Reseña de West Side Story de Steven Spielberg

 

Por José Luis Ayala Ramírez

Twitter: @ayala1788

 

 

West Side Story de Robert Wise y Jerome Robbins es uno de los grandes musicales de la historia del cine. Es cierto, probablemente varios aspectos de ella no han envejecido favorablemente sobre todo en un nivel narrativo y escénico, pero eran los números musicales, las letras, las coreografías, la adaptación shakesperiana en las calles de New York y sobre todo sus personajes ambiguos lo que la elevan como una película muy rica y llena de matices, un clásico incontestable que fue multigalardonado (10 premios Oscar que vistos hoy en día se pueden ver un poco exagerados) y que posee todo lo mejor de un género que vivió en aquella época sus años de gloria.

Steven Spielberg (junto a Clint Eastwood) es el mayor exponente de un cine clásico que hoy está ya muy olvidado por las nuevas generaciones, sobre todo en su última etapa con filmes como Lincoln, War Horse o Bridge of Spies, el maestro se ha encargado de evocar esas narrativas, géneros y personajes que van más acorde al cine de los 40s, 50s y 60s, algo que en su nueva versión de West Side Story es todavía más evidente, y es que si, parecía que Spielberg estaba destinado a entrar en el género del musical, lo que nunca sospechamos es que esa entrada iba a venir con una nueva adaptación de la obra de Arthur Laurents. El resultado; sorprendiendo a los más escépticos (dentro de los que me encontraba) es estupendo.

Si, muchas cosas ya estaban en la película de 1961, a la que Spielberg profesa su amor constantemente en pequeños homenajes que van desde algunos planos idénticos, la utilización del mítico vestido que utilizo Natalie Wood para su Maria, hasta la incorporación de la mítica Rita Moreno al elenco. Sin embargo la imaginación de la puesta en escena, la ejecución y fuerza de los números musicales así como una narrativa más cinematográfica son atributos que esta West Side Story mejora considerablemente.

Pequeños ejemplos. En la versión del 61 se abre con varios planos en cenital que nos muestran a esa New York protagónica, aquí Spielberg copia el plano cenital pero lo ejecuta sobre escombros de edificios (una declaración de intenciones desde el inicio) para irse transformando en un plano secuencia para finalmente presentarnos a los Jets, más violentos y delincuentes que nunca. Para la secuencia donde Maria y Tony se conocen (mi favorita de toda la película) el maestro consigue un momento mucho más íntimo, jugando con la iluminación y el sonido los amantes poco a poco se van alejando de la multitud, los tonos de la banda sonora y los colores de la escena van cambiando gradualmente hasta conseguir ese nivel de intimidad y romanticismo que los protagonistas piden a gritos. El climax con la confrontación entre Jets y Sharks es mucho más tenso, violento y trágico, la cámara no deja de moverse nunca dándole mayor dinamismo y dramatizando con la desesperación, casi claustrofóbica, del momento.

 

 

Otro aspecto que se antoja fundamental en esta nueva versión es el dibujo de los personajes, el cual de por sí ya era excelente, pero aquí es apuntalado con pequeños detalles. Probablemente de todos quien tiene un crecimiento más considerable es Riff quien ya desde su presentación se vislumbra tendrá mayores matices ayudado desde luego por el conjunto de miradas que entrega Mike Faist. Pero si en alguien Spielberg ha enfatizado su obra es en Maria, la cual gana en riqueza, frescura y realismo a través de su comportamiento con el resto de los personajes, ya sea rivalizando con Bernardo, conviviendo con Anita o incluso dudando de sus sentimientos hacia Tony, es quien lleva el peso y la debutante Rachel Zegler no desperdicia este regalazo (solo en su parte final tiene algunas reacciones un tanto artificiales) enamorando la pantalla desde su primera aparición en el mítico balcón y ganándole la partida en todas sus escenas a un Ansel Elgort entregado pero forzado,  quien sucumbe además al tener el personaje más plano de todos, algo que ya pasaba con el de Richard Beymer. Y así como en la versión del 61 es Anita quien se convierte en la roba escenas total, desde su “America” (vibrante en su moderna puesta en escena) hasta el punto climax que la convierten en el personaje de mayores claroscuros,  y en todo sentido Ariana DeBose lo clava siendo una digna heredera de lo que hizo Rita Moreno hace 60 años, quien; dicho sea de paso, está muy bien en su nuevo personaje que le da una nueva dimensión al discurso de identidad y racismo que presenta la película, el cual en estos tiempos parece sentirse muy oportuno.  Desde luego en toda esta reinterpretación y detalles surge el valioso nombre de Tony Kushner, del cual no parece que sea coincidencia que sea el autor de las 3 últimas grandes películas de Spielberg, Munich, Lincoln y ahora West Side Story.

Y afortunadamente Spielberg no se ha olvidado de New York, esa ciudad que se convierte básicamente en un personaje más mientras recorremos sus calles, callejones, transportes, edificios, balcones, sobresaliendo siempre por su inmensa belleza si pero igual vista desde la perspectiva de los marginados lo que la vuelve más árida y más violenta. En todo brillan sin duda los decorados de Adam Stockhausen y por supuesto la siempre sobresaliente fotografía del maestro Jansz Kaminski.

Es justo mencionar que acudir a ver a una sala de cine West Side Story es encontrarse con el cine en su estado más puro, a veces sintiéndose como estar presenciando un espectáculo de Broadway pero con todo el arsenal cinematográfico que Spielberg tiene a la mano mostrándonos porque se trata de uno de los grandes realizadores de la historia del cine. Es cierto, al terminar tampoco puedo afirmar que esta nueva versión supere a la clásica del 61, pero lo que sí se puede decir es que no es inferior, lo cual ya dice mucho sobre ella. Al final Spielberg hace lo que un enamorado del cine y realizador imaginativo debe de hacer a la hora de reinterpretar un clásico, la homenajea pero funciona por si misma y a la vez brinda una verdadera aportación al relato. Así es como deberían ser todos los “remakes”.