Reseña de “Primero estaba el mar” de Tomás González

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop

 

 

«Primero estaba el mar. Todo estaba oscuro. No había sol, ni luna, ni gente, ni animales, ni plantas. El mar estaba en todas partes. El mar era la madre. La madre no era gente, ni nada, ni cosa alguna. Ella era el espíritu de lo que iba a venir y ella era pensamiento y memoria.«

 

Huir de la ciudad, el ajetreo de Medellín, para instalarse en una finca cerca de Turbo que dé frente al mar. Escuchar el mar, el sonido de las olas contras las rocas, las conchas y las algas secas, asemejándose al ruido de los cascabeles al agitarse. La arena fina para endulzar los pies. La luna que se pone sobre las aguas para iluminar los valles y acantilados, las tierras que corren por los caminos que llevan a las ciudades en donde hay comercio, y más ruido, más vida. Pero también distracción y mucha prisa. Dormir recostado a la hamaca, descansar a la sombra de los árboles de mango, comer mangos frescos, absorber su jugo para absorber tal vez la creatividad en aquel lugar tranquilo y en donde sólo se vive de lo que se tiene, o de lo que se puede (aumentar el ganado, poner una tienda, trabajar la finca, el negocio de la madera). Y uno, como lector, se abre a la corriente de olores que Tomás González invoca con su pluma sensorial: la madera, los cocos, la lluvia.

J., el protagonista, decide iniciar esta nueva vida junto a su mujer, Elena, quien inicia la historia sufriendo por el maltrato de su máquina de coser que lleva cargando durante todo el viaje. El camino desgasta el equipaje, y a los sueños los desgastan las malas decisiones. J. pide préstamos para poner una tienda, para iniciarse en el comercio en aquel mundo alejado de todo. La finca que compraron para estar más cerca de ellos mismos, y cerca del mar. Un lugar a donde uno termina después de estar huyendo, y entonces, huye más. La gente desconfía de ellos, otros los engañan, se aprovechan de sus intenciones. A Elena la curiosean mientras se baña en las aguas del mar. Un lugar en donde nada pasa y pasa de todo. Y mientras tanto, te transforma. J. y Elena comienzan a discutir cada vez más, a tolerarse menos. Entre los gritos y el alcohol, el mar de cerca sigue arrojando a través de la espuma los restos del principio de todos los hombres. Se avecina la tragedia. La mentira, la ira, el arrebato.

La calidad narrativa de Primero estaba el mar es destacable. Aunque pudiera tratarse de una historia corta y sencilla, es mucho más. Hay poesía en imágenes bellas, y emociones embriagantes de aguardiente que se esconden tras las líneas. Fue en El Goce Pagano, al ritmo de la salsa colombiana de música de fondo, y a donde uno iba a bailar para terminar de luchar, en donde Tomás González, mientras trabajaba de mesero, escribió esta novela, su ópera primera y que estaría basada en el asesinato de su hermano Juan, en Urabá. El título proviene de una referencia de la cosmogonía Kogui, en donde al principio, todo era mar, no había nada más; el resto, vino después.