Reseña de “Los cuadernos de don Rigoberto” de Mario Vargas Llosa

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop 

 

 

No es lo mismo erotismo que sexo. Lo erótico son los secretos y la intimidad que se esconde bajo las sábanas, desnudando el alma por completo, liberándola, sin miedo a las palabras. Lo erótico no es llegar al orgasmo y ya, sino el camino que debe labrarse para que el deseo exista, al igual que saber cómo volver de él, con el mismo fuego y el mismo ardor, el sentimiento, la emoción que predomina sobre la razón pero sin dejarla a un lado por completo.

Los cuadernos de don Rigoberto” es la novela erótica de Vargas Llosa con la cual llegamos a ser cómplices de la intimidad de los protagonistas, y no sólo de la intimidad del deseo, sino de sus pasiones y frustraciones, hacía con la vida, con el cuerpo. La intimidad que existe en las manías, la de las sombras, o las noches; la luz de los secretos, las revelaciones en los perfectos y desperfectos de nuestro cuerpo; el silencio y las palabras, la superación de las traiciones.

Don Rigoberto ha amado durante gran parte de su vida a Doña Lucrecia, con quien exploró su sexualidad hasta los límites que la imaginación los permitió llevar. Con juegos de roles, escenificando obras de grandes pintores o dramaturgos, haciéndola de voyeur para disfrutar de ver a su mujer con otros hombres, mientras el amor en él crecía más, un sentimiento que no era para los dos por separado, sino para compartir, y al ver el deseo en el cuerpo de su mujer con el de alguien más, le hacía sentir que él podría ser el único hombre en lograr amarla de verdad. Y es que el amor es algo extraño, más que el deseo (por más fetiches que puedan existir). El amor es raro. Y duró hasta que llegó Fonchito, el hijo de don Rigoberto, que por algo que pasó con su madrastra Lucrecia, le dio a su padre la única cosa incapaz de soportar. Desde entonces se encuentra la pareja separada, y para apagar el deseo que aún mana de él, don Rigoberto escribe en sus cuadernos, recordando las escenas de pasión con Lucrecia, reviviendo su locura, el cuerpo de los dos habitando un cuerpo. El libro resulta una mezcla narrativa en la historia de Don Rigoberto, Lucrecia, Fonchito y Justiniana, la ayudante de la casa, en correlación con los escritos de un hombre melancólico que extraña y revive y hace volver el pasado, ensayos contrapuntísticos sobre el erotismo, pero también sobre el arte, y la patria. Vemos recorrer la inigualable y espléndida prosa de Vargas Llosa un pasadizo por la historia del arte erótico: Coubert, Balthus, Klimt, Lautrec, Ingres y Vermeer. Pero la novela, más que nada, resulta un homenaje a aquel pintor austriaco al que acusaron tanto de pintar a sus niñas desnudas: Egon Schiele. Fonchito está fascinado con él, y lee una y otra vez su biografía hasta saberla de memoria; se conoce todas sus obras, hasta se identifica con él. Schiele, el que terminó preso, el que murió a causa de la gripe española, Egon, el loco por sus niñas desnudas (¡el erotismo no es sexo, es la belleza!), la mujer desnuda, la infancia desnuda, la inocencia y la pintura desnudas. Vargas Llosa hace un recorrido excepcional a través de su vida y obra.

¿Pero acaso Fonchito fue la razón verdadera de la separación de su padre y su madrastra? Las conversaciones que va teniendo con Lucrecia, y el misterio de las cartas que se nos muestran al mismo tiempo que a los protagonistas, nos dicen algo más. Quizá sea el personaje más interesante de todos, tal vez ni exista y no sea más que el reflejo de las sombras de Rigoberto y Lucrecia, sus miedos, pero también sus palabras, la voz que calla en la distancia y en mitad de los sueños de noche, en el inconsciente, bajo el silencio oculto dentro de los labios. Fonchito representa la sexualidad en todo su ser, y no sólo la de su padre y su madrastra, sino la Sexualidad con “S” mayúscula, la de todos; el primer indicio en que te das cuenta que dejas de ser pequeño por descubrir un mundo inmenso delante de ti: de deseo y pasión, pero también de misterio y dudas. Un mundo capaz de atraparte entre sus brazos para ahogarte, asfixiarte hasta que estés a punto de morir sólo para así volver a absorber el aire que te da existencia y te regresa la vida. Fonchito pudiera ser el mismo Querubín de “Las bodas de Fígaro” de Mozart, y es que hay una gran relación entre esta novela y la ópera, pues en las dos lo erótico pasa de lo trágico a lo cómico, de lo cómico a lo romántico, de lo romántico al amor, y del amor al enredo. Un enredo que creemos que está afuera, creemos que es Fonchito, que se forma a causa de los otros o a consecuencia de no entender las sensaciones que hacen avivar la llama, y nos devoran, nos vuelven locos. Fonchito es el Querubín de Mozart, un niño a punto de ser hombre, que explora su sexualidad, pero que representa el sustantivo general, no un nombre propio, no alguien, sino todos. Y así, junto con sus juegos y exploraciones, descubrimos las verdades, a veces placenteras, otras que destrozan, de todas las parejas. Como Mozart también era experto en hacerlo, restregándonoslas en la cara.

Resulta este libro, además de Schiele, además de Mozart y Querubín, y todo lo que ya he dicho antes, un bello ensayo del arte, un culto hacia las propias obras que a Vargas Llosa lo han inspirado, y le han hecho sentir. Gran homenaje a Onetti, porque “La vida breve” nos trae líneas en donde recordamos a aquel pobre hombre que lucha contra sus impulsos débiles al afrontar la cirugía de su esposa, que la dejó mutilada y sin pechos. Y no es que los pechos lo sean todo, pero nadie puede decir que no a una noche de pechos. “La vida es sueño”, nos canta también Mario trayéndonos aquel sueño de Calderón de la Barca; los sueños y el deseo, la unión de la vida con la muerte. Todo es confusión. Todo o nada es real. La vida es sueño, y los sueños, quizá no sean sólo sueños, quizá sí haya más.

Esta es una novela para disfrutar y gozar, leer y releer, que no llevará a otros parajes desconocidos pero que te harán seguir disfrutando de más. Porque si algo tienen en común el arte y lo erótico, es que siempre hay más, mucho más.