Reseña de “Guernica. La historia de un ícono del siglo XX” de Gijs Van Hensbergen

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop  

 

 

«Un cuadro es la suma de sus destrucciones.»
Picasso

 

Cuando vi el Guernica por primera vez en el Museo Reina Sofía de Madrid, me quedé por mucho tiempo estático frente aquel cuadro inmenso en gris, blanco y negro, sin moverme, casi casi sin aliento. Y claro, no pude impedir llorar. Porque sabía lo que significaban aquellas figuras aparentemente geométricas, aparentemente sin sentido, la madre gritando que carga a su hijo muerto en los brazos, el toro entrando por la esquina superior izquierda (representando quizá el “prolongado sufrimiento del pueblo español”), el caballo al centro, la casa en llamas, el guerrero muerto, la paloma perdiendo la esperanza y el foco que tal vez representa la bomba encendiendo fuego a Gernika. Entendía el simbolismo aún viviente en aquella representación de lo que fue la Guerra Civil Española. Y a pesar de lo que digan muchas personas, y que aún a veces no se le entienda, a mí sí que me conmovió profundamente, como también a muchos. Picasso supo representar con las vísceras y la emoción que él entonces sentía, el dolor por su patria agonizante, los horres de aquellos años en España previos a la Segunda Guerra Mundial, aquellos años que llevaron a la atroz dictadura por casi cuarenta años de Francisco Franco.

En este libro, Guernica. La historia de un ícono del siglo XX”, del crítico e historiador de arte Gijs Van Hensbergen (editorial DEBOLSILLO, Penguin Random House), me he encontrado con uno de los mejores análisis de una de las obras más importantes en la historia del arte. Relatado con una elegancia magistral, a veces con prosa, a veces narrativa de investigación, termina siendo un grandioso estudio que sin duda le llevó al autor años de trabajo para recrear la historia de aquel cuadro que no sólo representaba una nueva forma de hacer arte, sino un discurso social y político, un grito que no sólo pertenecía a Picasso, sino al pueblo de Gernika, al pueblo de España, e incluso a todos los pueblos que han sufrido el terror de una guerra («El Guernica es un grito contra la violencia, contra la barbarie, contra los horrores bélicos, contra la negación civil que supone el enfrentamiento armado. Que nadie interprete esta obra como bandera de ningún sector. El Guernica queda desde ahora como patrimonio de toda la comunidad española,» había declarado el entonces Ministro de Cultura, Íñigo Cavero, cuando al fin la obra pudo tocar por primera vez sueño español, después de mucho, mucho tiempo).

Hensbergen cuenta la historia del “Guernicade Picasso, relatando así mismo su biografía a partir de esos años, cuando se encontraba exiliado en Francia a causa de la represión y censura que recién estaba emergiendo y que habría de durar varias décadas más. Picasso había ido a vivirse a París a principios del siglo, y desde entonces nunca pudo ya regresar a su amada España pues, incluso siendo director del Museo del Prado, le fue prohibido por el régimen franquista su regreso: por ser un provocador, por el fuerte discurso en sus obras, por considerarse así mismo un activista, revolucionario y socialista, por afiliarse al Partido Comunista. Fue un comunista, pero no uno partidario de la ideología propia de Stalin, a la que también atacaba ferozmente, sino que estaba de acuerdo con las bases originales del comunismo verdadero, sus raíces; es decir, como un acto revolucionario en contra del capitalismo y todas aquellas empresas, no sólo políticas y de consumo, sino también religiosas y sociales que privaban de la libertad al hombre, que le hacían pensar menos, haciéndolo esclavo, borrego, animal. Eso es lo que dice apoyaba Pablo Picasso, y es por eso es que nunca pudo volver a su tierra, retornar a su hogar, como un Ulises que hubo quedado naufragando en la mar. Lo mismo pasó con su obra “Guernica”, creado fuera de España y que tuvieron que pasar casi cincuenta años para tocar el suelo que desde siempre le hubo correspondido. Hensbergen, también a la par, va contando la historia de España desde aquel día del 26 de abril de 1937, cuando el pueblo de Gernika fue bombardeado atrozmente, quedando en llamas toda la ciudad, un rojo vivo que nadie habría de olvidar, como si la noche se hiciera día de pronto, pero un día de infierno, de muerte. El evento impactó tanto a Picasso que decidió rendir homenaje a todas las víctimas, las pérdidas, un grito que exclamara un alto a la guerra civil, a las bombas, a Franco y la ultraderecha que estaban acabando y derribando todo a su paso. El “Guernica” fue el resultado de todo ese coraje e impotencia de Picasso, y justo el día en que terminó de pintarlo, dijo apenas y con algo de esperanza: «si vence la paz en el mundo, la guerra que he pintado será cosa del pasado (…) La única sangre que fluya será delante de un buen dibujo, de un cuadro hermoso. La gente se acercará demasiado a él, y cuando lo arañe se formará una gota de sangre, mostrando que la obra está realmente viva«. Muchos no entendieron la obra, era algo que no se había hecho antes. Ya resonaba el cubismo por el propio Picasso y Braque, sí, pero aquella obra no solamente era cubista, era algo más, tenía otra cosa. Muchos lo alabaron por marcar una diferencia en la historia del arte (se considera como una de las obras magistrales en el arte moderno, quizá la línea que marca su verdadero comienzo), también por el significado que tenía y con el que muchos pueblos, además de Gernika, se sintieron identificados, sobre todo con los miles de horrores que habrían de llegar después. Era una obra que realmente impactaba, hacía llorar a la gente, conmovía, revolvía las emociones hasta vomitar la ira y la condolencia. En ese entonces que Picasso estaba lejos de su tierra, el “Guernica fue su patria, su tierra yerma, su pila agotada«. Era lo más que podía hacer por su España. El autor nos relata entonces el éxodo por el que habría de pasar la obra. De París yéndose a Estados Unidos, de exposición en exposición, hasta que fue justo en el MoMA de Nueva York que, gracias al entonces director Alfred Barr, pudo encontrar un hogar fijo provisional por algunos años, atrayendo a miles de personas y turistas para contemplarlo. Pasaron décadas. España lo quería suyo. Picasso no había vuelto a pintar algo igual de bueno, algunos dijeron y dicen. Franco estaba en sus últimos años, de vida y poder. Picasso también estaba casi muriendo. ¿Lograría el artista presenciar el momento histórico del arribo de su obra a la única tierra que pertenecía, aquella España justo a punto de lograr su libertad y la transición hacia la democracia?

El libro más bien parece una novela, o mejor dicho, un drama total sobre la historia de la pintura, y eso es lo interesante, tener esa aproximación tan cercana a la obra y conocer hasta los detalles más insignificantes o anécdotas que circulan en torno a ella, como que Marie-Thérése había dejado su huella reconocible en el cuadro, en aquel perfil griego reflejado y con el que se percibe una semejanza inconfundible; o que Dora participó en su creación pintando el punteado de rayas del flanco del cabello. También la famosísima historia sobre la reunión en la que estaban Henry Moore, Roland Penrose, Giacometti, Max Ernst, Paul Éluard y André Breton, alabando al “Guernica” aún todavía sin terminar, y en donde de pronto Picasso, que miraba fijamente el cuadro justo donde la mujer salía corriendo de la cabaña de la derecha con una mano alzada, gritó de pronto que allí faltaba algo; se fue del cuarto y al poco rato regresó con un rollo de papel higiénico en la mano, pegándolo exactamente en la mano de aquella mujer y exponiendo que con ello le gustaría plasmar que justo cuando caían las bombas en Guernika, agarraron a aquella pobre mujer cagando en el baño, claro, sin decirlo en ningún tono de broma, pues el artista malagueño argumentó al instante: «eso no deja dudas acerca de cuál es el más común y el más primitivo efecto del miedo«.

Picasso fue desde siempre un genio. Dice que tardó años en pintar como los renacentistas, pero que tardó toda una vida para pintar como niño. Fue el creador del cubismo, fue innovador, así como también robaba las ideas de otros, porque un artista no copia las ideas, sino las roba. Muchos en su época no lo entendieron, algunos de la nuestra aún siguen sin hacerlo, viendo solamente garabatos en sus obras, criaturas deformes, algo sinsentido; pero como se expresó el crítico de arte Joan Perucho a propósito de una exposición que exhibía al Guernica y otras obras de Picasso: «supongo que hay gente que sólo ve monstruos en esta exposición y, efectivamente, estos son monstruos de vida, porque la vida contiene en sí algo de monstruoso e irreductible. Picasso habría hecho los cuadros más terriblemente vivos de nuestra época«. Y es que eso es lo que precisamente refleja la mayoría del arte de Picasso: los monstruos políticos, la monstruosidad que el ser humano es capaz de crear, la quimera de las cosas más crudas y frías y oscuras. Picasso siempre creyó que el arte debería ser hijo de la tristeza, del dolor y la miseria. Por eso Picasso pasó a la historia y miles de personas siguen haciendo filas de horas para ver el “Guernica”, aquella obra que cambió la historia y que sólo pudo ser resultado de un artista grande, un genio que tenía siempre tantas cosas dentro de él, que sentía la necesidad de sacarlas. Como alguna vez comentó Gertrude Stein, «Picasso estuvo siempre poseído por la necesidad de vaciarse, de vaciarse del todo, de vaciarse siempre; tan lleno está de esa necesidad que toda su existencia es la repetición de un completo vaciado; tiene que vaciarse; no puede vaciarse de ser español, pero sí de lo que ha creado. Así todo el mundo dice que cambia, pero en realidad no es eso; se vacía, y en el momento en que se ha vaciado del todo, tiene que comenzar otra vez a vaciarse por lo rápido que se llena de nuevo”. Ese es Picasso, un hombre que tenía que llenarse a tope, para así vaciarlo todo en sus obras de arte, tal y como lo hizo con el famosísimo cuadro “El Guernica”.