Por: Daniel Hernández García.

Comenzamos a beber cuando se ahorco el sol, brindábamos con la Sangre de Cristo, a los pies de Sor Juana que nos miraba con ojos severos, yo aullaba mi poesía, colgado de un barandal, tratando de llamar la atención de la Luna que se encontraba riendo desde lo alto, la gente como sombras pasaban sin decir nada, los tacones de las mujeres eran cascabeles en la oscuridad, canción atrayente para gatos que emergen de las coladeras.
Con pasos torpes me coloque a su lado para compartir la luz roja de un farito, la sangre de cristo corría en nuestro torrente sanguíneo, inundando nuestras mentes de ideas lascivas. Ella acariciaba mi cabello, apaciguando mi cuerpo. La mire a los ojos, ella sonreía, – ¿Que ves? –Dijo ella, – nada, y bebe el último charco de la botella. –Al final de cuentas, un poco de su sangre nunca es suficiente para alcanzar la redención- le dije mientras arrojaba la botella a la pared del Claustro, ella se rió – tus mamadas Daniel.
-Vamos compremos otra ¿Cuánto Traes?
-Mejor vamos a mi depa, vivo aquí en mesones.
-Me late, ¿pero que compramos?
-Hay que seguir tratando de alcanzar la redención.
Caminamos por la calle de San Jerónimo, dándonos cuenta que no éramos los únicos gatos en el parque, pajeras se encontraba haciendo el amor de una forma silenciosa, siempre alertas de los azules, doblamos en Isabel la Católica hasta llegar a la esquina de Regina donde compramos dos botellas de Vino, caminamos sobre Regina saltando de una banca a otra, jugando a conquistar la noche o dominar el silencio, no metimos al callejón de mesones ahí entramos a un vecindad, que tenia como guardias a dos perros que escupían saliva al ladrar, los barandales eran huesos flacos, cediendo al oxido, masa ocre que se impregna en las yemas de los dedos. Ella se detuvo para abrir la puerta de madera, Ella prendió una vela que se consumía en una lata de Coca-cola, prendió su tocadiscos y empezó a sonar el inflamante sax de Louis Armstrong, ella saca una bolsita con mota y me dijo que la limpiara mientras buscaba su pipa, obediente realice la acción con toda la concentración requerida para tal tarea, ella regreso de su cuarto con una pipa de cuarzo, colocamos el materia en su sitio y comenzamos a inflarnos la cabeza con el humo de la marihuana.
Bebíamos vino y en lapsos fumábamos, ella se coloco encima de mi, y comenzó a besarme el cuello, sin decir una palabra, yo seguí el juego, le quite su blusa para descubrir sus pezones canela, que eran iluminados por el aullar de la vela, ambos nos reconocimos en la templada luz, apagamos la vela para deja entran la luz lunar por la transparencia de sus cortinas que delineaban sus muslos, fortalezas de imperio caído, de un pasado polvoriento que se marchaba con nuestros latidos, cabalgaba sobre mi, mientras su cabeza culebreaba al ritmo de St. James Infirmary, todo era el reflejo de un pasado inmediato y un presente condenado al olvido, sus cabellos se posaban en mi cara, dejando me una oscuridad donde el tacto me guiaba a una plenitud efímera y repetitiva.

Arráncame la piel de un zarpazo y condéname al existir, deja que la piel de las paredes caiga ante nuestros cuerpos desnudos, imágenes majestuosas en la sombra de una vecindad, baluarte olvidado, donde proliferan historias como la tuya y la mía, acaríciame el alma hasta palpar mi corazón, siémbralo en los templos para que sea rezado por nuestra salvación. Para destruirnos en plenitud y no lamentar jamás.