Reseña de “Jojo Rabbit” de Taika Waititi

 

Por Nashli

 

 

En 2012, el cine alemán nos regaló una nueva forma de ver los sucesos de 1945 a través de Lore”, una película sobre una familia alemana al final de la Segunda Guerra Mundial. La protagonista, hija de un nazi del ejército alemán, debe recorrer, junto con sus hermanos, una Alemania dividida, enfrentándose a diferentes problemas; el mayor de ellos, sus creencias, o quizá, y mejor dicho, la de sus padres y la de casi todo el país. Pocas personas vieron o supieron de la existencia de “Lore”, lo cual, personalmente, me pareció una pena, pues para mí fue un alivio en un mundo plagado de películas sobre la Segunda Guerra Mundial, y en donde Alemania siempre se nos muestra como el malo indiscutible de la historia, siempre tan frío, lleno de odio, con resentimiento y sin alma. Ver esa película me permitió pensar en cuestiones que jamás, gracias a Hollywood y las pésimas clases de historia del programa escolar de la SEP, me había planteado siquiera: ¿Qué pasaba por la cabeza de los alemanes al terminar la guerra? ¿Cómo fue para Alemania el perderla? ¿Qué sucedió con la sociedad? ¿Qué sucedió con quienes apoyaban el régimen? ¿Había quien no lo apoyaba? Y de ser así, ¿qué postura tomaron ellos al final?

Ahora, en 2020, Taika Waititi entrega una película fresca, divertida, inocente, sin duda irreverente y conmovedora que narra lo sucedido en 1945 a través de los ojos de un niño alemán, y… ¿nazi? La historia nos presenta a Jojo, un pequeño de 10 años, fanático del régimen nazi que desea fervientemente servir a su país y al Führer. De inicio, la trama suena simpatiquísima, máximo cuando te das cuenta de que el amigo imaginario de Jojo es el mismísimo Adolfito. Pero conforme avanza, de una u otra forma, es inevitable sentir incomodidad al reírte con comentarios de Jojo, como “si encontrase a un judío, le mataría de inmediato”.

Su fanatismo es tan risible como angustiante, pero ¿cómo culparlo? Si Jojo, tú o yo hubiésemos nacido en la Alemania Nazi, la Italia Fascista o la Rusia Imperial (al menos hasta antes del zar Nicolás II), muy probablemente hubiésemos creído fiel y fervientemente en sus regímenes, pues, ellos eran enseñados e impuestos desde pequeños en la escuela, en la casa y, básicamente, en la vida diaria. Y es que el adoctrinamiento era (es) básico para poder construir y mantener dichos regímenes políticos y, sin duda alguna, el mejor de todos es aquel que se da desde pequeños.

Hagamos un ejercicio sencillo. Recuerda tus clases de catecismo, la presión social de tus padres porque te bautizaran, porque hicieras tu primera comunión, tu confirmación, los domingos de misa y todo lo demás. ¿Cómo dudar de tu religión en los primeros años de vida? Es con lo que creces y lo que todos a tu alrededor te dicen que es bueno, necesario, te da cierto estatus y, sobre todo, te otorga pertenencia social. Y es que no es sino hasta que alcanzas cierta edad que, quizá, comienzas a cuestionarte el porqué de los rituales, reglas, discursos, prohibiciones, que se siguen cuando se es parte de algún régimen, político o religioso, y que, en su mayoría, la gente opta por no cuestionarlos ni indagar más allá.

El experimento de Asch es un claro ejemplo de lo que la opinión de la mayoría, junto con el deseo de pertenecer, pueden hacer en una persona (véase en el siguiente link: https://youtu.be/wt9i7ZiMed8 ). Ahora, es más fácil comprender a Jojo, ¿no creen? En ese mundo de locura y ceguera ante un régimen totalitario, la película también nos permite ver que no todos los alemanes estaban de acuerdo (tal como nos lo muestra La Lista de Schindler”), y lo extremadamente difícil que era mantener esa postura de rechazo.

En regímenes totalitarios políticos, como los de aquellas épocas, tener una opinión diferente a la del grupo no era solamente un tema de pertenencia social. Para mantener el régimen es necesario que no existan alborotadores que inciten al libre pensamiento, y por ello, generalmente, la manera de callarles y mantener el miedo evitando nuevos pensadores, es imponer la pena de muerte. Tan sólo pregunten en España, que la gente seguro todavía se acuerda.

Jojo Rabbit es una película que me ha parecido fantástica. Nos muestra con gracia, y a través de los ojos de la inocencia, lo duro que es luchar contra lo que los demás creen, pero, sobre todo, contra lo que uno mismo ha decidido creer por años. Refleja lo importante de cuidar qué enseñamos a los niños mientras crecen, pues esos son siempre los mejores años de adoctrinamiento, en cualquier cuestión. Jojo, con tan solo 10, ha pasado la vida pensando que lo mejor del mundo es la raza aria, que su sangre es “roja como una rosa pura” y que no hay nada más honorable que defender al régimen, matando a los odiosos judíos. Y qué difícil, para un niño de 10 años, descubrir que “Santa” no existe, que lo que ha creído durante todo ese tiempo, no solo es una mentira, sino que también es muy peligroso y dañino.

En los personajes adultos, nos permite ver la importancia de, sin importar la situación o consecuencia, luchar por lo correcto y no por lo que la mayoría nos dice o cree sin importar las consecuencias (qué difícil en los últimos años, ¿no creen?). Años en donde la indiferencia domina por encima del honor y lo loable. Donde un “like” o un “tweet” con seudónimo son considerados “actos de valor”. Los regímenes siguen hoy en día en todos los países y en todas las culturas. ¿Qué sería del mundo y de la sociedad si antes de imponer un régimen, político o religioso, nos adoctrinasen desde pequeños a guiarnos por el amor, la fraternidad, la empatía, el apoyo mutuo, la compasión, la tolerancia, la libertad y el valor por defender todo lo anterior? Quizá Jojo habría sufrido menos. Quizá no tendríamos que recordar año tras año, y con otra película bélica (y de nuevo de la Segunda Guerra Mundial), la importancia de dichos conceptos.