Por José Luis Ayala Ramírez

Se abre el telón y lo primero que observamos son los grandes edificios y rascacielos que identificaban a la ciudad de Nueva York, fotografiada en blanco y negro poco a poco nos sumergimos en la gran metrópolis, en sus calles, en sus lugares turísticos, sus puentes, sus restaurantes, sus estructuras, su gente, su estilo de vida, todo mientras la voz en off de Woody Allen nos habla y nos mete de lleno a la ciudad que tanto ama e idolatra.

Se abre nuevamente el telón, claroscuros, una fotografía más oscura y atmosférica, un hombre llamado Bonasera relata una historia mientras la cámara poco a poco se aleja, vemos que le habla a un hombre al cual se refiere como don Vito Corelone; su Padrino, ellos se lucen interpretativamente pero la imagen, los tonos, las sombras crean uno de los mejores inicios que se hayan hecho para un filme.

Este lunes amanecimos con la lamentable noticia del fallecimiento de uno de los grandes cinefotógrafos que ha dado el maravilloso mundo del cine, un hombre que supo retratar de como nadie a la ciudad de Nueva York, un hombre que sabía de la magia que rodea a esta ciudad y nos regalaba asi postales maravillosas, que lograba hacernos intimar y profundizarnos en el contexto, que en interiores conseguía tomas llenas de calidez, de personalidad, de perfección.

Tenía ya 82 años aunque llevaba prácticamente dos décadas retirado del séptimo arte, sin embargo su legado y su filmografía lo colocan sin el menor género de dudas como uno de los más grandes, aliado de reconocidos directores como Francis Ford Coppola, Woody Allen y Alan J. Pakula, las películas de estos genios no hubieran sido las mismas sin los contrastes de luz de su mano derecha.

Un hombre ya envejecido tiene una mirada perdida, una mirada que retrata su soledad y su sufrimiento, se pone unas gafas oscuras, la toma cambia y el hombre cae de silla dejando caer una naranja, está muerto. Se cierra el telón.

Descanse en paz Gordon Willis, el fotógrafo de Nueva York y los gánsteres.