Lo peor de despertar

 

Por Carla de Pedro

 

 

Se despiertan con la ayuda del despertador que destruye sus sueños como el golpe de un hacha, y se entregan repentinamente a una lastimosa prisa. ¡Ya me dirá usted qué clase de día es el que empieza con semejante acto de violencia!

Milan Kundera

 

 

Si te puedes despertar en un sitio diferente.

Si te puedes despertar en un tiempo diferente.

¿Te puedes despertar siendo una persona diferente?

Chuck Palahniuk

 

Despertar es salir del mundo propio e ingresar al mundo externo. Este paso puede ser difícil o sencillo, alegre o triste, temeroso o tranquilizante; ello depende del mundo del que se sale y de aquél al que se entra. Estos mundos nunca son los mismos, pues, como diría Heráclito, todo cambia en el río y en el que se baña.

Yo he tenido tantos despertares como días, o más, pues a veces despierto a mitad de la noche o a mitad del camino a medio día. Podría escribir un libro entero sobre cada despertar, pero seguramente sería tedioso y, pese a los matices, lleno de repeticiones obsesivas como el Nouveau Roman, pero más aburrido. Nadie lo leería.

He decidido, pues, enfocarme sólo en una de la facetas del acto de despertar: aquella terrible, angustiosa o sencillamente molesta. Como bien puede observarse, estas palabras no son sinónimas. Es molesto despertar porque tu perro no deja de ladrar. Es angustioso despertar porque no sabes dónde está tu perro y pensar que, en vez de en cama, deberías estar en la calle buscándolo. Es terrible despertar y que te digan que tu perro murió.

Despertar porque un mosquito hace ruido es un sentimiento muy fastidioso. Muy molesto también es que los vecinos te despierten con música de banda; que tu esposo te levante para preguntarte una información que ya le diste; que tu bebé te despierte llorando en la madrugada o que alguien marque por error tu número a las tres de la mañana.

Pero la forma más molesta de despertar es escuchando la horrible alarma que interrumpe tu proceso natural de sueño y te invita a iniciar el día cuando el sol no ha salido aún, bajo el pretexto social y falaz de que al que madruga, Dios lo ayuda. En mi familia, madrugar, además, tiene una carga simbólica, pues mi abuelo, para quien toda acción es un acto político, considera que levantarse tarde es una costumbre burguesa. A ello se debe que mi rebelión contra la sociedad de trabajo se transforme en mi familia en un acto de ultraderecha.

 

 

Por otra parte, los despertares angustiosos suelen ocurrir casi siempre a la mitad de la noche. Son aquellos que, al abrir tus ojos, se agarran de tu cerebro y no le permiten volver al descanso hasta que logres resolver un problema, por demás, irresoluble. Durante el día puedes ocuparte de diversos asuntos, quizás intrascendentes, pero distractores, mientras que la noche no pone ninguna traba en que te enredes en tu laberíntico e improductivamente puro pensamiento.

He tenido muchos malos despertares. He despertado, por ejemplo, a la mitad de un temblor; con dolor de cabeza o de estómago, o de cabeza y estómago; a causa del grito de una amiga en medio de la noche, en medio del desierto, en medio de la nada; con mucho frío en las calles del centro de la Ciudad de México; con dolor emocional o existencial, es decir con miedo a la soledad o a la muerte; con mucho calor en la playa y devorada por mosquitos; con cruda moral; con un alacrán a mi lado, en la pared. No obstante, tengo la ventaja de que, por desagradable que sea la situación, nunca he despertado para encontrarme con una guerra, atrapada entre los escombros de un edificio, con hambre y sin la posibilidad de saciarla o a la mitad de un accidente automovilístico; por lo que podría afirmar que nunca he despertado a una situación realmente mala, lo que es una fortuna, pues no creo que pueda haber un sentimiento más horrible que el de despertar y que el dinosaurio siga allí.

Creo que para mí una de las peores situaciones es despertar y que no haya café. Pero esto, me parece, no debe incluirse en un artículo llamado “Lo peor de despertar”, sino en uno titulado “Lo peor de la adicción a la cafeína”.