Hablemos de la película: La sociedad literaria y del pastel de cáscara de papa de Guernsey

 

Por Carla de Pedro

 

 

Pienso que todo aquél que se digne llamarse artista lo es porque en el alma le desborda el sentir. Un artista es un ser humano que, sin el arte, podría explotar. Tal vez, como diría Clarice Lispector, el arte no sea el mejor medio, pero es el único que hemos encontrado en nuestra limitada existencia humana: el lenguaje, los colores, la música…, todo aquello en lo que, mediante la imaginación, se recrea la interioridad, una interioridad que no puede expresarse de ninguna otra manera.

Así entonces, al escuchar a la protagonista de La sociedad literaria y del pastel de cáscara de papa de Guernsey, Juliet Ashton, afirmar que había elegido ser escritora porque era el trabajo más cómodo, uno sólo tenía que sentarse a escribir y tomar té… pensé que esa mujer no era, en definitiva, una artista. En primera porque escribir es desnudar el alma no tomar té con una sonrisa estúpida en el rostro, y en segunda, porque escribir no se elige, como diría Cortázar sobre el amor: “Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto…”.

Fue así como a los 15 minutos de iniciada la película mis expectativas se rebajaron bastante.

Después de eso, la historia giró en torno a esta mujer burguesa y aburrida que, ante la ausencia de sentimientos, decide huir en busca de algunos cuantos. Así pues, se autoinvita a formar parte del grupo de Guernsey al que el título hace referencia, donde descubre que el dolor ajeno es de lo más interesante.

Y así como hay “poetas” que escriben sobre los maestros de Ayotzinapa y las muertas de Ciudad Juárez, sin formar parte del suceso ni comprender el dolor de aquellos que lo viven, y eligen, en vez de asumirse meros espectadores, fingir que les duele e ir por allí llorando vivencias que no les corresponden, del mismo modo nuestra protagonista decide, como ha decidido ser escritora, sentirse afectada por el dolor de los miembros de esta sociedad literaria. Pero, como dice Kundera en su novela La inmortalidad:

“Es parte de la definición de sentimiento el que nazca en nosotros sin la intervención de nuestra voluntad. En cuanto queremos sentir (…) el sentimiento ya no es sentimiento, sino una imitación del sentimiento, su exhibición.”

Y así entonces, esta mujer se aparece, al menos ante mi mirada, como una imitadora del sentimiento, que no como una artista. Y puesto que se dice sufrir (ha perdido a sus padres) esperamos que al menos en alguna escena se nos aparezca como la mujer sufriente que dice ser. Pero no, nunca parece sino fingir.

Claro está que si el punto de la historia fuera burlarse de la guerra, de los nazis o de la escritora, entonces nos encontraríamos frente a una comedia en su totalidad, y bien podríamos reírnos y aceptar la ironía.

Pero no es el caso. Nos encontramos frente a una historia que intenta ser seria, para terminar resolviéndose como la más kitsch de las comedias románticas.

La sociedad literaria y del pastel de cáscara de papa de Guernsey es, en efecto, una comedia romántica en un contexto histórico, el de la Segunda Guerra Mundial, ¿hay una fórmula menos obvia para el éxito en taquilla? Lo que la diferencia de otra comedia romántica es que pretende ser profunda, no lo logra; finge tener relación con la literatura, como simple pretexto; tiene una protagonista que se las da de sensible y culta, pero no le sale, y lleva un título muy llamativo y rimbombante.

Como no he leído el libro, quiero suponer que la película no le ha hecho justicia, aunque existe la posibilidad de que sea tan malo como su homónima cinematográfica. La película está llena de lugares comunes, no obstante un lugar común puede dejar de ser común si está bien escrito. Habrá que darle a esta novela el beneficio de la duda.