Reseña de “El viejo y el mar” de Ernest Hemingway

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop 

 

 

En 1851 Herman Melville nos regaló una sabia y conmovedora historia de rencor y venganza sobre el capitán Ahab y su interminable lucha con la ballena Moby Dick. Casi cien años después, Hemingway nos escribió una lucha parecida pero que habría de llevar otros mensajes: sobre la juventud y la vejez, la muerte y la reconciliación, sobre la valentía, la larga espera y la persistencia; sobre la lucha que uno ha de tener consigo mismo: El viejo y el mar”. Quizá sea que las mayores luchas suceden siempre allí, en el mar. ¿Por qué? Tal vez porque se hacen en soledad.

Esta novela, que fue una de las razones por las que le valió el Nobel de Literatura en 1953, no refleja otra cosa que una historia “aparentemente” sencilla: un viejo y su obsesión por un pez que no se deja atrapar. Esa es la magia de El viejo y el mar”, una fábula asombrosa cuyas moralejas (más de una), se esconden bajo las líneas, entre los diálogos que Santiago sostiene consigo mismo los tres días con sus noches que pasa en altamar, cazando su presa que no sería otra cosa más que el reconocimiento de que aún sabe pescar, de que aún sabe vivir. Santiago solitario, añorando al muchacho ayudante suyo que ya no pesca más con él porque sus padres se lo prohibieron al decir que el viejo sólo traía mala suerte y ya no era capaz de traer nada del mar. Manolín, se llama el muchacho. Y él, a pesar de lo que diga todo el pueblo, admira a aquel viejo “sin suerte”, más viejo que todo lo viejo y más solo que el mar. Santiago, durante aquellos tres días, reflexiona sobre lo mucho que lo extraña, y es que en esa añoranza se encuentra la nostalgia también de su juventud, su pasado, la nostalgia de la compañía. Santiago, el viejo, al lanzarse de nuevo al mar, después de ochenta y cinco días sin pescar nada, logra dar con el pez más grande que ha visto en toda su vida, y de eso va casi toda la corta novela, la lucha por hacerlo suyo, por sacarlo de lo más recóndito del mar, su hogar, y llevarlo como trofeo de vuelta a la tierra, una que nos sitúa en Cuba, pero todos sabemos se inspira en el mar de Galicia, en la pesca de atún de las aguas cercanas al Cantábrico (y esto nos los recuerda Juan Villoro en su excelente prólogo, al mencionar la afición de Hemingway por la pesca, por las fiestas de España, la caza, nuestro solitario peregrino que andaba recorriendo su camino de Santiago, y que esa misma búsqueda fue la reflejada en el Santiago de su novela, sólo que en lugar de ser una catedral, fue el infinito mar).

La historia es una de las más tristes y melancólicas. Un libro que quizá necesitaba escribir Hemingway, y que todo hombre, cuando llega a viejo, tal vez deba leer. Una relación tierna entra las dos etapas de la vida más distantes, pero también más parecidas. Un hombre que ama el mar más que otra cosa en la vida, pero que también le regala los momentos más difíciles a soportar. Una lucha como la de Ahab, sólo que esta vez se trata más de una lucha interna. Una historia con uno de los desenlaces más hermosos y frágiles y que más hacen quebrar al corazón, suspirar, y pensar en cómo será todo cuando le toque a uno mismo llegar a aquel final al que todos estamos sometidos.

Esta edición de El viejo y el mar forma parte de la celebración de los 15 años de la editorial Contemporánea”, perteneciente a la casa Penguin Random House.