“La educación sentimental” de Flaubert: ¿Quién es el que educa?

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop

 

 

Se sabe que Flaubert revolucionó la literatura. Su narrativa es única, y fue el parteaguas para los estilos que se vendrían en las próximas décadas. Flaubert, especialista en las emociones y gran apasionado de la historia, al que se le conoce por su mayor éxito y una de las novelas clásicas de toda la literatura universal: “Madame Bovary”. Estilista, romántico, historiador, moralista, sentimental. Sobre todo, sentimental. El escritor que siempre anduvo en búsqueda de “le mot juste”, la palabra exacta. Para ponerla en los labios de sus personajes, para ser absorbida a través de su prosa refinada, para saber ponerla al fin en los labios de nosotros, los que callamos y escuchamos, los que disfrutamos leerle.

Y es que esta obra, ¿trata acerca de los sentimientos que educan, o de la educación de los sentimientos? ¿Qué va primero? ¿Quién sobre quién? El protagonista, Fréderic Moreau, vive desde el inicio de la novela enamorado de una mujer ya casada y con hijos, una mujer a la que no logra robar su atención, y cuando lo hace, se da cuenta de que el amor es algo mucho más difícil de lo que aparenta y de lo que nos hace sentir. ¿Pero será de verdad amor o un sentimiento platónico? Fréderic hará todo lo posible por estar siempre cerca de Madame de Arnoux, y aunque no la tenga, tan sólo regocijarse con su presencia, conocerla, saber sus secretos, sus temores, llegar a ser su confidente, mientras se ve envuelto en un círculo artístico y político al que comienza a formar parte, y es que toda esa historia de amor sucede con la Revolución de Francia de 1848 como telón de fondo. Los actos de rebelión, la oposición al absolutismo, el socialismo tratando de radicar al gobierno que estaba dejando al pueblo más pobre que nunca.

La educación sentimental” nos lleva a las revueltas en un París que se encuentra sufriendo grandes cambios, el intento de una restauración nacionalista en una ciudad a la que se le llama “la ciudad del amor”, porque tal vez la política y ese sentimiento tan poderoso siempre van a tener algo en común: la torpeza de creerlo todo y dejarse llevar por la emoción, por los sentimientos que a veces nos traicionan, otras nos delatan, nos hacen cambiar de rumbo, perseguir el deseo hasta obtenerlo, y si no se consigue, entonces se hace más y más ambicioso. Fréderic se meterá en la vida de Madame de Arnoux, amistándose con su esposo e intentando entrar en la vida de la “alta sociedad”, haciendo todo por aparentar, por encajar en ese círculo de la mujer que cree amar y demostrarle que también él puede darle todo, la vida que dice merecer. Así también, se ve de pronto inmiscuido en un círculo de filósofos, artistas e intelectuales, que disfrutan la vida del campo y critican el ajetreo de la ciudad, con quienes se adentra en las raíces de aquella Revolución que va emergiendo, una parecida a la revolución interna a causa de su lucha sentimental (la razón estable o la emoción volátil). Y entonces, cuando la novela, dicen muchos, parece no avanzar, lo que avanza es su vida, la que se va viendo obligado él a darle forma y sentido, con las mejores y peores decisiones, pero siempre enamorado de aquella mujer que no podrá tener jamás. Como sucede a veces con la libertad.