DULCE DESPERTAR

 

Por Carla de Pedro

 

 

Esa mañana, Ana despertó con el olor a miel en la mente y decidió hacer hot cakes para consentir a Lucía, como cuando era niña e iban juntas al parque los domingos después del desayuno.

La dejó dormir hasta el mediodía, pues no tenía sentido despertarla si no había clases. Sabía bien que estaba cansada, el semestre estaba terminando y había estado haciendo trabajos y estudiando para los exámenes finales.

Cuando su hija se despertó, almorzaron juntas. Usaron, como siempre, los manteles individuales algo gastados que Lucía bordó en la primaria y que tenían florecitas rosas en punto de cruz.

La joven le contó a su madre que saldría con José aquella tarde. Ana se alegró con la noticia, sabía que José era un buen chico y estaba feliz de que Lucía hubiera terminado su relación con Mario. Ese muchacho la hacía llorar a menudo y Ana deseaba, más que nada en el mundo, que Lucía no sufriera.

Por primera vez le prestó el collar de mariposa de la abuela y le ayudó a cocer la falda que tenía un desgarre en una orilla y que había sido de ella cuando era joven. La chica no quiso recogerse el cabello, aunque su madre insistió en que se vería más linda si mostraba su rostro. Aun así estaba muy bonita con su blusa lila y Ana le dio un beso en la frente antes de que partiera y le dijo que la amaba.

Ana recordaría para siempre cada detalle, no olvidaría tampoco la llamada de la policía, ni la sangre, ni el bello cuerpo de su hija desecho en el suelo, ni el olor a podredumbre del ambiente.

Olor con el que despertaría desde entonces, cada día, por  el resto de su vida.