Transcendence: ideas que trascienden, una película que se atasca

 

Por Carla de Pedro

 

 

¿Qué es el alma del hombre?, ésta es la pregunta a partir de la cual surge Transcendence, debut como director del norteamericano Wally Pfister.  Con un elenco taquillero, entre quienes destacan Johnny Depp y Morgan Freeman, y con nada menos que Christopher Nolan –director de Memento, The Prestige, Inception y la mejor trilogía de Batman– como productor,  la película nació como una gran promesa, lamentablemente no alcanzó a cumplirse. 

Transcendence parte de la hipótesis de que la esencia, el alma, del hombre puede ser cargada como un software en una PC. Cuando el doctor Will Caster (Depp) es herido de muerte, su esposa Evelyn y su amigo Max, ambos compañeros científicos del primero, deciden probar esta hipótesis y logran cargar a Will en una computadora. Este hecho desencadena una serie de sucesos que habrán de llevar a diversos planteamientos éticos.

El primer dilema es  saber si de verdad es el Dr. Caster quien se comunica desde la máquina. Tras asumir que así es, surge una nueva pregunta: ¿el hombre que se encuentra cargado en la computadora es de verdad un ser humano? Hay que tener en cuenta que aquello que nos hace humanos es determinado por nuestras limitaciones, por nuestra finitud. El hombre busca sentido, construye, genera conocimiento precisamente porque teme sus limitaciones. Un ente sin cuerpo, sin ningún límite –puede extenderse mediante la web a todos los sistemas electrónicos del mundo– e inmortal, ¿es acaso un hombre?

El segundo dilema es el Poder que puede alcanzar una máquina-hombre; pues tiene conciencia propia, recuerdos, lógica humana y además cuenta con todos los conocimientos teóricos de una máquina, así como con el acceso a toda la información disponible, desde los archivos que almacenan el conocimiento producido en las universidades, hasta la bolsa de valores y los documentos secretos de los gobiernos mundiales. Este ser tiene todos los elementos para ejercer un absoluto control, por lo cual se convierte en una amenaza para la humanidad.

A lo largo de la película, se observa el proceso mediante el cual Will va logrando un control total, hasta llegar a insertarse, mediante un chip, en la mente de diversos individuos.

La protagonista, quien en un inicio sigue a su amado-computadora de manera fiel, termina sintiendo que aquél invade su privacidad de manera alarmante, pues éste llega al grado de calcular los sentimientos y pensamientos de Evelyn  mediante datos y ecuaciones, a partir del sudor, de los gestos, de los químicos en su cerebro, etc. La chica acaba escondiéndose y uniéndose al grupo anti tecnología –el que le disparó a su esposo en un principio.

 

Una de las ideas más interesantes de la película es cuando el Dr. Caster –¿el Dr. Caster?–, bueno, la máquina, decide, desde su visión, trabajar para lograr lo mejor para el planeta. Pero, diría Nietzsche, tras la muerte de Dios, ¿qué hombre –o qué máquina– tiene derecho a decidir qué es lo mejor?, ¿a partir de qué parámetro puede saberse si algo es bueno o malo?, ¿esto puede calcularse de manera matemática?

Will asume que él sabe lo que debe ser, que él, desde sus conocimientos, puede establecer una escala de valores. Este hombre-máquina busca cambiar el mundo desde su propia perspectiva, suponiendo que es la perspectiva correcta; es decir, se proclama Dios. Esta idea se encuentra presente desde el inicio del filme cuando Will da un discurso en el que afirma que lo que el hombre busca es ser Dios. El director retoma esta escena varias veces, enmarcando su importancia. Esta idea es central, pues lo que este hombre busca es la trascendencia, la parte divina/infinita de su yo, diría Kierkegaard. La idea de la divinización se divide, pues, en dos vertientes: la de lo humano y la de lo tecnológico.

La equiparación de la máquina con un dios no es una propuesta nueva, ya la manejaba Isaac Asimov en su cuento La última pregunta, y seguramente no es el único. No obstante reciclar esta idea sirve para replantearse cuestiones que cada día parecen asemejarse más a la realidad: ¿dejaremos que las computadoras nos quiten la libertad como a los hombres con chips de la película?,¿no estamos ya perdiendo la libertad, cayendo en la manipulación de las tecnologías que nos dicen qué hacer y cómo hacerlo?, ¿no creemos que el doctor Google tiene la verdad y que nos puede resolver la vida?, ¿no estamos tratando de meter ya nuestra esencia en una computadora por medio de las redes sociales?, ¿nosotros somos acaso una serie de puntos enumerados en Facebook?, ¿no es esto una mera ilusión?

Las ideas plasmadas en el filme pueden llegar a generar muchas inquietudes, no obstante, éste no llega a ser lo que podría esperarse.

El grupo anti tecnología se retrata de manera tan débil que nunca sientes empatía por ellos. La chica que lidera el grupo es un personaje plano. No se entiende cuál es la verdadera preocupación que tienen, ni la chica ni el grupo: ¿es la humanidad?, ¿es el sufrimiento de un ser atrapado en una máquina?, ¿es el deseo del hombre de ser Dios? Sabemos que la lucha parte de uno o varios conflictos éticos, pero nunca sabemos de cuáles.  Esta vaguedad genera interpretaciones opuestas.

No se sabe muy bien si la película critica a la tecnología o la alaba, yo asumo que la crítica, pero otros dicen que lo que muestra es que la humanidad es ignorante y que aún no está lista para la supremacía de un ser como Will –es decir, para todos estos logros tecnológicos. Esta postura asume que la divinización de la tecnología no es una crítica del director sino un posicionamiento a su favor. 

 La escena de la batalla en la que el grupo anti tecnología se enfrentan al ejército de zombis-con-chip de Will, es aburrida e inverosímil. Seguramente el director trataba de cumplir con la expectativa de la escena de acción y sangre que el público desea ver.

La forma en que el Dr. Caster comienza a controlar el clima y a la naturaleza como si él fuera los átomos de la materia tampoco tiene una explicación verosímil y hace que parezca una jalada hollywoodense, lo cual resta valor a la propuesta.

La historia de amor, si bien parece tener sentido, no alcanza a ser clara. Es decir, se entiende que los protagonistas se aman hasta el final, pero no se sabe si esto prueba que Will sí es humano. La película cierra con una escena que simboliza el amor eterno y uno no termina de comprender por qué. Podemos  asumir que la idea es que un hombre siempre es un hombre cuando ama y que el amor es la única forma de trascender. Así entonces la película hace una pregunta, ¿qué es un hombre?, y la contesta: un hombre es aquél que ama. Esta idea es buena, no obstante, no se expone claramente.

Trascendence es una cinta muy ambiciosa que busca tratar cuestiones existenciales –la muerte, la trascendencia (la inmortalidad), el alma, el amor, la conciencia, Dios–, así como  criticar al mundo desde una perspectiva contemporánea –la tecnología y su deificación ante la ausencia de fundamentos y de dioses–, no obstante, este filme desea abarcar más de lo que puede. Parece que al director y al guionista se les escapó la trama de las manos, pues no lograron unir bien todos los fragmentos ni dar claridad a sus ideas.  En conclusión, ésta es una película llena de ideas trascendentes, lamentablemente el cine no está hecho de buenas intenciones.