El Aleph de Borges, ficciones para entender el Universo y al Hombre

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop   

 

 

Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance, prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros.

 

El Aleph es el punto del universo en donde se conectan todos los puntos, el lugar que ocupa todos los espacios, la dimensión que abarca todos los tiempos y todas las cosas. El escritor argentino, Jorge Luis Borges, dedicó gran parte de su vida a dar con El Aleph dentro de la literatura, una obra que fuera capaz de reunir fuentes y referencias a las ciencias, artes, y gran parte de la historia del hombre, para así poder comprender un poco mejor el mundo que habitamos, el cuerpo que encierra nuestra alma, la verdad por sobre la mentira, el poder y la injusticia; descifrar el dilema que siempre ha surgido a raíz del entender las cosas desde la moral o desde la razón, descifrar la complejidad de la ética, el misterio y la belleza que encierran los sentimientos, el lenguaje oculto de la palabra propia, que calla, que habla, que crea un idioma. El Aleph como un simple baúl conteniendo el mundo entero, “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”.

Borges escribió esta serie de cuentos ahondando en la ficción, en una narración parecida a las de Poe y Lovecraft, con pasillos que parecen laberintos, como el del minotauro de Creta, donde si uno tiene la valentía de adentrarse en él, puede perderse y ya no encontrar la salida. Así sucede con estos cuentos, en donde la ficción parece tan real, que uno creería es el propio Borges que está narrando los hechos que a él le han acontecido. Aquí se encuentran varios de los misterios del hombre, esa lucha por descubrir las tierras de la inmortalidad, encuentros filosóficos y teológicos; la pluma se ve inmersa en diferentes religiones: la católica, la islámica, el judaísmo, claro, y también algo de las orientales. Cada uno de los relatos nos lleva por pasadizos angostos y escaleras que suben, se quiebran, se pierden, como las cárceles de Giovanni Pattista Piranesi, haciéndonos sentir pequeños, miserables, poniendo a debatir nuestras propias ideas, pero también, en ciertas ocasiones, tratándonos de mostrar un camino de luz, y que siempre hemos querido no ver. Por tanto, la obra resulta, en cierto modo, metafísica, tratándose de develar en cada cuento una forma de entender más al universo y a nosotros mismos.

Historias sobre venganza, el poder del dinero, el poder del poder, historias que giran en torno a la búsqueda constante de Dios, al pasado, a una lucha por recuperar la justicia; todo esto converge en un telar donde los hilos van amarrándose unos a otros, subiendo y bajando, dando forma a algo más grande, y cuyo resultado termina siendo en sí la obra completa, como si se lograra concentrar las cosas más importantes y misteriosas para el hombre en una esfera, más pequeña que nuestro mundo, pero con cabida para almacenar todo el universo con sus secretos (“quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él”).

El Aleph, quizá entonces, sea lo que el hombre ha estado buscando desde siempre, todos los tiempos; ese lugar en donde podrá hallar las respuestas a todo aquello que desconoce, que tanto teme y le intriga, y por lo tanto, sólo le hace ser más hombre. El Aleph es resultado de nuestros deseos y la búsqueda inalcanzable, perpetua, de la perfección, la divinidad de todos los seres y todas las cosas, la profundidad del alma, la consciencia y el mundo exterior. El Aleph lo es todo, y nosotros somos parte de él (“cada cosa era infinitas cosas, porque yo claramente veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto, vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí…”). Nadie puede escapar, todo está conectado, y, en conjunto con los tiempos pasado y futuro, somos el éter del instante de ahora.

El Aleph fue publicado en el año 1949 (y reeditado por el mismo Borges en 1974). En 1957 fue premiado con el primer lugar en el marco de los Premios Nacionales de la Secretaría de Cultura de la Nación, dentro de la sección “Obras de Imaginación en Prosa”. En México, se encuentra la última versión bajo el sello DEBOLSILLO, del grupo editorial Penguin Random House.

 

 “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.
JLB