Reseña de “Baila, baila, baila” de Haruki Murakami

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop 

 

 

Hay lugares que nunca lo dejan a uno. Lugares que nos persiguen y de los que nunca logramos desprendernos. Hay lugares que nos llaman, y hasta que vayamos a ellos es que no podrán dejarnos descansar. Lugares con los que soñamos, que dejamos, a donde estamos inclinados a volver.

Así le sucede al protagonista de Baila, baila, baila”, novela de Murakami del año 1988, que inicia esta historia relatándonos su obsesión por regresar al viejo Hotel Delfín, donde varios años atrás pasó tiempo con una mujer de la que nunca volvió a saber de ella y que pareció desaparecer del mundo sin dejar rastro. Ahora es como si el hotel lo llamara para acudir a una cita que se quedó pendiente, no con la mujer ni con el hotel, sino con alguna fuerza más allá que es incomprensible para él de entender. Pero el viejo Hotel Delfín, en Sapporo, ya no es el mismo, lo han comprado y lo han renovado en un estilo más lujoso y moderno, totalmente nuevo (como los lugares a donde uno vuelve y nos damos cuenta que también han cambiado, que no nos han esperado porque el tiempo también avanza y todo lo transforma). Sin embargo, el hotel, a pesar de todo, sigue manteniendo su misma esencia, el mismo misterio por el que siente el protagonista tiene el deber de resolverlo, porque le compete a él y sólo a él, y es que de cierta forma uno al otro se pertenecen.

Es ahí que este hombre de aire melancólico (como casi siempre ocurre en las novelas de Murakami) empezará una nueva etapa en su vida que se verá envuelta de una serie de personajes misteriosos, pero que lo acompañarán en ese viaje solitario que resulta la búsqueda propia, la de los sueños y misterios que yacen en el silencio de lo que no se dice, y en las palabras de lo que se dice sin decir. La búsqueda de la verdad en el pasado, las acciones que convergen en un presente distante, en otro tiempo pero el mismo. Y será en el Delfin Hotel que conocerá a Yumiyoshi, la hermosa recepcionista de gafas con quien compartirá un secreto, y a la adolescente Yuki, en quien termina encontrando una cálida compañía aunque no hablen tanto, pero la verdad es que logran entenderse, acompañándose juntos en sus propios misterios y soledades; también será en ese hotel en donde presenciará al ya conocido por otras obras del autor, el Hombre Carnero, quien se le muestra para intentar mostrarle algo que se resiste a ver. Los sueños se combinan con la realidad, y es así que la magia clásica de Murakami cobra vida para transportarnos a momentos que perecieran ser irreales, pero tan sólo tratan de decirle a los protagonistas y a nosotros mismos algo más que no alcanzamos a ver a primera vista. Así, el hombre que ha trabajado toda su vida en un empleo del que se burla y sabe que no lo llevará a nada, el hombre que se acuesta con multitud de mujeres que apenas y recuerda sus nombres para sentirse acompañado en las noches donde la soledad es insoportable y pareciera ser capaz hasta de asfixiar, continua emprendiendo más viajes extraños y dejándose llevar por su intuición, reencontrándose así con un amigo del colegio, Gotanda, que ahora es un actor mediocremente famoso y en el que encuentra una soledad muy parecida a la de él. Conoce a prostitutas, a los padres de la niña Yuki, que él afirma que, si tuviera su edad, estaría perdidamente enamorado de ella. Yuki, otro personaje solitario que no empatiza con nadie porque se siente incomprendida, porque para sus padres divorciados no pareciera existir: un escritor bestseller quizá alter ego de Murakami y una fotógrafa que vive recorriendo el mundo. Y es así, de pronto, que se ve envuelto en una maraña de situaciones y personajes extraordinarios que parecieran estar encasillados en la misma rueda que él, todos girando en la misma dirección, compartiendo algo que los hace ser en cierta forma miserables y estar rotos. Cada uno siendo esclavo de su propia rutina y sometidos a las vidas que han decidido vivir, o bien, a las que se han dejado arrastrar. Comienzan a desaparecer personas, muere gente (dramáticas salidas a sus propios laberintos), y es entonces que ahora o nunca debe comprender el hombre apasionado por el rock antiguo que ya no se escucha ahora, de qué trata todo ese enredo en donde parecieran conectarse todos los puntos. Pero quizá no sea más que el hotel llamándolo, instándolo a que regrese y salde la cuenta que tiene pendiente, que afronte sus miedos y eche raíces a donde no quiere.

Esta novela nos recuerda que nada permanece, la gente, así como llega a nuestras vidas, también se va, como si solamente su presencia tuviera un propósito al cruzarse en otros caminos, que a veces compartimos y en donde llegamos a encontrar un calor que nos cobija del frío y la soledad. Nos recuerda también que muchas veces nos vemos envueltos en una película donde pareciera repetirse una y otra vez, sin lograr entender del todo el mensaje. Nos encontramos atrapados, y es que vemos todo lo que tenemos delante menos lo que tenemos dentro. Y tal vez, sólo tal vez, si regresamos a los lugares que nos llaman, podamos encontrar las respuestas que necesitamos, encontrar lo que realmente buscamos y queremos, quizá algo que pueda ser lo más parecido a llamarse un hogar. Y es que también, a veces, lo mejor sea solamente bailar, dejarse llevar por el ritmo, bailar mientras no cese la música, hasta que se cansen los pies y como si nadie nos viera. Bailar, bailar, bailar.