“DHL”, el viaje extraordinario hacia lo valioso de las pequeñas cosas

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop   

 

 

¿A dónde ir cuando se pierde el camino? ¿Cómo encontrar una calle que jamás habíamos creído siquiera existiera? ¿Qué hacer cuando debemos dirigirnos hacia un lugar específico sin saber cómo llegar o sin sospechar lo que allí nos pueda deparar? Llega un momento en la vida en que creemos sabernos de memoria todas las direcciones, pero sólo las que corresponden a nuestra zona, aquella en la que hemos crecido y de la que nunca nos hemos atrevido a salir, porque no tiene caso, pensamos. Pero tarde o temprano, a todos nos llega el momento, nos llega esa dirección que no podemos ignorar, y entonces cuando nos vemos obligados a ir hacia allí, nos queremos hacer creer que no existe, que debe haber un error, porque todo lo que está allá afuera de nuestro alcance, suponemos no nos pertenece, y entonces de ser así, no tiene sentido conocerlo. ¿Para qué salir cuando nuestro mundo puede reducirse a ser tan sólo un área delimitada, y en donde vivimos conformes en la sencillez y tranquilidad de nuestra rutina, sin preocuparnos por ser alguien grande o sabio, hacer cosas trascendentales, o simplemente ser otro, nosotros?

La propuesta que “DHL” nos plantea, y que debo admitir vale mucho la pena, es el monólogo de un hombre que siempre ha trabajado como mensajero, siempre ha sido alguien que dedica su vida a entregar paquetes que, quizá a diferencia de la vida del hombre (o quizá no), ya están marcados por el destino. Por eso, ¡qué sencillo sería ser simplemente un paquete! Que nos lleven a donde tengamos que ir, sin hacer nada, y sólo dejándonos llevar, Félix reflexiona en ello. Ha trabajado toda la vida en lo mismo, y no le interesa más, pues se considera tonto pero feliz, sin tener que realizar una labor que le requiera mayor esfuerzo, o incluso pensar. Félix se conoce todas las calles de Isabel la Católica, todas sus cuadras, sus edificios, con sus 172 interjecciones, sus 1804 negocios, 14 puestos de periódico y 73 semáforos. Conoce su sector incluso mejor que él mismo, y tal vez eso sea lo que le dé tanto miedo. Así que, cuando se ve en la obligación de entregar un paquete en una calle que asegura él no existe, entra en una ansiedad que le hace regresar a su pasado, a la infancia, a hablar de sus sueños y a construir una tienda de campaña para protegerse (que resulta parte de la estética que se va recreando conforme avanza la historia, y al final, acompaña al clímax muy bien logrado). Félix entra en crisis por no dar con la dirección, pero quizá ésta no sea solamente una calle, sino sólo un pequeño empujón para que aquel hombre que guarda aún sentimientos hacia un pasado lleno de resentimiento y que lo han hecho apartarse del mundo y la gente, pueda emprender el camino hacia ese lugar que le resulta tan desconocido, y no sólo a él, sino a casi todos al llegar a una edad determinada; ese camino que de pronto se nos abre, y claro, le tememos sólo porque no lo conocemos, porque no NOS conocemos, porque tan sólo es un sendero que lleva a develar los miedos que habitan dentro de nosotros, con todo y sus verdades, porque qué tal si nos conduce tan alto que podemos correr el riesgo de caernos. Pero eso es inevitable si queremos seguir adelante, avanzando. Uno tiene qué perderlo todo, y perderse a sí mismo, para hallar el camino de vuelta, para poder emprender el viaje que nos eleve y nos haga hacer lucha a los sueños que nos aterran de noche, a las pesadillas, que nos traiga de vuelta el pasado, pero sólo para poder afrontar el presente. Y entonces, al abrir los horizontes de las barreras que nosotros mismos nos hemos impuesto, podremos encontrar al niño pequeño que fuimos, aquel niño que se enamoraba fácilmente de la vida y podía subir a lo alto de una resbaladilla para demostrar ante los demás su valentía, que podía caer en un amor a primera vista por la niña que se portaba mal con él, sin importarle eso; al niño que empezó a temerle a  las alturas, pero que también se dedicaba a tener sueños. El niño que aún habita en nosotros, salvo que ahora se encuentra solitario y un tanto distante, aguardando a que vayamos por él y lo rescatemos.

La puesta en escena resulta totalmente hilarante, divertida, así como reflexiva. Uno pone en marcha su imaginación con todas las imágenes que el protagonista nos va presentando. El público se compadece, se ríe de él, y otras, con él. Podemos apiadarnos, enternecernos, empatizarnos con Félix de niño y Félix de grande, pero al final, lo importante será comprender que la búsqueda de aquella dirección no solamente compete a él, sino a nosotros mismos, que a veces también nos sentimos perdidos, a veces un poco rotos, y entonces es que necesitamos del teatro, no para ver al otro, sino a nosotros mismos, y sólo así quizá poder encontrar el camino hacia lo más alto, o aún mejor, entender todo el trasfondo que habita en ese perderse y reencontrarse, ósea, simplemente crecer.

La obra fue escrita por Luis Eduardo Yee y es interpretada por él mismo de una manera grandiosa. De la dirección está a cargo Ricardo Rodríguez; del diseño escénico, Elizabeth Alva. Producción: Joana Núñez y Asistencia de Producción: Andrea Montoya. Se estará presentando en la Sala Xavier Villaurrutia (Centro Cultural del Bosque) hasta el 23 de julio, todos los lunes y martes a las 20:00hrs, a cargo de la compañía de teatro “Los Bocanegra”.