Historia del cerco de Lisboa de José Saramago

 

Por Carla de Pedro

 

 

El lenguaje es creador de realidades. Así como el amor que estaba oculto, como dice María Zambrano en El hombre y lo sagrado, y se desocultó al nombrarse; así, casi como algo gratuito, la realidad se muestra, se transforma, se visibiliza mediante el lenguaje.

La escritura, como dice Derridá en La escritura y la diferencia, es el medio de deconstruir la realidad. Incluso la historia, ese ente que nos han vendido como algo fijo e inamovible, pero que claramente no lo es puesto que está hecho del tiempo y la memoria –dos cualidades que fluyen y varían a cada instante y desde cada distinta mirada–, incluso ese gran ente puede no sólo variar sino transformarse por completo en la escritura. Después de todo la historia no es más que una interpretación de los hechos.

Así, quizás por un motivo inconsciente pero seguro de su atrevimiento, Raimundo Silva decide en un momento dado cambiar la Historia del cerco de Lisboa y lo hace mediante la introducción de una palabra diminuta, un “no” que lo modifica todo.

Pero este cambio no sólo transforma la gran Historia, sino sobretodo la historia personal de este individuo, quien lleva una vida pasiva como corrector de estilo. Todo lo que hace es siempre tan sólo forma y nunca fuerza. En el momento en que se aventura a cambiarlo todo, se revela contra la realidad impuesta. Como Alonso Quijano que deja de ser lector pasivo para convertirse en el caballero andante don Quijote de la Mancha, del mismo modo, al tomar el riesgo de crear, Raimundo Silva comienza a cambiar su vida.

Entonces la ficción y la realidad se van entrecruzando y así como los cristianos buscan, sin ninguna ayuda de los cruzados, la conquista de Lisboa, él busca, como nunca antes se había atrevido, conquistar a la mujer amada.

Los seres humanos, tanto hombres como mujeres, tenemos muros, como las antiguas ciudades, que impiden que los otros accedan a nosotros:

 

…cada uno de nosotros cerca al otro y es cercado por él, queremos echar abajo los muros del otro y continuar con los nuestros, el amor será que no haya más barreras, el amor es el fin del cerco. (Saramago, Historia del cerco de Lisboa. Debolsillo, 2016)

 

Pero la conquista del amor no es una imposición, es una apertura. Porque, como diría María Zambrano: el corazón, esa metáfora de la interioridad y del amor, “…es la víscera más noble porque lleva consigo la imagen de un espacio, de un dentro obscuro, secreto y misterioso que, en ocasiones, se abre.” (Zambrano, Islas. Verbum, 2007)

La Historia del cerco de Lisboa narra la historia de Raimundo Silva, ese individuo amurallado que decide un día cambiar la historia, su historia; decide dar un paso del silencio a la palabra, de la pasividad al acto, del hermetismo a la apertura.