El hombre y el espacio

 

Por Carla de Pedro

 

 

Afirma Guadalupe Nettel que el desierto no es “más que el vértigo de una infinita pregunta”. (Fragmentos del desierto)  Quizás todos los que alguna vez se han posado sobre su arena, han intentado descifrar en él la respuesta a las grandes preguntas de la existencia.

 Según señala Beatrice K. Rattey en su libro Los hebreos, fue de las preguntas hechas al desierto, que a los hebreos se les reveló un dios abstracto e infinito.  Otros, en ese entonces, hablaban del Dios Sol y del Dios Lluvia, pero los judíos hallaron, en el vacío inefable del desierto, en el deambular en orfandad por ese espacio de eterna belleza y soledad, a un dios más grande que no se materializaba en el sol y en la lluvia; era su creador y se situaba más allá de la realidad. Así pues, los hebreos lograron hacer de Dios una idea abstracta, idea a la que no habrían podido llegar sin ayuda del desierto.

Que una idea se derive de la experiencia de la geografía, no es algo privativo del desierto que recorrían los judíos y los árabes. Según plantea Mircea Eliade en su libro sobre chamanismo:

El frío excesivo, las largas noches, la soledad desértica, la falta de vitaminas, etc., influyen (…) en la constitución nerviosa de los pueblos árticos, provocando (…) el trance chamánico.

Estar situados en el ártico determinó fuertemente a toda la cultura de estos pueblos, como las largas caminatas por el desierto determinaron el destino del pueblo judío.

 

“Ser hombre –dice Heidegger– significa: estar en la tierra como mortal, significa: habitar”. Habitar es volver suyo el espacio en el que se mueve: “habitando un lugar, hacemos que se experimente el espacio de forma nueva.” (Construir, habitar, pensar)

 

 

El hombre hace del espacio, el espacio del hombre; pero en ocasiones, hay espacios que aún no han sido domados, habitados, hay espacios que se entregan al ser humano de forma salvaje y le brindan una experiencia cercana a la experimentada por los arcaicos al enfrentarse al mundo antes de ordenarlo e interpretarlo.

Dice Nettel que: “Difícilmente un viaje en el desierto es ajeno a la angustia y a la desesperación de sentirse perdido. A cambio, sin embargo, se nos ofrece una inagotable exhibición de belleza”

La experiencia del desierto deja al ser humano varado en la angustia de su condición finita e insignificante. Al mostrarle lo eterno y demostrarle su pequeñez, el desierto, brinda al individuo la conciencia de la condición humana.

Es por eso que “quien atraviesa el desierto desconfiando del vacío adquiere un vértigo que lo perseguirá sin tregua”.(Nethel)  “El vértigo –explica Milan Kundera– significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.”.  El vértigo que se abre ante nosotros, es el de nuestra propia muerte, la cual nos atrae y nos repele porque nos muestra cómo la vida es terrible y a la vez hermosa a causa de nuestra finitud.

La conciencia de nuestra condición humana se nos puede revelar también al mirar, por ejemplo, el mar que se extiende hacia el infinito, ese mar hermoso y profundo a la vez que terrible y tormentoso. El mar nos atrae y nos repele en ese vértigo, similar al del desierto, nos insta a sucumbir ante sus encantos para morir hermosamente ahogados entre sus cristalinas aguas.  No es coincidencia que el desierto haya sido océano algún día, todavía se escuchan las olas en el susurro del viento.

 

 

No es azaroso que los hombres primitivos quisieran dotar al mundo de sentido y pensaran en los dioses. La naturaleza, cuando aún no ha sido dominada por el hombre, cuando aún no ha sido habitada, es salvaje y caótica. Así se revela primordialmente, en forma de vértigo, y es mediante los dioses que ese caos se ordena, que la realidad adquiere sentido, y con ella, la propia vida humana.

La aparición de los dioses, su sedimentación, marcará un período de oscuras luchas entre ellos o entre los dioses y algunos elementos vencidos –China, India. Significa pues un pacto o una victoria habida en el interior mismo del misterio último de la realidad; son la expresión de una ley que ya nunca más se verá transgredida, son el signo y la garantía de que el mundo está formado; se ha salido ya del Caos. (María Zambrano, El hombre y lo divino)

El mundo en su estado puro les reveló a los hombres el vértigo y el vértigo los llevo a los dioses y a ordenar el mundo y dotarlo de sentido.

El mundo, el espacio en el que vivimos, fue habitado, fue nombrado, fue interpretado; pero, en ocasiones, el hombre se encuentra en la situación de enfrentarse con él en estado puro: cuando realiza un viaje por el desierto, cuando contempla el mar y sus fauces terribles, cuando recostado bajo el cielo observa las estrellas y se siente solo, encerrado en una bola de cristal que en cualquier momento podría quebrarse. Es entonces cuando el ser humano se enfrenta nuevamente con ese vértigo de ser él mismo y de estar perdido en la inmensidad del universo.