A 136 años de Kafka y seguimos siendo insectos

 

Por Carla de Pedro

 

 

Este 3 de Julio se cumplen 136 años del nacimiento del escritor checo Franz Kafka.

Kafka es uno de los autores más influyentes de la literatura moderna (¿posmoderna?) pues su obra retrata una sociedad en que los individuos han perdido el control sobre su propia vida y se enfrentan con fuerzas ajenas y poderosas que los orillan a situaciones aparentemente absurdas o carentes de sentido.

Cuando uno comienza a leer un libro de Kafka, parece adentrarse en una pesadilla surrealista, no obstante, no hay nada más real que ese mundo de pesadilla, que es aquél en el que vivimos, sin percatarnos, día tras día.

Muchos individuos despiertan un día sintiendo que se han convertido en insectos, como Gregorio Samsa en La Metamorfosis. Ello se debe a una sociedad en la que los trabajadores no son personas sino tan sólo recursos humanos, que pueden aplastarse y sustituirse de un día para otro; una sociedad en la que el otro ha dejado de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio; sociedad donde las relaciones humanas se fijan como un contrato, en donde el otro es sólo una herramienta para los propios fines: un amigo que resuelva mi malestar, como un psicólogo que no cobra, o cuya influencia me ayude a conseguir mis metas; un novio que me sirva de chofer y que me pague la entrada al cine; una esposa que satisfaga mis deseos sexuales y me haga la comida; un hijo que llene mi vacío existencial cumpliendo los sueños que yo no logré pese a ir contra sus propios deseos….

 

Y el individuo, preocupado por cumplir con el papel para el que la sociedad lo ha preparado, se olvida de ser él mismo y termina convertido en un insecto que debe ocultarse de la mirada de los otros por la vergüenza de no servir de herramienta para la sociedad, de no ser el recurso humano que se requiere.

También los que han cumplido con la expectativa social son insectos, sólo que aún no se dan cuenta: son los insectos que se levantan como hormigas a cumplir con su deber día tras día, para que el hormiguero siga funcionando y, si un día se mueren, son reemplazados por otros igual de insectos.

Por otro lado, ¿quién no ha sentido que recorre los pasillos burocráticos, como en El Castillo, sin encontrar nunca salida a su problema, mientras lo siguen enviando con un burócrata que tampoco sabe nada del asunto, como en El Proceso?, ¿quién no se ha sentido culpable sin saber porqué, mientras la sociedad lo juzga, como a Joseph K, en un proceso incomprensible?

 

A mí por ejemplo, me ha pasado que hablo por teléfono al banco para saber porqué tengo una deuda y el telefonista me dice que debo ir a la sucursal del banco y al llegar, el encargado me presta un teléfono para que me comunique de nuevo con el telefonista y el telefonista vuelve a decirme que la respuesta está en el banco, pero el encargado insiste en que el problema debe resolverlo el telefonista y mientras tanto mi deuda sigue aumentando y ni el gerente sabe porqué, pues él es sólo un empleado y lo único que sabe es que la computadora le dice que tengo una deuda y finalmente, sólo puedo asumirme deudora y pagar mi deuda para que ya no crezca y marcharme confundida y molesta.

¿Y quién no ha vivido un proceso semejante?

Nos encontramos viviendo día tras día en el universo absurdo de Kafka, nos dijeron que debíamos llegar a un castillo al que no hemos podido acceder, nos dijeron que debíamos construir La Muralla China de la Historia sin saber cuál era el fin de esa muralla, una muralla que se parece a la pared de la que habla Pink Floyd, la pared que hace funcionar un sistema del que queremos formar parte sin comprender cómo o porqué.

Habitamos un mundo donde vamos por allí sin ser más que consumidores, construyendo nuestra identidad con base en objetos, creyendo que una tableta, una sala, una mesita, un vestido, una marca de papel higiénico, una palomita en los tenis, un equipo de fútbol en el que ni siquiera juego,  nos definen como individuos. Vivimos en el sueño americano de la libertad, llegamos en nuestro barco, como en América, sin comprender que el acceso a miles de marcas de champús no equivale a ser libre: nos vendieron la ilusión de la libertad, nos encerraron en un sistema legal que no comprende al ser humano, en un sistema burocrático sistematizado y abstracto, alejado de la vida, en una Historia que no va a ninguna parte, en un Progreso que no existe mas que para las máquinas, en un mundo que hemos construido al querer ser humanos, más humanos, demasiado humanos, diría Nietzsche, y en el que hemos llegado a convertirnos en insectos.

¿Cómo regresar a la libertad,  a la búsqueda de nosotros mismos?, Kafka nos hace preguntarnos esto, nos abre los ojos a la conciencia de nuestra condición de insectos.