Reseña de “Me viene un modo de tristeza” de Rosa Nissan

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop 

 

Es difícil ser judío, pero es más difícil ser judía.

 

Rosa Beltrán es una de las escritoras mexicanas contemporáneas más importantes que hemos tenido en las últimas décadas. De origen sefardí, ha publicado novelas de gran éxito como Novia que te vea” e “Hisho que te nazca”. Ahora, bajo el sello editorial Grijalbo, de Penguin Random House, regresa a terminar esta trilogía con Me viene un modo de tristeza”, que siguiendo la narrativa de estas dos obras mencionadas, recrea en forma de diario la historia de su vida bajo el alter ego de Oshinca, que narra aspectos como las dificultades por las que una tiene que pasar al ser judía. En esta obra leemos a una Rosa que habla de la Rosa de niña y de la Rosa que se fue convirtiendo en una mujer libre, porque si en algo se define la autora, es eso, en un ser libre. Y como me dijo alguna vez una maestra que dedicó su vida entera al mundo del arte, “la libertad tiene un precio alto a pagarse”. Leemos a la Rosa con nostalgia, sumergida en melancolía por los años que la han llevado a ser la persona que ahora es, la tristeza de la vida de sus antepasados que sufrieron la exclusión por tener otro tipo de ideología, de raíces y religión. En “Me viene un modo de tristeza” sentimos a nuestra querida Rosa Nissan tan de cerca, confesándonos sus secretos pero sin sentir arrepentimiento alguno, pues jamás se ha lamentado de las decisiones que ha tomado, a pesar de dejar dolores grandes e incomprensión en la gente que más ha amado. Jamás fue una mala madre, nos dice, sólo que siempre deseó ser libre, dedicarse a ella, por ella, escribir, no estar atada a nada ni a nadie. Es una mujer libre, y una mujer libre es peligrosa, siempre digo yo, pero también a las que más se admira, las que más cautivan. A través de Oshinca, nos muestra que la mujer puede tener deseos más allá de tan sólo formar una familia, deseos de autorrealización, deseos de ser, de encontrarse, de seguir sus pasiones y sus propios caminos. Nuestra querida Rosa demuestra, con el mejor ejemplo, el verdadero sentido del ser feminista: una mujer que lucha por lo que quiere, una mujer que, a pesar de los comentarios y opiniones de la sociedad, decide seguir sus convicciones hasta el final; una mujer que ha luchado contra la sociedad y los prejuicios y la idiosincrasia de este país machista y de racismo contra el pueblo judío.

Me viene un modo de tristeza” es, en cierta parte, las confesiones de su autora, el amor a sus padres, el amor a la ciudad en donde nació y que le dio tanto, la cobijó, una ciudad caótica pero con sus espacios mágicos y para ir a perderse, como Chapultepec, el bosque por el que más amaba ir a caminar tan temprano para reunirse con el amor de su padre (“Chapultepec eres tú. ¿Qué es Chapultepec para todos los mexicanos comunes y corrientes que venimos a este bosque a curarnos el cuerpo y el alma? No cabe duda, Chapultepec, gran refugio para esos domingos que, cuando no somos creativos y vamos en automático al club, vivimos encerrados, se nos vienen encima). Rosa Nissán nos habla de lo difícil que fue adaptarse por aquellos años en que el país les abrió las puertas a los judíos, porque entonces estaba mal visto, porque entonces, y todavía en algunos lugares ahora, se les excluye, se les ataca, por eso dice Rosita querida que qué difícil es ser judío, pero aún más, judía. Porque, además, a pesar de compartir la misma religión e ideología, no todos los judíos son los mismos, dice Rosita, no puede ser igual uno nacido en Damasco que uno de Viena. Además de su ideología personal, cuenta la cultura del país de donde emigra. Rosa Nissan cuenta la travesía y el dolor en ella, la nostalgia como la esperanza, del ser humano que emigra a otro país buscando un lugar mejor, buscando tranquilidad, refugio, buscando un hogar donde establecerse. Nos habla de su afición por las culturas orientales, su práctica en la meditación y el yoga, su interés en religiones como el budismo en donde enseñan que nada es permanente, que todo cambia y todo termina. Rosa debió de haber nacido en oriente, pero no importa, de todos modos decide aferrarse a creer en ello, en ese inevitable fin que a todos nos llega, el desapego que puede salvarnos del dolor y guiarnos hacia el camino de la libertad del ser, del encuentro de uno con el todo, dice Rosa, nuestra Rosa querida, Todo tiene un tiempo, todo se transforma (…) Cambia todo, cambian las relaciones; las amistades, todas, se transforman”.

Este libro es un testimonio que toda mujer y hombre, mexicano o extranjero, debe leer. Saber que las mujeres tienen el derecho pleno de ser libres y decidir por ellas, que tienen derecho a sentir una pasión por la vida y sus sueños. El prólogo, cabe destacar, es escrito por otra de nuestras tan queridas escritoras mexicanas, nuestras amada Elenita, Elena Poniatowska, donde además de dar su opinión del libro, nos hablar de esa amiga tan cercana que fue para ella, Rosa, y que incluso fue orgullosamente su maestra en uno de aquellos talleres literarios que daba. Un prólogo corto, pero igual de grande que todo lo que escribe Elenita. Elena y Rosa, dos mujeres libres, dos mujeres escritoras, grandes pensadoras. Nos demuestran que la lucha aún puede seguirse haciendo, que la mujer puede llegar tan alto como se imagine, que es inspiración para una sociedad como la de ahora, en donde aún carecen de oportunidades y se enfrentan a una lucha incontrolable para poder alcanzar sus sueños y realizarse, dejar a un lado la tristeza y ponerse en otro modo, más distante, diferente, otro. Un modo quizá más como de esperanza.

 

Regresa, vida vivida, para que pueda volver a ver aquella vida vivida que nunca supe vivir. Qué no daría yo por volver a vivir aquellos tiempos perdidos. La primavera año con año retorna; lo único que no retorna es la juventud. El tiempo va pasando y nosotros nos engañamos ahora llorando, ahora riendo, ahora riendo, ahora llorando. ¡Dios mío, cómo pasa el tiempo!, decimos de vez en cuando; al final es el tiempo el que se queda y es la gente la que va pasando.
De la película “Fados” de Carlos Saura