¿Encontraría a la maga?: el juego de la narrativa de Julio Cortázar

 

Por Carla de Pedro

 

 

“¿Encontraría a la maga?”, se pregunta Julio Cortázar en la primera línea del Capítulo 1 de Rayuela. Este no es el único texto donde el escritor argentino plantea la búsqueda como problema primordial. Este individuo fragmentado, retratado en los distintos protagonistas cortazarianos, tiene un sentimiento que el cronopio definiría como no estar del todo (La vuelta al día en ochenta mundos), sentimiento que le genera un deseo de completarse, un deseo, diría Nietzsche, de llegar a ser él mismo.

Podríamos decir, en términos de Kundera, que estos individuos son insoportablemente leves y que si buscan desesperadamente es porque desean acabar con esa levedad que los atormenta, con esa voluntad de ser que, como diría Schopenhauer, no se extingue.

Pero, ¿qué es esto que buscan los personajes de Cortázar? Es la maga, el cielo al final de la rayuela, el sentido de la vida, la utopía, la cosa en sí, la totalidad, la verdad, los valores auténticos en un mundo degradado, rebasar la falacia de la realidad impuesta…

Cortázar plantea esta búsqueda como un juego de la vida, porque “Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego…” (Graffiti), tantos actos comienzan como un destello de esperanza y acaso se convierten en una posibilidad de encontrar, de no encontrar, de ganar o de perder.

Se inicia en el primer cuadrito de la rayuela, con un pequeño dibujo en una pared, con una nota de jazz, con un beso…

De pronto, un día, ese primer paso se convierte en la posibilidad real de encontrar. Un día, Johnny Carter toca el saxofón y es como entrar a un ascensor que se encuentra en un primer piso e ir subiendo poco a poco, dejando la ciudad abajo, para percatarse que entre el inicio y el final de una melodía hay 52 pisos. (El perseguidor)

Un día, el protagonista de Orientación de los gatos entrevé la naturaleza gatuna de su amada Alana mientras ella observa una pasarela de cuadros en una galería de arte.

Un día, un artista del graffiti descubre que no está solo, que alguien más desea romper las cuerdas con que ata al individuo un Estado que controla, que domina, que elimina la individualidad. Y este descubrimiento de unión le brinda esperanza, comunicación, le dice: no estás solo, tu juego puede ser ganado. (Graffiti)

Estos medios, el arte y el amor, ofrecen una esperanza, una posibilidad de sentido; incitan a seguir jugando.

No obstante, estos sujetos están encerrados en la gran trampa en la que se ha convertido el mundo y, por eso, se encontrarán con barreras, con mentiras que intentarán frenarlos “Trampas, querido… porque no puede ser que no haya otra cosa…” (El perseguidor)

El carácter lúdico de la obra de Cortázar busca generar un camino verdadero que se opone a la seriedad de las normas sociales que coartan la individualidad auténtica.

Las ideas-valores-trampas preconcebidas en pro de un orden social y que atentan directamente contra el individuo serán atacadas constantemente por Cortázar, quien las abordará desde dos posturas.

La primera es una postura poco seria, burlona, que se observa en cuentos como Conducta en los velorios, Correos y comunicaciones o en sus instrucciones, donde reducen actos pasionales, como el llanto, a meros pasos automáticos.

La segunda postura aborda el control social desde una perspectiva angustiante, como ocurre en cuentos como Pesadillas, La escuela de noche o Casa tomada. Éste último relato, si se aborda desde una lectura simbólica de los sueños, donde la casa no es sino la propia intimidad, puede representar un control incluso del espacio propio, control que llega hasta el interior del sujeto, control que lo invade todo, que lo mide todo, que delimita todo: la forma de llorar, de reír, de pensar, de actuar, de amar.

 

 

Este control del amor, por ejemplo, se describe claramente en Rayuela: “Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto.”

El control como enemigo del individuo es un contrincante del juego demasiado fuerte, enfrentarlo equivale a una lucha contra aquello que ha sido tomado por real, por verdadero y, aunque la falacia es obvia, aunque ese nuevo dios, como dice Nietzsche, se cae a pedazos frente a los ojos, la gente no quiere ver, tiene miedo a ser reprimida, a ser juzgada, a no cumplir con el deber ser; la creencia en las trampas, las instrucciones para vivir dominan esta sociedad.

Un cronopio va saltando la rayuela hasta que de pronto llegan y le dicen que está prohibido rayar el suelo y ¿cómo se pelea contra una regla absurda en la que “…si algún niño se hubiera atrevido a dibujar una casa o un perro, lo mismo lo hubieran borrado entre palabrotas y amenazas.”(Graffiti)?

Cortázar plantea así la posibilidad del juego como un medio de ser en contra de las normas preestablecidas. Jugar es improvisar: tocar jazz; recorrer las calles de París en busca del amor; mover un peón como si fuera un alfil; leer una novela empezando por el capítulo 73, para luego ir al 1, seguir con el 2 y después saltar hasta el 116; salirse de las reglas de la sociedad para introducirse en las reglas del juego, en las propias reglas.

Nos ha sido dicho de la manzana que es el pecado, la discordia, la ley de gravedad, lo que hay que comer al día para tener salud y alegría, nos han dicho que tiene masa, peso, volumen, y todo lo que nos han dicho nos ha vetado la posibilidad de acceder a la manzana de forma directa. Pero Cortázar dice que eliminemos los caminos previos y tracemos uno propio, uno que quizás nos acerque de verdad a la manzana, de verdad a la realidad.

Dice Huitzinga que la característica inicial del juego es que éste es libre, pero, ¿cómo se puede jugar libremente en un mundo pre-inventado? Vivimos en un mundo en que la manzana no puede ser “un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil”(Rayuela), sino que ya  está marcada, ya se le ha etiquetado como “el pecado”, así como el caballo sólo puede moverse en “L”.  Es decir, la realidad ya ha sido inventada, las reglas ya están fijadas.}

Vivir en un mundo pre-creado, pre-pensado, pre-valorizado, no tiene nada de libre, pero Cortázar propone reinventar la realidad, eliminar lo pre-establecido y comenzar así el juego desde su propio inicio: el de la libertad.

Pero, ¿es posible ganar el juego?, ¿es posible acaso eliminar los caminos previos, llegar a la casilla que dice cielo?, ¿es posible nadar los ríos “…como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario…” (Rayuela)? o ¿sólo es posible definirlos, describirlos, desearlos?

Pienso en el artista incomprendido de El Perseguidor, en los hermanos expulsados de su hogar en Casa tomada, pienso en la muerte de Rocamadour, bebé Rocamadour: ¿acaso te sirvió tener un nombre de fantasía, ser hijo de una mujer que juega y habla con los gatos?; pienso también precisamente en esa comunicación gatuna que no entenderemos, porque “Todo gato es un teléfono pero todo hombre es un pobre hombre. Vaya a saber lo que siguen diciéndonos, los caminos que nos muestran…” (Cómo se pasa al lado); pienso en ese casi alcanzar que se interrumpe, en esa Alana, de Orientación de los gatos, que se escapa “…porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado.” (Rayuela)

No obstante, a pesar del pesimismo que se dibuja en los textos cortazarianos, creo que, entre neblinas, Cortázar nos deja una esperanza.

Pienso en Graffiti, donde alguien, posiblemente ficticio, puede seguir luchando allá afuera o bien no hacerlo, pero la esperanza queda abierta, aunque no se trate de una puerta sino de una diminuta ventana, sólo es preciso que el lector ayude a construir el puente con una serie de tablas y algunos clavos.

Esa esperanza, que se intuye en el amor y en el arte, aunque las probabilidades de perder sean enormes, permiten a los personajes salir a las calles e iniciar la búsqueda. Porque pueden no encontrar a la maga, pero de encontrarla, ese 10% de posibilidad vale jugarse la vida entera.