Arte Hibakusha

 

Por Barbarella D´Acevedo

 

 

Hibakusha es una palabra japonesa usada para referirse a los sobrevivientes de los ataques atómicos en Hiroshima y Nagasaki acaecidos al término de la Segunda Guerra Mundial, con todas las implicaciones físicas y emocionales que esto conllevó. Literalmente quiere decir “persona bombardeada”.

Al finalizar el conflicto bélico y como resultado evidente de este, algunas producciones artísticas japonesas empiezan a expresar los sentimientos de angustia y terror debidos a la destrucción de la guerra. Podría hablarse entonces del surgimiento en el Japón de la postguerra de un Arte Hibakusha, hecho por personas marcadas a lo menos espiritualmente, golpeadas por el dolor general del cual devienen protagonistas u observadores directos: es un arte que nace del sentir derivado de la destrucción, arte bombardeado pero a la vez arte bomba de un impacto y fortaleza que juega con el par trágico y en apariencia antitético de destrucción-renovación.

Quizá sea necesario hacer referencia por su inmediata relación con el tema a determinadas obras que revisitan la guerra y las historias de los sobrevivientes.

En primer lugar desde la escritura se producen importantes textos que tratan tales asuntos. Kenzaburō Ōe, premio Nobel de Literatura en el año 1994 concibe La presa –Shiiku– en 1957 y Arrancad las semillas, fusilad a los niños Memushiri kouchi– en 1958. Shūsaku Endō (1923-1996) escribe El mar y el veneno Umi to dokuyaku– también en 1958. Todas estas historias se desarrollan en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

Una de las obras dignas de mención por su tratamiento del tema bélico es un manga autobiográfico concebido entre 1973 y 1974 por Keiji Nakazawa titulado Gen el descalzo o Hadashi no GenEl manga es un tipo de historietas netamente japonés que nace en la postguerra. Gen el descalzo fue publicado en la revista semanal Shōnen Jump entre sus números 25 y 39. En 1983 se convirtió en una película de anime en dos partes: Barefoot Gen y Barefoot Gen 2. Asume la historia de un niño que junto a su madre sobrevive al bombardeo de Hiroshima. Nakazawa además ha abordado el impacto del conflicto bélico en otras muchas creaciones.

En 1988 los estudios de animación Ghibli lanzan la película La tumba de las luciérnagas – Hotaru no Haka–, dirigida por Isao Takahata. Narra la historia de dos hermanos de catorce y cinco años que pierden a su madre y sufren la indiferencia de otros familiares ante su situación. Se basa en una novela de cariz autobiográfico del escritor Akiyuki Nosaka, que perdió como consecuencia de la guerra a su padre, madre y hermana y es una famosa propuesta antibelicista.

Lluvia negra o Kuroi ame (1989) de Shohei Imamura y basada en la novela de Ibuse Masuji relata la historia de una familia sobre la que cae una lluvia negra al acercarse al vecino poblado de Hiroshima en el que ha acaecido la explosión. La dramática lluvia de la que desconocen las consecuencias resulta ser radiactiva y genera en algunos de los protagonistas y sus conocidos terribles secuelas. Por su parte, la penúltima película de Akira Kurosawa, Rapsodia en Agosto – Hachi-gatsu no kyōshikyoku– de 1991 muestra a un Kurosawa más introspectivo y aborda el impacto de los bombardeos para generaciones diferentes de una misma familia a través de la historia de una anciana hibakusha.

Hasta aquí una breve relación a películas que han tratado de forma clara ya sea el tema del conflicto bélico o de las explosiones nucleares sucedidas al término de este. Sin embargo existe en Japón otro tipo de cine que de una forma más velada habla del terror generado por la guerra y sus consecuencias

En 1954 ocurre el estreno de Godzilla –Gojira– bajo la dirección de Ishiro Honda y con la producción de Estudios Toho. Pertenece al Tokusatsu o cine de efectos especiales aunque enclava en el subgénero kaiju –películas de monstruos–. Godzilla era en esta primera película un monstruo que había permanecido congelado de modo natural y que había sido despertado y alterado a raíz de pruebas atómicas en la Isla de Odo. El monstruo, quien tarda en revelarse visualmente en la película, destruye la ciudad de Tokio y solo es destruido con un arma más potente cuyo descubridor decide sacrificarse también con el fin de evitar que sea conocida por la humanidad. En esta obra de la ciencia ficción, el despertar accidental deviene una metáfora de la bomba y las consecuencias del desastre. A la par entabla un mensaje moralista acerca del uso que debe tener la ciencia.

Es en particular en el J-horror, u horror japonés dónde se puede apreciar a partir de los años 80 y 90 el despliegue de un terror más psicológico y reflexivo resultante de un miedo social a la guerra, incluso en su metáfora de los adelantos en materia de ciencia –después de todo el lanzamiento de las bombas en Hiroshima y Nagasaki fue un tipo de experimento científico que tuvo como laboratorio el mundo y como conejillos de indias a los pobladores de estas regiones de Japón–.

Shinya Tsukamoto concibe en 1989 una película titulada Tetsuo. En esta su protagonista es un hombre que comienza a convertirse en metal. La desorientación y el terror del personaje principal no deja de tener puntos de similitud con aquella vivida otrora por los hibakusha, como ellos Tetsuo no entiende del todo que le está sucediendo. Por otro lado, en una película como Audition (1999), de Takashi Miike, se parte de una calma aparente que genera confusión en el espectador antes de llegar a aterrorizarlo. En una expresión de terror psicológico la protagonista se revela tras una primera impresión como una bella y tímida joven que luego resulta todo lo contrario. Según el crítico e investigador de cine Mark Cousins en estas películas:Los directores japoneses usaban la calma como contrapunto de la violencia en un sentido casi budista.”[1]

Todas estas obras de una forma u otra se develan marcadas por la guerra y el trauma generado por esta, en múltiples generaciones de japoneses. Constituyen muchas, piezas de vanguardia, renovadoras en sus modos de entretejer el discurso dramático y narrar. Sin embargo, es en la danza dónde verdaderamente cobra fuerza el tema hibakusha en particular en el Butō, un género postmoderno nacido en la década de los cincuenta cuyos pioneros fundadores fueron Kazuo Ōno (1906-2010) y Tatsumi Hijikata (1928-1986). El Butō, originalmente fue llamado Ankoku Butō, o danza de la oscuridad. Tuvo sus raíces en experimentos dadaístas y surrealistas llevados adelantes por Hijikata y también en la necesidad de mostrar de modo subjetivo los sentimientos generados por la guerra. La búsqueda de un nuevo cuerpo deviene obsesión en este estilo de danza marcado por la angustia y el terror que generaba la visión de los sobrevivientes a los bombardeos. Características afines en la variedad de compañías de Butō las constituyen el intenso entrenamiento, una atmósfera surrealista, movimientos lentos, y a nivel de imagen las cabezas afeitadas, y los cuerpos pintados de blanco, semidesnudos.

Sin lugar a dudas es este un arte que trasciende el realismo mimético representacional y si bien parte del dolor y el miedo como motores impulsores se sitúa más allá. Es una danza catártica que purga emociones que tal vez permanecen en el subconsciente del espectador y deviene a la par una nueva forma, expresión verdadera de un arte hibakusha.

 

[1] Mark Cousins (2011). “Capítulo 13. 1990 – 1998: The Last Days of Celluloid Before the Coming of Digital En The Story of Film: An Odyssey.