Habitar las palabras: “De lunes todo el año” de Fabio Morábito

 

Por Carla de Pedro

 

 

Al leer De lunes todo el año nos percatamos de que el interés de Morábito gira en torno a los espacios y, especialmente, en torno a la forma en que los seres humanos se relacionan con estos.

 

“Este edificio no contenta a nadie” (Época de crisis)

 

“De noche salen los novios a besarse (…)

y es cuando el parque es más seguro…” (Mi regular aparición)

 

“Tuve una tía muy vieja que se pasaba el día

de pie detrás de la ventana de su cuarto…” (Atrás del vidrio)

 

“He aprendido a respetar las huellas de los viejos inquilinos

un clavo, una moldurauna pequeña ménsula…” (Mudanzas)

 

“En este piso escribo,

en este piso mi hijo crece,

los inquilinos van y vienen,

nadie quiere vivir sobre estos débiles cimientos

y yo también, desde que vivo aquí, trato de irme…” (Miramontes)

 

“Miro a los surfeadores con envidia: se saben atener a su propósito,

suspenden sus pasiones se simplifican donde el mar se descorteza,

conocen el arte de no gravitar…” (Los surfeadores)

 

Estos fragmentos nos hablan de la gente en relación con los espacios: los habitantes de un edificio con este; los novios con el parque; una tía con su cuarto, la calle y su ventana; los inquilinos con las paredes en las que dejan sus huellas, los surfistas con el mar. Cada sujeto se relaciona con su espacio, lo habita.

Habitar es algo diferente a solo existir, puesto que “habitando un lugar, hacemos que se experimente el espacio de forma nueva.” (Heidegger, Construir, habitar, pensar, 1951) Cada uno de los personajes que aparecen en los poemas de De lunes todo el año, se relacionan con el espacio y lo dotan de sentido al habitarlo.

En este poemario encontramos también la relación personal de Morábito con el espacio. Su no pertenencia a un lugar se observa claramente en poemas como No tener casa o Club italiano. Su imposibilidad de tener intimidad se muestra en poemas como Época de crisisCinco escalonesMiramontes y Ruido.

 

 

Sobre la casa, Bachelard expone que:

“Toda gran imagen simple es reveladora de un estado del alma. La casa es, más aún que el paisaje, un estado de alma. Incluso reproducida en su espacio exterior, dice una intimidad.” (Bachelard, Gaston. La poética del espacio. FCE.)

 

La intimidad pues, en De lunes todo el año, aparece vedada, interrumpida. Primeramente el sujeto lírico no tiene un espacio propio, un hogar que es el origen al que se puede volver como a la casa materna, no tiene centro, como dice Julio Ortega, al ser inmigrante no tiene ese espacio; en segundo lugar, al no tener casa, el espacio de pertenencia, la propia intimidad, el sujeto está en contacto directo con los demás, con el afuera.

 

“Este edificio tiene los ladrillos huecos,

se llega a saber todo de los otros” (Época de crisis)

 

“¿Cómo orientar la casa que no tengo?”, se pregunta el poeta. La respuesta es que si no se puede ser casa, entonces se es un espacio de casa, un espacio abierto en el que el mundo puede entrar y así el poeta está conectado con su entorno de forma directa y es capaz de ver los distintos espacios y a aquellos que los llenan con el amor de quién ve su propio espacio, de quien ve su casa.

 

La no-casa del poeta es también una casa:

 

“…que se despoj(a) de sus muros

en la imaginación de los que duermen

y ayud(a) a conciliar el sueño,

(es) una casa abierta

a toda profecía.” (No tener casa)

 

 

El poeta es ese espacio, el espacio abierto que lo observa todo. Y es que:  “¿…qué haría metido en mí mismo?” (Ruido)  No tener casa, no tener intimidad, es poder habitar con los demás, compartir el espacio con los otros como quien comparte las paredes con los antiguos inquilinos y puede ver lo que ellos fueron en el mismo espacio.

Morábito ha aprendido a habitar sus palabras y a huir de la idea del centro, de la casa como el útero, el origen, la pertenencia, el centro. En su casa caben todos: los vecinos de arriba, los burócratas, su hijo, los antiguos inquilinos, los surfistas, la tía que nunca lo reconocía, los lava-autos.

Su destino de persona sin centro, de inmigrante, del que vive a unos pasos de la calle, le permite entender los espacios y no cerrarse a uno solo. El poeta prefiere renunciar a su intimidad que perder el espacio compartido con los demás. Este sujeto no está aislado pues del mundo, apenas lo separan de él cinco escalones.