Confesiones de maldad

 

Por Daniel Hernández García

 

 

Lo había seguido por meses y de un momento a otro la sangre en su cuerpo lo había abandonado, sus ojos secos se mantenían abiertos, podías ver las venas secas alrededor de la córnea, me extraño lo rápido que se secan lo labios de un cadáver, como el color morado pinta su rostro dejando atrás el rubor.

Solo sabía que se llamaba Juan, el nombre de Juan N fue el que se puso en el reporte, aunque esa “N” no representara ningún apellido, lo único que sabemos de él era que había matado a diez personas y el modo en que las torturo ,a la última le desolló el rostro mientras se encontraba llena de morfina, cuando el efecto la dejo: “Sus ojos no dejaron de verme, aún con las lágrimas brotándole de ellos, podías ver el sufrimiento en la forma en que se contraían sus músculos, sabía que quería gritar pero no lo hizo, mantuvo una actitud de obediencia, creyó que si era un buen rehén la iba a dejar en libertad, cuando ya no te queda nada es fácil aferrarte a cualquier cosa y la esperanza es lo más nocivo a que aferrarse; al final fue el dolor lo que la mato, Yo solo me encargué de causarlo” el imbécil rio al terminar de contarme todo, hasta el final mantuvo su cinismo, su risa rebotaba por las paredes de aquella sucia bodega haciéndolas temblar, estaba orgullo de su labor y le satisfacía la cara de horror que puse y no pude ocultar.

Yo lo mate, no dude en hacerlo, mi dedo solo resbalo en el gatillo, de un lado salió un trueno y del otro lado algo moría. De inmediato supe que era un caso difícil de armar, él lo sabía y alardeo de ello, era muy posible que quedara en libertad, puedes tener el rompecabezas armado, pero si te hace falta una pieza no tienes nada; aunque él me confeso todo no lo declararía ante nadie más, sería mi palabra contra la suya, Así que decidí clavarle una bala en la cabeza y seis en el pecho, no quería que tuviera la oportunidad de sobrevivir así que le hice varios agujeros por dónde saliera su vida. A veces me sigo cuestionando si realmente fue mi decisión o fue un impulso que él puso en mí lo que me llevo a matarlo, no lo sé, pero no me arrepiento, la esperanza de que la justicia es recompensa lo que me ha mantenido vivo, pero como él me dijo “la esperanza es lo más nocivo a que aferrarse”.

La maldad como la raíz busca en donde crecer, es tan frágil el concreto ante la raíz cuando esta encuentra una grieta, así la convicción ante la maldad humana, el Teniente Nepomuceno Cruz hoy cumple cadena perpetua por el asesinato de cincuenta personas, cuando se le interroga del motivo de tales asesinatos el responde con historias diferentes que constantemente cambia, de su mente salen crímenes inexistentes que adjudico a personas inocentes que perecieron frente al cañón de su pistola. Los psiquiatras lo calificaron como una persona lucida por lo que nunca sabremos qué fue lo que lo motivo a cometer tales crimines. Algunas personas son malvadas porque que pueden serlo.