La escritura de Clarice

 

Por Carla de Pedro

 

 

“Crear no es imaginación, es correr el gran riesgo de acceder a la realidad”

Clarice Lispector

 

 

 

Cuando uno lee a Clarice Lispector queda asombrado por lo que ella dice, pero sobre todo impacta lo que ella no dice y que sin embargo puede leerse allí como un fondo más profundo al que no se puede llegar con palabras.

Cuando le preguntaron qué buscaba ella al escribir, Clarice respondió que buscaba la cosa en sí pero también señaló que “Lo que estorba al escribir es tener que usar palabras. Es incómodo. Si pudiese escribir por medio de la xilografía o de acariciar una cabeza de niño o de pasear por el campo, jamás habría entrado por el camino de la palabra”.

La literatura fue, pues, sólo el medio imperfecto que ella encontró para revelar la esencia del ser humano, los encuentros y desencuentros en las relaciones humanas, la búsqueda de uno mismo, la angustia, la no pertenencia al mundo y, en contraste, la totalidad instantánea, la posibilidad de ser uno con el universo, así como la fragmentación del ser humano y la totalidad encerrada y perfecta de la naturaleza animal, hasta llegar a la posibilidad de vislumbrar lo sagrado en un huevo o en una cucaracha.

 

 

Clarice creía en la inmortalidad del alma y en la finitud del cuerpo y por eso escribía como si todo pudiese ser perfecto pero la realidad lo echara siempre a perder. Pienso en la protagonista de “La imitación de la rosa” que era capaz de alcanzar la perfección de la naturaleza cerrada y perfecta de una flor pero que debía vivir en un mundo donde todo lo que sale de la escala de lo normal es locura; o en esa niña solitaria del cuento “Tentación” que encontró a su otra mitad en el mundo en un basset pelirrojo, pero nada pudo hacer porque él yacía encerrado en su naturaleza canina y total de ser perro; o en aquella amistad de “Una amistad sincera” que es ideal pero debe aterrizarse en un mundo de conversaciones superfluas, de ridículos problemas que se engrandecen para que la medida de lo infinito tenga sentido en un mundo degradado.

Dicen del arte que debe ser la representación de la eternidad, pero también es su contraste, no obstante el contraste no puede hacerse sin que la eternidad sea la medida, porque lo ridículo del ser humano sólo es ridículo desde la perspectiva de lo infinito. Clarice Lispector siempre escribía desde esta perspectiva, la del infinito, y así podía revelar lo que hay en el ser humano de eterno, pero siempre escribía también desde la realidad rutinaria de la vida cotidiana y así podía revelar lo que hay de finito en el ser humano, y al mostrar ambas visiones podía hablar de lo absurdo de este ser y a la vez de lo más hermoso que hay en él y en su angustia-niña de pollito que se asusta por el simple hecho de existir en el mundo.

Clarice Lispector no usaba un lenguaje complejo o elegante, ella escribía con las palabras más precisas que podía encontrar para poder llegar a lo que quería decir y, como a veces no las encontraba, daba giros alrededor del silencio para poder mostrar lo que se calla, para acercarse a la experiencia del ser humano, a lo que se vive y no puede decirse, a lo que se siente en el alma, a lo que se pudre en las entrañas, a lo que se revela al mirar los ojos de un búfalo o a un niño o a una cucaracha.

La escritura de Clarice era simple y compleja a la vez. Simple, porque buscaba la forma de ser comprendida; compleja, porque lo que decía no era algo fácil de comprender.

Dice Kierkegaard que los temas que conciernen a la existencia humana, así como aquellos que conciernen a la experiencia religiosa, no pueden comunicarse directamente, es preciso utilizar un lenguaje indirecto. Clarice dominaba el lenguaje indirecto, el lenguaje que sirve para hablar de todo aquello que en verdad importa.

 

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