La imagen de la mujer y la crítica de Rosario Castellanos

 

Por Carla de Pedro

 

 

En su ensayo La mujer y su imagen, Rosario Castellanos aborda el concepto que de la mujer se ha ido forjando a lo largo de la historia, un concepto construido desde una visión masculina y el cual ha determinado y limitado la forma de actuar de ésta en la sociedad.

La mujer, expone Castellanos, se ha ido conformando como un mito en el imaginario colectivo, un mito que la sitúa lejos de ser una persona real con virtudes y defectos, capaz de acertar y equivocarse como un ente consciente y libre, y la ha acercado más a una idea abstracta, lejana, convirtiéndola en un sujeto perfecto y pasivo o en un objeto cuya única función es la satisfacción y el cuidado de los hombres.

Coincido con ella y me parece que no es de extrañarse que en una sociedad en la cual el hombre siempre ha sido quien tiene la voz, la mujer se haya convertido en un mito. No podía ser de otro modo, pues sin importar cuánto se aprecie o se desprecie a la mujer desde una mirada masculina, jamás podrá comprenderse desde esa perspectiva.

Quizás el único estereotipo real que se construyó en torno a la mujer fue la idea del misterio, pues ésta fue vista como un otro durante mucho tiempo, como una representación, diría Schopenhauer, una representación cuya voluntad se desconocía al mirarse únicamente desde afuera y por eso se veía como un individuo misterioso en el sentido de que era un ser desconocido.

Y no obstante la imposibilidad de los hombres de saber realmente algo sobre la mujer, ese vacío se fue llenando de ideas de estos sobre ella, ideas masculinas, interpretaciones sobre lo femenino que nada tenían de reales.

Mientras la mujer no fuera voluntad sino solo representación, era muy difícil que otra voluntad tan diferente como la masculina pudiera comprenderla, y así entonces la colocó a la distancia y la calificó de extraña, irreal, angelical y demoniaca.

Lo masculino, expone Castellanos, aparece en las concepciones teológicas como una fuerza dominante, como voluntad, como “el viento que esparce la semilla”“el sol que vivifica”, mientras lo femenino aparece como “la tierra que recibe”, “el mar que acoge la dádiva”, como un agente meramente receptor. En otras palabras, lo masculino es activo; lo femenino, pasivo.

Y esta concepción de lo femenino como un ente capaz únicamente de recibir, capaz únicamente de acoger y de cuidar de aquél otro que actúa, se convirtió en el modelo del deber ser de la mujer: la madre, la esposa; en oposición a aquella mujer que actúa y no solo recibe y la cual fue llamada loca, bruja, zorra.

La mujer ideal del hombre es una mujer fabricada a partir de estereotipos masculinos, que exigen la belleza, la pureza, la inocencia (por no decir la ignorancia) de ésta.

Las mujeres, como cuenta Rosario Castellanos, han sufrido múltiples torturas por cumplir con el ideal que de ellas han tenido los hombres, un ejemplo es el caso de las mujeres chinas quienes se amarraban los pies para impedir su crecimiento y poder así cumplir con el estereotipo de belleza del pie pequeño.

No se trata pues, de buscar la fealdad sino de cómo las mujeres han debido cumplir con los estereotipos masculinos de belleza, quienes han controlado a tal grado el cuerpo de la mujer que la han obligado a padecer hambre para ser delgada o a sufrir de problemas de salud para ser gorda, siempre para complacer el modelo de belleza social, un modelo dictado por los hombres, quienes, como dijimos, eran los únicos con voz.

A tal grado pertenecía el cuerpo de las mujeres a los hombres que éstas debían permanecer vírgenes para no deshonrar a su padre y solo podían perder la virginidad con su esposo. La virginidad era un símbolo de dominación que determinaba que el cuerpo de la mujer no era suyo, la mujer no se pertenecía a sí misma sino a su padre y después a su esposo, y a ambos debía obedecer porque no era libre de decidir.

La moral social dictaba estas costumbres de tal modo que las mujeres no solo no cuestionaban su condición, también educaban a sus hijos de esta forma y promovían ellas mismas un machismo que las convertía únicamente en servidoras del hombre.

Algunas frases coloquiales nos demuestran el papel de la mujer en la sociedad, como aquella que afirma que “una mujer debe cargar con su cruz”, o la que señala que “calladita, la mujer es más bonita”. Frases como éstas muestran cómo se interiorizaron estas ideas, e incluso las mujeres mismas llegaron a pensarlas como ciertas.

Me parece que el artículo de Rosario Castellanos busca cuestionar las ideas existentes en torno a la mujer, y si lo escribe de forma tan amena y sencilla es con el afán de llegar a todas aquellas mujeres que no son conscientes de su condición y quienes, sin darse cuenta, promueven el machismo.

Ser consciente de estas ideas preconcebidas sobre la forma como se debe ser mujer, permite a la misma darse cuenta de que no existen parámetros de lo femenino, por lo cual una mujer puede ser como decida ser.

La mujer, así como el hombre, no debe ser forzada a ser lo que la sociedad, su familia, el cristianismo, el capitalismo o cualquier otra instancia decida, sino que debe ser libre de elegirse a sí misma desde su propia libertad. Una mujer puede elegir ser madre, pero no debe ser obligada a serlo; una mujer puede elegir amar a un hombre, siempre y cuando sea un acto libre y consciente y no la forma como la sociedad le obliga a ser.

Rosario Castellanos era consciente de esto y por eso quiso compartirlo con otras mujeres y, por qué no, también con aquellos hombres que han caído en el machismo, algunos por la misma razón que las mujeres, por ignorancia, por desconocimiento de la situación social de las mujeres. El punto es ser conscientes para poder ser libres y permitir a los otros serlo también.