa, habría de esfumarse como se esfuma todo, dejando tras de sí solamente huellas del dolor ajeno.

Pero ese dolor ya no existe, los objetos arrebatados a los judíos son objetos olvidados fuera del tiempo que guardan una historia como el eco de un sonido esfumado. Lo que quedan son sólo listas eternas de nombres de judíos de los que no se sabe nada.

Queda también la grabación de un paraíso ficticio, escenificado, que guarda la imagen también ficticia de la madre de Austerlitz, mujer que finge felicidad como los animales del zoo, aprisionados, como los seres humanos, “todos parecidos, todos con sus trajes azul oscuro, camisas a rayas y corbatas de colores chillones” (Sebald, 2002) todos fingiendo que están libres dentro de esa jaula en la que han sido encerrados.

Y es que quizás los individuos que son aparentemente felices no son sino personas vacías que en el momento en que se dan cuenta de su vaciedad comienzan a rellenar sus agujeros con historias.

Quizás la novela de Sebald no sea sino lo que Cioran denomina novela sin materia donde no existe:

… más fabulación, ni personajes, ni intrigas, ni casualidad. Excomulgado el objeto, abolido el sucedido, sólo subsiste todavía un yo que se sobrevive, que se acuerda de haber sido; un yo sin mañana que se aferra a lo indefinido, le da vueltas y revueltas, lo convierte en tensión y esta tensión no tiene más desenlace que sí misma: éxtasis en los confines de las letras, murmullo incapaz de desvanecerse en grito, letanía y soliloquio del vacío, llamada esquizofrénica que rechaza al eco, metamorfosis en un punto extremo que se hurta y que no persigue ni el lirismo de la invectiva ni el de la oración. Aventurándose hasta las raíces de lo vago, el novelista se convierte en un arqueólogo de la ausencia que explora las capas de lo que no es y no podría ser, que horada lo inaprehensible y lo desenvuelve ante nuestras miradas cómplices y desconcertadas. (Cioran, 1979)

 

Y así la novela de Sebald no retrata sino un vacío: el enorme vacío de la historia, que es el mismo vacío de los hombres y de los muros, todo lo que se construye para olvidarnos de que no somos nada. Del mismo modo que nuestras empresas se siguen proyectando más allá del límite razonable, seguimos creando estructuras cada vez más grandes, fortalezas cada vez más impresionantes y es que lo único que deseamos es llenar nuestro enorme vacío, y es que lo único que mostramos no es nuestra gran técnica y artillería, sino nuestra gran debilidad.

La historia es cerrar los ojos ante el abismo al que no llega ningún rayo de luz para creer que lo que somos persiste, que nuestro dolor no será olvidado, que nos vengaremos en la inmortalidad del eterno retorno, que la luz de la mariposa no sólo existió sino que existe y seguirá brillando para siempre.

 

Bibliografía:

CIORAN, E. (1979) Más allá de la novela en La Tentación de existir. Taurus. Madrid.

JIMENEZ, J. R. (1075) Segunda antolojía poética. Espasa- Calpe. Madrid.

SEBALD, W.G. (2002) Austerlitz. Anagrama. Barcelona.