Reseña de “Notre Dame” de Ken Follett

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop 

 

 

Fue el 15 de abril de 2019 cuando todos los medios del mundo dieron a conocer una noticia trágica en la historia de la cultura y el arte, una noticia que acaparó las miradas tristes de todos, rostros solemnes de niños, mujeres y hombres, deseos de esperanza de aquel fuego parara, que llovieran los cielos, que sucediera lo que fuera para que el incendio que estaba consumiendo una de las catedrales más importantes en toda la historia de la humanidad, se apagara, se fuera. Nadie podíamos creer lo que estábamos viendo, Notre Dame incendiándose, quebrándose la parte superior de la construcción, desplomándose la aguja de casi cien metros de altura. Llegamos a creer que era el final. Y aunque a muchos les pareció un simple incendio consumiendo algo, a muchos otros nos pareció una tragedia, como a Ken Follet, el escritor por excelencia en historias de catedrales, apasionado de las medievales, pero aún más, las góticas; profundo investigador e historiador, mejor conocido por la saga Los pilares de la tierra que lo llevó al éxito, y en donde muestra su talento, así como su amor por las catedrales y las historia que guardan dentro, y el agradecimiento infinito que siente por tantos años y años de esconder secretos, de dar esperanza y de resistir a los tiempos.

Dos meses después de aquel día, Ken Follett comenzó a escribir este libro corto a esa Nuestra Señora de París que tantos sueños e ilusiones nos ha regalado. Esa Señora custodiada por las gárgolas que contemplan la ciudad de París con la melancolía de quizá no poderse mover nunca, de ser testigos de todos los hechos que han sucedido en la historia de Europa, esa Señora que se asienta junto al Sena para dar una de las vistas más románticas de la ciudad de la luz, del amor y la esperanza. El autor británico nos regala este homenaje a una de sus construcciones favoritas después del dolor que le provocaron las imágenes trágicas que veía en el televisor («Notre Dame siempre nos había parecido eterna, y los constructores de la Edad Media seguramente habían pensado que duraría hasta el Juicio Final; nosotros descubrimos de repente que era destructible. Hay un momento doloroso en la vida de cada niño en el que toma conciencia que su padre no es todopoderoso ni invulnerable. Tiene debilidades, puede enfermar, y un día, morirá. La caída de la aguja me hizo pensar en ese momento«). La obra de Follet es un repaso por toda la historia de la catedral, desde su construcción en el Medioevo, justo en la época esplendorosa del gótico, pasando por la Revolución Francesa y la memorable coronación de Napoleón Bonaparte como emperador, dentro de las paredes altas de la construcción ante la presencia del entonces papa Pío VII, hasta la obra inmortal de Víctor Hugo sobre aquel jorobado que vivía dentro de los campanarios, encargado de hacer sonar aquellas toneladas de bronce, enamorado, con un trágico final en un incendio que nadie imaginó iba a suceder realmente muchos años después. Pasamos también por la restauración de Eugène Viollet-le-Duc al quedar la catedral semi abandonada y olvidada por el pueblo, después de también sufrir robos y profanaciones, así como también el famoso acto de celebración por parte de Charles de Gaulle al ser liberado París de los nazis al término de la Segunda Guerra Mundial.

Esta es una obra pequeña en tamaño para una construcción grande, que nos ha robado suspiros y que alberga las más profundas confesiones de hombres que se han sentido diminutos ante sus torres y la bóveda de crucería, impactados ante los rosetones por donde entra la luz del amanecer, o cuando atardece, creando destellos antes inimaginables para los ojos; hombres frágiles ante la fachada occidental y las tres puertas de piedra que se abren con cientos de figuras, como los santos, reyes y ángeles que custodian, para adentrarnos en un mundo que es capaz de transportarnos a casi un siglo atrás, cuando las sociedades trabajaban en conjunto, durante años y años, para construir una catedral que fuese capaz de estar lo más cerca posible del cielo, para así poder comunicarse con Dios, para que más fácilmente pudiera oírlos; construir algo indestructible que perdurara al tiempo y a las catástrofes; algo que pudiera demostrar que ahí hubo alguien, el hombre, que tenía miedos y deseos, esperanza, sueños y sentimientos. Una catedral para dejar huella en el mundo, y que siguiera manteniendo unidos a los pueblos y a las naciones. Y entonces, así, que pasara a la historia, alcanzando la gloria de la inmortalidad arquitectónica.