Falacias Psiquiátricas: de la lobotomía a Take your pills

 

Por Carla de Pedro

 

 

 

Recientemente, gracias a la cuarentena, tuve la oportunidad de ver el documental de Netflix Take Your Pills. En éste se explora el uso de medicamentos como el Adderall, que se usa para tratar el Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH). Este documental, aunque con tendencia de voz neutra, plantea una serie de inquietudes en torno a la psiquiatría del s.XXI.

No es, desde luego, la primera vez que se cuestiona la autoridad de esta ciencia, hay una larga lista de especialistas que han criticado, desde diversas perspectivas, a esta disciplina. Foucault, por ejemplo, escribió dos libros serios contra la psiquiatría: Historia de la locura en la época clásica y El poder psiquiátrico, donde expone cómo aquello que nuestra sociedad llama locura, en otras sociedades ha sido calificado de sabiduría o genialidad y concluye que la psiquiatría no nace como consecuencia de un nuevo progreso del conocimiento, sino como un método disciplinario. Gadamer, por su cuenta, en su conferencia Hermenéutica y Psiquiatría criticaba la objetivación del sujeto y la incapacidad de comprensión del médico de la situación del paciente. Thomas Szasz, psiquiatra y fundador de la Comisión de Ciudadanos por los Derechos Humanos, publicó diversos libros criticando la inmoralidad y falta de objetividad de la psiquiatría; hoy en día, podemos hallar sus libros casi en cualquier librería e incluso algunos se encuentran de forma gratuita en Internet.

La historia de la psiquiatría tiene momentos bastante turbios, un ejemplo es el uso de la lobotomía cerebral, que se llevaba a cabo en pleno siglo XX. Se empezó a utilizar en humanos en 1935, cobró una gran popularidad en la década de los 40 y cayó en declive progresivamente por la aparición de los fármacos psiquiátricos en la década de los 50. Se creía que mediante ésta se podían curar ciertos trastornos mentales, rompiendo algunas zonas del cerebro. El instrumento quirúrgico utilizado era técnicamente un picahielos que se metía (a leves martillazos) en la frente del paciente durante diez minutos y cuyas consecuencias incluían una pérdida de la personalidad que eliminaba la capacidad de tomar iniciativas, afectaba la memoria y los convertía en una clase de zombies. La lobotomía lograba calmar a las personas: borrarles las memorias traumáticas, eliminar la esquizofrenia, quitarles los “malos comportamientos” (como la homosexualidad), esto, a cambio de eliminar por completo su individualidad, si no es que morían desangrados en la mesa de operaciones. Una de las lobotomías más famosas fue la realizada a una hermana de John F. Kennedy, de quien se dice que tenía un leve retraso pero podía llevar una vida normal, no obstante, a los 23 años le realizaron una lobotomía, tras la cual, su cerebro apenas le permitía actuar como una niña de dos años. La lobotomía incluso fue realizada en un promedio de 300 niños.

El uso de los electrochoques es otra de las terapias más criticables que aún se utilizan y actualmente se conocen como terapia electroconvulsiva (TEC). Ésta consiste en transmitir una corriente eléctrica a través del cerebro. Muchos médicos opinan que los efectos secundarios son tan negativos que no valen la pena los pocos posibles beneficios. Los electrochoques generan efectos que van desde la pérdida de memoria hasta problemas cognitivos y del habla en al menos un 30% de los pacientes.

Hoy en día, lo más utilizado es la distribución de drogas legales que generan fuertes adicciones, así como depresión y claros síntomas de abstinencia cuando los pacientes intentan dejarlas.

 

Las principales razones por las que la psiquiatría ha sido criticada son:

Falta de ética. Debería bastar con mencionar la lobotomía y los electrochoques para ejemplificar la falta de ética de la psiquiatría, pero podemos añadir, por ejemplo, que esta disciplina tiene la práctica común de retirar legalmente el estatuto de “persona” de los individuos al considerarlos “no aptos” colocándolos en un “estado de interdicción por demencia”, eliminando así sus derechos constitucionales y sus derechos humanos. Además, las personas han sido tratadas sin su consentimiento durante años, incluso hoy en día basta la autorización de un pariente para que estos sean tratados en contra de su voluntad.

Discriminación. Con voz de autoridad, a lo largo de su historia, la psiquiatría ha discriminado aquello que no le parece “normal” desde la moral social. No podemos olvidar que hace algunos años la homosexualidad era considerada por la psiquiatría un trastorno mental, por dar un ejemplo y, desde luego, era tratada con lobotomía o electrochoques por autorización de algún familiar preocupado por la “anormalidad” de este individuo.

Falta de objetividad. Como señalan Carolina Geneyro y Francisco Tirado, psicólogos de la Universidad Autónoma de Barcelona, existen estudios que demuestran que “no ha sido posible establecer por ninguna de las diferentes escuelas o corrientes de la psiquiatría de finales del s. XIX y comienzos del s. XX, la vinculación del diagnóstico clínico con su correlato anatomopatológico” (Geneyro y Tirado. Biopsiquiatría vs Postpsiquiatría: debates entre la explicación neurobiológica y la comprensión hermenéutica), es decir que no se han encontrado pruebas suficientes para determinar que hay un origen biológico (cerebral) de los trastornos mentales. Ellos citan varios estudios psiquiátricos que fueron incapaces de demostrar dicha hipótesis. No obstante la falta de pruebas, a veces la psiquiatría recurre a errores de razonamiento o falacias, por ejemplo la falacia de petición de principio. En un razonamiento se llega a una conclusión a partir de las premisas. Pero la falacia consiste en que la conclusión se asume como una de las premisas, así que dicha conclusión no fue demostrada, sino que en realidad fue presupuesta desde un principio. Por ejemplo cuando la psiquiatría coloca al cerebro como explicación de todo trastorno, en vez de deducirlo de otras premisas, se inserta como premisa (presupuesto de la reflexión) del cuál se deriva la conclusión, resulta entonces que la conclusión queda como un presupuesto no demostrado. Este absurdo se enuncia del siguiente modo, dado que sólo existe un origen de los trastornos mentales: el cerebro; luego entonces, sólo existe un origen de los trastornos mentales: el cerebro.

Cabe resaltar, además, que los trastornos psiquiátricos se deciden por votación, es decir que se basan en una falacia de autoridad por consenso de los psiquiatras, aunque no tengan las pruebas científicas necesarias.

Reduccionismo. El origen material (cerebral) de los trastornos, no solo ha demostrado ser falsA, lo que implica, lógicamente, que cualquier conclusión que se realice de esa premisa será una conclusión falsa, sino que además reduce al individuo a ser mero cuerpo, eliminando sus experiencias, su cultura, sus ideas e intereses, etcétera. El mayor problema es que este reduccionismo psiquiatrico-materialista se ha extendido hasta considerarse verdadero por gran parte de la población.

 

El doctor Néstor Braunstein habla de la clasificación de las enfermedades del DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) en su octava revisión (que tuvo validez hasta 1979), compara a ésta con un texto fantástico de Borges, para mostrar la aleatoriedad y falta de coherencia de dicho manual. Pues así como la enciclopedia de la que nos habla Borges en dicha cita, divide a los animales en: pertenecientes al emperador, embalsamados, sirenas, perros sueltos, los que acaban de romper el jarrón, etcétera; así, el DSM incluye entre las patologías: la psicosis, la neurosis, las desviaciones sexuales, el alcoholismo, la dependencia de las drogas (¿es enserio o es ironía?), el desajuste conyugal, el desajuste ocupacional, las condiciones no especificadas, etcétera. (Braunstein, Néstor. Psiquiatría, teoría del sujeto, psicoanálisis. S.XXI. pp. 11-28)

Esto no solo nos muestra la incoherencia, sino también la imposición de la moral como “el deber ser” que se utilizaba en plena década de los 70, además nos lleva a preguntarnos qué son las condiciones no especificadas y si no se puede incluir cualquier cosa allí, desde ser comunista hasta teñirse el pelo de rosa.

El Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) que es aquél que aborda el documental de Netflix, tiene, como exponen allí, una historia bastante reveladora, pues se comenzó a diagnosticar en los niños y adolescentes tras brindarles la medicina y mediante la conclusión de que si dicho medicamento funcionaba, entonces los pacientes tenían el mencionado trastorno. Lo que no pensaron, o desestimaron los psiquiatras, es que dicho medicamento tiene un efecto en cualquiera que lo toma, puesto que se trata de microdosis de anfetaminas con un ligero cambio en su fórmula química. Esto, cabe resaltar, es una falacia de petición de principio, pues el argumento que dicta que si el niño reacciona a la droga, por tanto tiene TDAH (sabiendo por cierto que cualquiera va a reaccionar), fue generado como un argumento destinado a concluir lo que ya se planteaba desde un principio. Esto es bastante irónico, teniendo en cuenta que la venta y consumo de los cristales de anfetaminas está completamente penado y las clases bajas son duramente castigadas por consumirlos, pero, por otra parte, se brindan anfetaminas de forma legal y con receta médica a niños pequeños.

Lo que nos muestra el documental de Netflix es cómo se ha generalizado (en cierta clase social de Estados Unidos) el consumo de estos medicamento cuyo fin es brindar concentración en una tarea determinada y tranquilizar a los niños y adolescentes. Esto deja a la sociedad bastante contenta, pues los niños dejan de jugar en clase, empiezan a hacer la tarea, a comprender las matemáticas y la gramática; los jóvenes obtienen calificaciones altas, pasan los exámenes para ingresar a la universidad, se convierten en los mejores científicos, atletas, artistas… Un niño inquieto es fácilmente diagnosticado con TDAH, con la única prueba de que es travieso y de que el medicamento lo vuelve tranquilo.

Los métodos de la psiquiatría han ido cambiando, pasando de lobotomías a pastillas, pero eso no elimina el control que la psiquiatría tiene sobre la sociedad, así como la discriminación implícita en esta disciplina, por ejemplo de los homosexuales en algún momento, y actualmente de los niños que son traviesos, de los jóvenes que no son brillantes, de las personas tristes, porque en esta sociedad hay que ser disciplinado, competitivo y feliz.

La lobotomía era un atentado físico que llevaba a la gente a la muerte o eliminaba su personalidad; los electrochoques tienen más problemas que ventajas, y pese a la lucha constante por los derechos humanos, siguen existiendo.

Las pastillas no llevan a la muerte pero sí generan efectos secundario y una adicción que, desde luego, es un jugoso negocio para las farmacéuticas, basta mencionar que cuando se publicó la cuarta versión del DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) en 1994, más de la mitad de los miembros del panel tenían uno o más vínculos financieros con las compañías farmacéuticas, lo que pone en entredicho su interés en la salud por los beneficios económico que pudieran obtener de la venta de fármacos. Los antidepresivos han sido un éxito multimillonario en ventas y estos se recetan por los psiquiatras a partir de una medida llamada PHQ-9 que fue desarrollada por la compañía Pfizer, a la que le conviene bastante la venta de sus medicamentos. Hay que tener en cuenta que tanto antidepresivos como ansiolíticos (algunos ejemplos son: Prozac, Lustral, Paxil, Valium -Diazepam-, etcétera), así como estimulantes como el Adderall, han generado grandes ganancias y suelen causar adicción en quienes los consumen. Cabe resaltar que en Estados Unidos, unos 10 000 niños de 2 a 3 años consumen drogas estimulantes.

Estar triste, no ser brillante o bien ser travieso, se han convertido en enfermedades que deben ser curadas. Que un niño se comporte como niño, que corra, brinque y solo quiera jugar se considera TDAH. Que un adolescente sea malo en matemáticas o piense que el mundo es una mierda (como cualquier otro adolescente), que una persona se deprima ante la muerte de alguien, ante un rompimiento amoroso, que tenga miedo en una sociedad violenta, todo esto se considera un trastorno. Como expone un artículo de la BBC el negocio multimillonario de la psiquiatría ha impuesto que vivir es una enfermedad. (El negocio multimillonario que hizo que vivir se convirtiera en una enfermedad.)

La ciencia psiquiátrica se ha caracterizado a lo largo de la historia por su falta de ética, por su imposición moral y, hoy en día, por su afán de lucrar incluso recetando drogas adictivas a niños pequeños (esto es una falta de ética que sólo podría surgir en una sociedad extremadamente capitalista donde el dinero se antepone al bienestar y dignidad de las personas). Los parámetros de la locura han variado desde los alienistas medievales hasta nuestra época, pero no por ello se ha dejado de imponer una moral nada científica para cumplir con las expectativas sociales, desde ajustarse al matrimonio (siendo una buena esposa), como se observa en el manual citado por Braunstein, hasta ser una persona productiva acorde a los parámetros de una sociedad capitalista, como se observa en el documental de Netflix. Esto parte de una falacia ad populum que dicta que lo correcto es actuar conforme a lo que la mayoría piensa, y si no se actúa de esa forma se concluye que el otro está loco, es decir, tiene un trastorno de la personalidad.

Querer normalizar, homogeneizar, curar los pensamientos “equivocados”, es querer atentar contra la libertad humana. A diferencia del psicoanálisis en el que se ayuda al individuo a aceptarse y comprenderse, la ciencia psiquiátrica lleva al individuo a tener problemas de autoestima, a sentirse inferior y diferente por no pensar o actuar conforme a las exigencias morales y económicas de una sociedad capitalista. Con base en diversas falacias, la teoría psiquiatrica se ha impuesto históricamente en la psique y en el cuerpo de las personas para que actúen como el robot que la sociedad necesita.

 

 

Algunas lecturas recomendadas:

-Thomas Szasz, Ideología y enfermedad mental. Disponible en:

https://nytz.files.wordpress.com/2012/07/0021970ideologc3ada-y-enfermedad-mental-szasz-thomas.pdf

-Thomas Szasz, El mito de la enfermedad mental. Disponible en:

http://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2015/01/doctrina40175.pdf

-Thomas Szasz, La fabricación de la locura. Disponible en:

https://proletarios.org/books/Szasz-La-Fabricacion-de-La-Locura.pdf

-Michel Foucault, El poder de la psiquiátrico. Disponible en:

https://proletarios.org/books/Foucault-El_poder_psiquiatrico.pdf

-Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica. Fondo de Cultura Económica.

-Néstor A. Braunstein, Psiquiatría, teoría del sujeto, psicoanálisis (hacia Lacan) . Siglo XXI.

– Adolfo Vásquez Rocca, Antipsiquiatría. deconstrucción del concepto de enfermedad mental y crítica de la ‘razón psiquiátrica. Disponible en:

https://www.redalyc.org/pdf/181/18120621019.pdf

-Carolina Geneyro Saldombide y Francisco Tirado Serrano, Biopsiquiatría vs Postpsiquiatría: debates entre la explicación neurobiológica y la comprensión hermenéutica. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1132-12962016000100022

– El negocio multimillonario que hizo que vivir se convirtiera en una enfermedad. Disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-41749706

– Comisión de Ciudadanos por los Derechos Humanos. Textos disponibles en: https://www.cchr.mx/quick-facts/introduction.html