El salmón después de la marea regresó

 

Por Víctor Daniel López  < VDL >

Twitter @vicdanlop

 

 

Después de dos años de pandemia, y de una gira pospuesta durante este tiempo, Andrés Calamaro regresó a México con un concierto pendiente. La vuelta después de la tormenta. Esta vez fue en un recinto desconocido para él: El Pepsi Center del WTC. Quizá no a su altura, pero qué más daba, la deuda de Andrés era con sus fans, con nada más. Por lo tanto, nos regaló una velada más cercana a él, que lo pudiéramos casi hasta oler, siendo así nosotros sus toros con los que él siempre gusta torear, hasta hacerlos desfallecer de una agonía placentera de puro rock & roll, el éxtasis musical al que un seguidor se ve sumiso y cae rendido, de rodillas o de pie, mente y cuerpo, el alma extendida a una banda que sabe cómo hacer vibrar las partículas de gin tonic con las que todos estamos hechos.

Empezamos la noche bohemia con los recuerdos puestos sobre la mesa, sintiendo ya lo que habría de venir por el resto de la noche: una tormenta de sensaciones provenientes de un pasado lejano; otras, memorias de un poco más cerca. Ya para entonces el centro estaba a reventar, disfrutando el inicio de esa serenata madrugada de locura. “Cuando no estás” siguió por la misma línea de hace unos años atrás, pero que yo siento aún como si fuera más, casi como de mi juventud. Andrés estaba feliz, nosotros no parábamos de corear su nombre. El regreso del “torero de abolengo que siempre corta oreja”, dice un buen amigo. El regreso de los conciertos, y del rock.

Tantas veces”, “Mi enfermedad”; “Los aviones ¡no podía estar siendo mejor! El mundo nos hizo así, para disfrutar de sus canciones y bailarlas hasta casi desmayarnos, no de alcohol, sino de la vibración de la guitarra de Julián Kanevsky y la voz de un cantante que cuando acaba el show se vuelve un humano cualquiera. El público no paraba de cantar, la nostalgia de llorar. “Maradona” hizo a todos bailar y cantar hasta casi desangrarnos, que nos oyera el buen Diego, viva la Argentina, que nos ha dado algunas de las mejores cosas en la vida: el rock, el fútbol, y claro, yo agrego también el vino. Vino “Crímenes perfectos” y fue uno de los puntos máximos de la noche. Llorando, yo le agradecí a Calamaro. Él nos hizo cantar a todo pulmón en lugar de él. Le arrojaron una bandera de México, que él alzó y con la que comenzó a torear a su público, la música y el tiempo que se había detenido por dos horas para irle dando una muerte lenta y que todos ya sabíamos pronto iríamos a dar con ella. En ese entonces, la moneda cayó del otro lado, la de la compañía, porque estar rodeados con otros que compartían lo mismo era lo más lejos a estar solo. Andrés se arrodilló, besó la tierra de México.

 

 

Tuyo siempre”, Calamaro, parece que decía la gente, y después recordamos a Los Rodríguez con “Salud”. Calamaro toma de su trago, brinda con nosotros, casi no cree lo que está viendo esa noche y nos agradecer por estar ahí, por estar siempre. Llega “Rehenes” y yo no lo puedo creer, tanto significado en esa canción para mí: la nostalgia, la libertad (sigo deseando cinco minutos más). Parece que allá afuera, mientras adentro estamos en lo nuestro, quiere comenzar a llover. El clásico homenaje a nuestro “Estadio Azteca”, y luego recordar “No se puede vivir del amor” para hacernos pedir perdón por todo el daño que hayamos hecho, y el que haremos.

La recta final, una escalera al cielo para reencontrarnos con lo mejor del maestro: El salmón”, “Flaca”, “Paloma”, “Alta suciedad. Pareció casi como tocar la muerte, y luego caer en picada para sentir la vida. Andrés nos clavó un puñal por la espalda, pero con un veneno dulce que nos hizo arrebatar los sentidos. Y es que habíamos llegado a allí para lanzarnos al vuelo con un solo paracaídas (que él tenía), todos los demás: caímos. Calamaro siguió toreando a su público, se sentó casi a llorar, agradeció y agradeció, dijo que en ningún lugar del mundo un público como el de México. Y luego, el cierre final con Sin documentos” y “Los chicos, guardándonos una grata sorpresa para tirar el último penal. Trajimos de regreso a Gustavo y a la banda que marcó el parteaguas en el rock latinoamericano, Soda Stereo. Cerramos todos cantando “De música ligera”, recordando la magia de la música que nos une, y no destruye (como muchas cosas en los últimos años). El rock que nos hace iguales, que nos hacer sentir eternos. Y al final, cantando a capela “El rey” de José Alfredo Jiménez, dedicándosela al rey de reyes, nuestro salmón, querido Andrés, el gran Calamaro.